Eliseo, quizás por curiosidad, quizás porque su juventud no le permite discernir el si del no, considera que debe de ir a la manifestación. Es que jamás ha ido a una de ellas. Camina por medio de las gentes que portan banderas de color rojo, es cierto, casi todas de ese color. Un liberado sindicalista -ni sabe lo que significa-, le ha dicho al verlo despistado, que formará parte de un piquete. Que asesorará a empresarios, empleados, operarios, sobre el deber moral que tienen de unirse a la huelga, cuyo fin es el de conseguir trabajo digno para todos y percibir de ese modo más dinero. Y Eliseo, al que le cuesta dios y ayuda leer los titulares de la primera página de un periódico, le parece bien y por tanto, afirma.
Mientras espera órdenes arrimado a una pared, un delegado se le acerca y al verle la pegatina en la se puede leer en negro sobre fondo rojo: " Piquete informativo ". El hombre se dirige a Eliseo para dejarle bien sentado, que la nueva ley sacada por el Gobierno hay que echarla abajo y eso, es lo que hay que pregonar muy alto por las calles. Eliseo afirma, como afirmaría la bondad de un plato de papas.
El pobre hombre, que no se ha visto en otra más gorda, ha dejado de tener capacidad para pensar, porque su cerebro, en medio de todo el alboroto que hay en el edificio, no es capaz de funcionar, se ha quedado colgado, tal como sucede a los ordenadores.
Continúa en la misma posición, esto es, pegado a la irregular pared y al cabo de un rato, un tipo trajeado, bigotito fino, con el cuerpo casi cubierto de pegatinas, le dice que se una al resto y que lo acompañe.
Y Eliseo, que vende calcetines, calzoncillos, botones, corbatas, ovillos de hilo en un comercio del centro, camina metido en el grupo. Piensa en su patrona, una buena mujer que lo trata como un hijo desde hace unos dos años, en que lo aceptó como empleado; que le paga religiosamente y si las ventas van bien, siempre le entrega un sobre a parte con un dinerillo extra y el hombre, que en el fondo es un "xanciño", sonríe humilde porque hasta le da cierta vergüenza darle las gracias.
Eliseo sigue los pasos al resto. Delante el de bigotito fino con aires de general, los conduce a un cuarto lleno de banderas. Se coloca en el centro, carraspea unas cuantas veces -dichoso tabaco- para comenzar a decir con voz aflautada:
- El capital, siempre ha sido y es, enemigo del obrero y lo putea constantemente porque ellos, tienen el poder. Hoy, compañeros, saldremos a cerrar por las buenas o por las malas, tiendas, comercios que permanezcan abiertos. Alguien pregunta, ¿y los bares?. Eso lo decidiremos sobre la marcha, es la contestación y sigue: Si no cierran, si no obedecen, palo que te crió, romperemos escaparates, asaltaremos los comercios, tiraremos los contenedores. Termina con un ¡abajo el capital!, pero son pocos los que contestan a tal consigna. El del bigote fino, comienza a estrechar las manos de los que forman los "piquetes", pequeño ejércitos de exaltados, una última arenga, los va azuzando golpeándoles la espalda, mientras caminan hacia la calle. Él regresa para ocupar su puesto en el despacho que tiene en lo alto un cartel: "Organización".
Eliseo, maldita sabe que rayos está haciendo en medio de esos cafres, que ni entre ellos se respetan. Conmigo, piensa, se han equivocado. Es cierto que puede hablar, dirigirse a los empresarios a los responsables de los negocios en buenas maneras, para que hagan el favor de ayudar a los huelguistas, que es bueno para todos pero, al ver la forma como caminan sus camaradas, destrozándolo todo porque forman una manada sin escrúpulos, está seguro de que es un día aciago y el lugar en estos momentos, del todo equivocado.
Cuando hay una manifestación, sucede que los jefes, siempre permanecen en retaguardia. Pensando, dicen ellos y si tienen que salir a la calle, lo harán amparados por "liberados", además de una gran pancarta que les tapa medio cuerpo. A los bajos de estatura, algo más. Maldita si se acuerdan de esos grupos a los que llaman "piquetes" y que saben, se están partiendo el pecho y la cara a golpes contra la policía que viste de negro tal como aparecen en las películas futuristas.
Es la huelga de los sindicatos y no de los trabajadores ya que la mayoría quiere trabajar. Es una huelga que me hace pensar se hace con el beneplácito del gobierno, por la poco gente que la secunda, por eso, innumerables personas, han decidido acudir a su lugar de trabajo y ahí, es donde aparecen locos, los piquetes famosos a los que llaman de información, aunque lo menos que suelen hacer es informar, si no, a que llevan esos palos en las manos, y caras de mala leche. Previamente, los que van de listos en el sindicato, ha reunido a los más jóvenes, y han dicho a sus acólitos, que peguen y llenen las fachadas, cristales, monumentos, mobiliario y lo que encuentren en su camino, de carteles, en los que, se invita a la huelga. Es que puñetas, en el siglo en que vivimos, en que cada vivienda tiene una o dos televisiones, un receptor de radio, se leen periódicos, que me digan para qué coño necesitamos esos carteles, esas pintadas en las fachadas, si estamos hartos de escuchar la palabra huelga que si es legal, se acepta. Lo que no se acepta son los incontrolados, que una vez finalizada, echan la mano por encima del hombro de sus hijos, respirando todo el aire que puede, porque ha cumplido con su deber. Al llegar la noche, le comentará a su esposa, la tanta de palos que dio por la calle. Para que aprendan.
Y es ahora, que la manada en forma de piquete, camina con esa chulería que da el poder y tras ellos, Eliseo temeroso, al que apenas le sostienen las piernas. Caminan altaneros, al tiempo que miran con desprecio a sus vecinos que temerosos, agachan la cabeza y casi seguro, que si sus madres en esos momentos se cruzaran con ellos, de igual modo las mirarían.
Un grupo de policías les sale al encuentro. Han sido llamados por un comerciante al que han golpeado y obligado a bajar las persianas. La policía espera, las porras en sus manos. El piquete, el valeroso piquete toma una bocacalle cercana y corren como alma que persigue el diablo. Dirán que forma parte del ejercicio. Eliseo se mira la entrepierna, ha pasando tan cerca de un policía que se ha orinado. Se quiere ir, dejarlo todo, pero sus compañeros le llaman para que se una al grupo.
Han dejado atrás a los guardias. Caminan con la chulería de los ignorantes, de los cobardes cuando son muchos en el mismo grupo y mira por donde, también se les une otro que viene huyendo de la policía. Se saludan sus jefes y emprenden el camino hacia el centro. Con lo primero que se encuentran es con un pequeño comercio que permanece abierto. En su interior una mujer casi anciana les recibe seria. -¿No sabes que tienes que cerrar?, le grita el más valiente. Ella, con suavidad les dice, que la ley le permite tener su comercio abierto. Eliseo, que de sobras conoce a la mujer, quiere protestar pero no se atreve. De repente, la manada, tal vez ofendida, se ensaña con las mercancías, todo va al suelo. Un pequeño aparato de radio a pasado al bolsillo de uno de ellos, también la mínima recaudación que había en una caja. Abren los cajones que van vaciando, Eliseo arrancan cortinas, tiran estanterías, rompen espejos, se ensaña con todo, mientras la buena señora -Adelaida, se llama-, con la mirada interroga a su empleado que, azuzado por un compinche, también ha tomado parte de esa "fiesta" en la que todos fuera de si, vocean, se abrazan, todos ríen.
Cuando las fuerzas los abandonan, se van retirando ya que cerca, han visto otro comercio abierto, pero primero irán al bar que no han cerrado, para tomarse unas copas a cuenta del tabernero.
Cuando están saliendo de la tienda de Adelaida, unos quince policías los están esperando. Intentan escapar pero no saben como. La manada ha dejado de serlo, cada uno va por libre, de repente todos tienen miedo que es otro estado del alma.
En las celdas de la comisaría, el grupo reunido habla en un rincón, los sindicatos en un momento los sacarán de ahí; no saben que al sindicato les importan un carajo: No preocuparos compañeros, estaremos aquí poco tiempo, esta noche lo celebraremos en la sede, hemos sido unos valientes y hemos cumplido con nuestro deber. El trabajo, compañeros, es sagrado y se pierde hablando y hablando mientras el resto, con la cabeza gacha, piensan en sus familias. En un extremo, hace un rato que Eliseo, con el cinturón que no le han quitado antes de encerrarlo, en silencio que es como se van los humildes, cuelga sin vida en lo alto del enrejado que forma la pared delantera de la celda. Nadie se ha dado cuenta todavía, porque permanecen con los rostros mirando al suelo, pensando en sus familias, mientras el mal orador, emocionado, ahora llora pensando también en los suyos, porque sabe que nadie vendrá a por ellos.
La manifestación, para gloria de los sindicatos, ha llegado a la plaza del centro de la ciudad. Han comenzado a contar su historia que nadie cree, la palabra patronal suena continua y sigue: ..., y hoy, podemos decir, que hemos dado una gran lección a la patronal. Que nuestro comportamiento ha sido exquisito, que todo ha transcurrido sin problema alguno. Hoy compañeros...
Aplausos desganados.
Sentada en una silla, rodeada de ropa tirada por los suelos, Adelaida piensa en lo sucedido...
Y que quería a Eliseo como a un hijo.
Hay hijos, dicen, que los fecundó el diablo, para luego ir de piquetes.
¿Informativos?. Que sabrán.