lunes, 23 de febrero de 2009
PALILLEIRAS
El sábado por la tarde, por no informarme antes, dejé que me llevaran a Neda, un pueblo que dista de Ferrol unos nueve quilómetros. Un tímido sol de invierno me dió calor durante el corto recorrido que tuvimos que hacer hasta llegar a un pabellón polideportivo. Nada más entrar, a través de una ventana circular, pude observar como o unos jóvenes disputaban un partido de fútbol. No está tan mal la cosa, pensé; pero no, el meollo de la cuestión no era el fútbol. Me adentro en el pabellón un poco más y de repente, sin previo aviso, me doy de bruces con los rostros y espaldas de unos cientos -digo bien -de unos cientos de mujeres. Están todas sentadas, con una tela en forma de tubo que han rellenado, de casi un metro de altura que apoyan en sus piernas, y sobre el que cruzan hilos y más hilos sobre una plantilla llena de alfileres. Están haciendo encaje de bolillos, como las puñetas que llevan los jueces sobre las bocamangas. Para ayudarse en el trabajo, se valen de unos palitos circulares, torneados, en los que lían el hilo que luego irán soltando entre los alfileres.
Sin que mi pensamiento se entere, camino entre las filas de mujeres, fijándome en como las pequeñas manos de una niña se mueven pensativas, avanzan un poco para volver a retroceder, para regresar a la posición inicial mientras poco a poco va haciendo -ganas no le faltan-, una puntilla blanca estrecha. Le guiño un ojo al tiempo que le digo que lo hace muy bien. Tímidamente me sonríe con su mejor sonrisa y me informa que lleva poco tiempo y que acude a una clase una hora casi todos los días.
A su lado, unas manos gastadas, que ya han vivido lo suyo, que han reído y sufrido porque eran malos tiempos, manejan ahora con precisión de cirujano, a gran velocidad, decenas de palillos que al chocar entre si, semejan el canto de una fuente moruna, el discurrir de un riachuelo. Me mira y le sonrío, suele ser una forma de entablar una conversación, al tiempo que le pregunto si nunca se equivoca. ¡Claro que si! suena su voz alegre, -me equivoco como en todo lo que no se presta atención- al tiempo que unos ojos de un azul profundo me miran mientras recuerda que ya son muchos los años que lleva haciéndolo porque le hace bien, la calman y mientras la vista y Dios le ayuden, seguirá.
Continúo mi andaina fijándome en esas maravillas. Algunas mujeres alzan la vista y me miran sorprendidas, prometo que también lo estoy pero, me he metido en el lío y tengo que salir de él con la cabeza bien alta y las piernas temblorosas. Saludo a unas mujeres de Esmelle, buenas alumnas en su día, hoy ya vuelan solas como maestras. Poco más adelante, una mujer se pone en pie, me acerco y le doy un beso; dice que está en deuda conmigo porque le bajo las canciones que quiere de Internet, y así poco a poco, sin darme cuenta vuelvo en mi y ahora si sé, que me encuentro en el centro del pabellón rodeado de mujeres; es como si me viera único en medio del mar. Ante tal situación, el terror me puede y espero con paciencia lo venidero, porque me da, que pronto comenzará a salirme la "pluma" y ya me lo imagino, primero las de la cola, al final de la espalda, fuertes y duras pues son el timón; las de los brazos también resistentes por lo mucho que sufren al vencer el aire y poco a poco el plumón, la voz que me cambia, los gestos que me vienen, el echarme continuamente el pelo hacia el cogote, el colocarme en jarras para discutir, el juego de ojos, la incitación de la sonrisa, para terminar pidiendo una almohadilla, unos palitos y mucho hilo, que estoy que me salgo.
Sé que todo hombre lleva dentro de si una mujer, no conozco ni quiero conocer las que yo llevo, pero coño, que pronto me cambia las ideas, que pronto me lleva a su terreno y no es que tenga algo en contra de ellas, válgame dios que no; pero es que siempre aparezco en medio de ellas, por no informarme con anterioridad de a dónde me llevan.
Con las compañeras de estudios me suele suceder lo mismo, siento en ocasiones que la pluma me va a salir, ¡machista! dice Pilar y es que noto sensaciones nuevas, un leve contoneo, un dejarme crecer las uñas; ya no mojo la tapa del water ni nadie me riñe por ello; la mano al hablar, la llevo a la espalda por encima del hombro, me apasionan los bolsos y los zapatos a juego, las sortijas que nunca me cayeron bien ahora me "chiflan", las blusas estampadas.
No es que la pluma me asuste, me da que no me llegó la hora, es grande el cambio, pero es que en medio de este pabellón, rodeado de mujeres, me da que pensar.
Al poco veo entrar unos hombres que llevan una escalera y otros que les acompañan unos cables. Mi cerebro despierta, ya no estoy sólo, no me encuentro abandonado porque han llegado otros naufragos. El aire llena de nuevo mis pulmones, con temor me busco las plumas, no las tengo.
Salgo en silencio, apurado, mirando al frente pero temiendo que alguna me llame y de ese modo, comience otra vez el ciclo.