viernes, 13 de febrero de 2009
LA PEQUEÑA HABITACIÓN DEL BAR
La camioneta rosa, como alguien bautizó, cruza cansina los campos que todavía el rocío cubre, intentando poco a poco llevarnos al "grupo" a nuestro destino.
Su interior va ahora lleno, ya ha recogido a todos por el camino. Siempre que hablamos de nosotros, decimos el "grupo" que tiene que reunirse para..., nos vemos el "grupo" en tal sitio a tal hora y de ese modo nos vamos entendiendo que es lo que prima.
Ayer, nuestras intenciones, maduradas con anterioridad en unos segundos, no necesitamos más para ponernos de acuerdo; fueron las de alguien que dijo de ir a celebrar la proximidad del Carnaval y nuestras vacaciones, a un lugar en que ya habíamos estado, que nos atendieron muy bien y al mismo tiempo, visitar el monasterio cercano.
La mañana fresca, el templo cerrado y una cámara de fotos que no quiere funcionar porque a la batería se le ha terminado la vida. Da igual, hay senderos en el monte para caminar un poco y eso es más que suficiente. Voy algo retrasado, disfrutando de sus conversaciones nerviosas porque hay mucho que decir, veloces porque todos tienen que opinar sobre tal o cual tema relativo al cercano monasterio, su construcción, quienes lo habitaron, a quienes perteneció, la desamortización. Es gente con ideas, con conocimiento, con una alegría de reír y vivir perpetua en medio de sus distintos pensamientos que son al fin y al cabo, la verdadera libertad de las personas. Cómo disfruto desde mi almena en la retaguardia mientras bajamos una ladera bastante empinada y al rato, me uno a ellos porque también quiero meter baza, porque me gusta meter una cuña que en principio les hace pensar y dudar, para luego correrme a gorrazos o si mis palabras fueron hacia las mujeres y su comportamiento, llamarme machista a sabiendas de que en absoluto lo soy.
Sobre la mesa de un blanco purísimo,patatas, grelos, chorizos y un cerdo cuarteado, a excepción de sus jamones. Los jamones que tal como en tiempos pasados sucedía, llenaban las mesas de los poderosos a cambio de un favor, una disculpa o de una promesa que no llegaba a su fin. A mi lado Antonio, que siendo jóven quiso estudiar medicina, pero que el destino no se lo permitió. Qué buen cirujano hubiera sido, tiene muy buena mano, porque su bisturí con mango de madera, se hunde, corta, busca, se desliza por lugares insospechados de aquella "cachola" al igual que el carpintero sigue la veta de la madera, cortes precisos en la cabeza del ex-animal, difíciles cual encaje de bolillos; al mismo tiempo que va explicando: "- Esto es lo mejor de la cabeza, porque el morro, al esforzarse tanto buscando y rebuscando en la tierra, motiva que esta zona, trabaje menos y ....-". Y va soltando su lección a los que lo rodeamos que en silencio, atentos, intentamos que sus palabras nos queden en el cerebro para la próxima disección.
Cercanos, los otros compañeros ríen con fuerza, porque alguien ha dicho algo con gracia, que la hay en medio de la fiesta. Disfruto en medio de tanta felicidad. El tiempo va pasando porque hay un reloj que lo mide, aunque los cuatro que cuelgan en la habitación están como me gusta, parados. Me duele que transcurran las horas porque me encuentro bien, porque necesito estar rodeado de gente buena y sonrío mirando sus rostros, sus salidas de pie de banco y hasta me alegro de que África no comience a cantar, no es que lo haga mal, es que nos obligaría a permanecer en silencio y de verdad, no son momentos para permanecer callados. Ayer, fue día de disfrute, de meigas envidiosas que se han mezclado con nosotros y como a mi me sucede, gozan de una buena compañía a la que aprecio un montón.
¡ Qué hermosos momentos en la pequeña habitación de un bar!.