viernes, 20 de febrero de 2009
¡CARNAVAL, CARNAVAL .... !
¡ Carnaval, Carnaval, Carnaval te quiero ... !, canta un grupo de mariposas cercanas a unos soldados del ejército napoleónico de poco porte y sí, inmensos alborotadores.
Pelucas verdes muy rizadas, purpurinas, seda que se mezclan con el tul ilusión de unas novias muy jóvenes aspirantes a mujer, porque hoy sus madres, les han permitido llevar medias y pintarse de rojo amapola sus labios de niña. Bomberos obscenos que bailan abrazados en lo alto de un cubo de madera; sonidos indefinidos de instrumentos que las gentes han fabricado, tan ruidosos que apenas permiten la conversación.
Las cinco de la tarde en el viejo reloj de la iglesia cercana. Gran desfile de carrozas profusamente adornadas -tal como lo anuncia el cartel- y en la que se repartirán quilos y quilos de caramelos aportados por el comercio local. A continuación, en la Plaza de Armas, las comparsas cantarán sus repertorios de críticas a todo ser viviente cuyo comportamiento haya o no haya sido de su agrado; aunque en el fondo, lo que persiguen es un buen premio en metálico, amén de que el vino corre gratis en los múltiples bares de la ciudad, y es que ...
¡ Carnaval, Carnaval, Carnaval te quiero... ! y hasta la gente mayor, sobre todo las mujeres, se olvidan de la edad, mueven y mueven sus caderas a compás y sin cansancio; algunas entornan los ojos y con sus cabezas altivas, sueñan que están desfilando en Río, en Tenerife o por las calles gaditanas, o por cualquier otro lugar de nuestro planeta en donde estas fiestas, se celebran con gran alegría, una alegría que se desborda, que tropieza, que se funde con las otras alegrías, para formar la belleza que pueden albergar las personas cuando todas se llevan bien. Todos nos hemos puesto la careta y así nos mostramos, tal como somos en estas ocasiones, la puñetera moral no existe, el guardar las formas no existe, todo se consiente, nada se evita, todo se perdona. Fuera de estos días, el comportamiento para con los demás, nos obliga ponernos la verdadera máscara, máscara que aprieta mucho, que lastima pero... la sociedad así lo ha estipulado, por tanto, hay que llevarla por las calles y otros lugares, acompañada de una sonrisa cínica a la hora de saludar a la persona más odiada. En la cima de los montes, jamás.
Al lado de las personas que visten batas blancas de médicos, caminan enfermeras con su cofia y unas enormes jeringuillas que al menos a mi, poca gracia me hacen y que exhiben, agitan y muestran con todo el descaro, sin pensar en el agobio de los que sufrimos viéndolas. La música sigue sonando a gran volúmen que para eso es don Carnal; cerca, una mujer con un niño sobre los hombros se balancea tanto, que el chaval ha estado a punto de marearse y dejarla perdida pero, una alma caritativa, que las hay, le da aviso y el bamboleo cesa por unos instantes. Poco tarda la mujer en dejar al niño en el suelo, para continuar con su baile infernal al tiempo que el muchacho alza sus pequeños brazos al cielo, en busca del amparo que no tiene.
¡ Carnalval, Carnaval, Carnaval te quiero....!
Locura, ojos pintados, lenguas enormes que aparecen, que salen de unas bocas pintadas de negro. Por todos los lugares curas, obispos que caminan, que se paran, que se cruzan con varios sucesores de Pedro en el Vaticano,que danzan en medio de cánticos místicos inventados al instante y hasta uno de ellos se ha cabreado, porque un soldado romano le ha tirado el sombrero con la lanza de cartón-piedra.
Al lado de la verja que rodea y protege la estatua del Marqués, unas brujas vociferantes, con unas narices rojas enormes, han sentado sus reales con el consentimiento de la empalagosa Blancanieves, que les cedió un poco de su sitio, cuidando no se le ensucie su blanca falda.
¡ Carnaval, Carnaval, Carnaval te quiero....!
Todos se han colocado la careta, todos idénticos en el medio de la juerga. No hay excelencias,señorías ni señoritos y para que dure, se sujetan la careta con fuerza porque en medio de ésta explosión de barbarie, no desean volver a sus ocupaciones primitivas. Son los que han empalmado el griterío en las gradas del campo de fútbol, con el de las tascas ante un buen vino de Rioja o del Rosal. Más tarde, cuando las lenguas ya calientes y los vapores del alcohol que se elevan, la música, las canciones de nuestra tierra y sus voces suenan timbradas porque siempre hubo grandes cantores o cantantes - que viene a ser lo mismo-,voces de bar tasquero,de paragüero en la esquina, de serrín en el suelo y barra de mármol, voces que suenan a gloria y que los presentes, callan y escuchan en silencio al tiempo que el vino corre y el tabernero no da más de si. Al fondo del establecimiento, a saltitos y alzando la mano, un parroquiano grita, ¡ Pepito!..., ponme un tinto.
¡ Carnaval, Carnaval, Carnaval te quiero...!
Días en que no tiene cabida el enfado, todos iguales que nos miramos de frente con los grandes ojos de la careta, que nos abrazamos sin conocernos, que el tiempo no corre hasta que, a altas horas de la madrugada cansados, entramos en casa, tiramos la careta sobre la mesa, vamos al baño y al mirarnos al espejo, la tristeza nos embarga. Ya sobre nosotros, silenciosa, demacrada y ojerosa, la máscara. La máscara de todos los días, la del sufrimiento, la de la intranquilidad, la de las miserias, la del ¡si, cariño!, lo que tu digas, continuado. Por decir algo.