martes, 23 de diciembre de 2008

POR PEDROSO






Son horas tempranas. Ya hace un buen rato que el reloj de la plaza de España ha marcado las ocho. En la estación, subo al tren de la Costa que se dirige a Oviedo y que ha de dejarme en la estación de Pedroso. Hace mucho frío, sobre todo en las manos. El convoy de dos vagones, se pone en marcha lentamente. En el andén, el jefe de estación que nos mira como asustado y le miramos, como si nos fuéramos para siempre. Me estremece una pareja, quizás alemana, mayorcitos, que vestidos con pantalones cortos, dormitan sobre unas enormes mochilas. La gente no habla, quizás mentalmente vayan formando la película que sucederá cuando lleguen a su destino, tal como yo me voy planteando la ruta a seguir cuando llegue, y que no me asusta porque conozco los caminos que otro millar de veces he caminando. Lo que sucede, es que siempre cambia el paisaje, muy hermoso.
Llego, el frío me lastima las manos desnudas, ya que unos guantes no me permitirían manejar una cámara. A lo lejos, el sol jugando al escondite tras los montes, no se atreve a mostrarse y yo que necesito su luz, a la espera. Va a ser una jornada soleada, al menos es lo que espero de esta Galicia tan cambiante.
Camino, no veo gente y si voy de frente hacia un perro, que se lo piensa y cruza al otro lado de la calle, con el rabo entre las piernas, a pesar de que lo llamo. Va muy sucio, como sucia es la persona que se lo quitó de encima. Hay que ser duro, ignorante, sin escrúpulos y más que me reservo, para abandonar a alguien, que como decía un anuncio, "él no lo haría".
En ocasiones, he visto grupo de perros en los caminos, que me han frenado la marcha en un principio, pero bueno, siempre salí bien librado, nunca les demostré temor.
Ahora el sol, tras una pequeña nube, continúa jugando; más de golpe, inunda todos los campos de oro mientras fijo la mirada en su disco que de momento, no me daña el iris y me da esa calorcita que tanto ansío. El rocío continuará al menos hasta el mediodía a no ser en zonas sombrías en que seguirá dando de beber a los pájaros, pájaros que parece mentira, no se ven en los campos, porque han emigrado a la ciudad en donde encuentran comida. Acudo al molino que una vez visitamos y en sus cercanías comimos una paella, hecha con igual cariño con que los indios cortaban las cabelleras. Es un lugar muy bello y muy cuidado. Me llevaron hace muchos, muchos años y lo pinté una mañana de cantos de aves, del reír de las aguas al caer tras una presa y un olor a naturaleza que embriagaba.
Fue hace años, cuando todavía la gente no había descubierto los caminos.
Continúo la marcha bordeando un río con brillos acerados y ahí, en un recodo, me paro a charlar en voz baja con un pescador, que únicamente muestras sus ojos de tanta ropa que lleva encima, es un anciano con muy buen sentido del humor: " lo único que se puede pescar con este frío es una pulmonía", "-aquí, estoy mejor que en casa y me libro de hacer recados"; "-si no pesco, le compro a Angelina unos peces y justifico el día". Y yo que veo nadar las truchas, pero como los toros toreados a la luz de la luna, ya están muy "resabiás", aunque si les sucede lo que al jabalí, se dejarán pescar. Veréis -lo vi en un documental-, el jabalí iba escapando del león en una carrera loca, al rato se paraba porque ya no se acordaba de por qué corría, luego veía al león cercano y de nuevo comenzaba a correr para pararse al poco y así. La cabeza le fallaba más que a mi, menos mal. Por eso, no se si la trucha recuerda que la pescaron de pequeña y la volvieron a tirar al río.
Inicio la subida al monte Ancos, sin prisas porque el médico me sugirió que sólo llaneara, pero el monte me atrae, es muy cambiante y las casas, cada vez más pequeñas, nos van mostrando sus tejados en medio de hermosos paisajes al tiempo que ya las manos van cogiendo calor. Hago fotos durante la subida y en una cumbre muy cuidada,con mesas y una escultura; tomo aire y con la misma, la bajada hacia Jubia y de ahí a Ferrol por las Aceñas y el monasterio de san Martín del Couto, que tantas veces pinté.
En el escaparate de una tiendecita, entre otros dulces, unas figuritas de mazapán, que me llevan la vida. Entro, salgo con un cartucho abierto en una mano y de que de vez en vez, quitaré el celofán de los dulces y con gula, los iré tragando porque así, el andar se hace más agradable y a cada paso que doy, es un escalón más hacia el cielo o la gloria. Qué "larpeiro" soy, como todos los viejos, o, ¿qué pensabáis?.

BOFETADAS