martes, 2 de diciembre de 2008
CUANDO EL GRAJO VUELA BAJO... SI, ESO.
Días del grajo que vuela a ras de suelo encantado de la vida, con las plumas alborotadas. Días de perros los que hemos tenido. De perros a la caza del grajo y el grajo a nuestra caza. Buenos y hermosos temporales en donde el viento auxilió a las bolsas de plástico de los comercios, a ser por unos momentos aviones no pilotados, llegando algunas a alturas considerables, ocupando el lugar de las grandes aves que, agazapadas en tierra, avisaban a los marineros tuviesen en cuenta el sabio refrán de "gaviotas en tierra, marineros a la mierda". Los conductores de autos pasándolas moradas a consecuencia de algún contenedor que, libremente, iba y venía por la calle intentando terminar su vida destrozándose contra algún árbol, tal como suele suceder en otras ocasiones.
Más tarde, parece que calma y dos viejecitos, menudos ellos, caminan con el paraguas cerrado y bien recogido; un paraguas tan grande como ellos. Extienden los brazos al hablar, gesticulan mucho. El más alto, se excita en su perorata y con brazos y manos dibuja grandes círculos imaginarios en el aire. Lo que daría por escucharles....
Al poco unas gotas de lluvia salteadas; ellos continúan metidos en su tema, las gotas que aumentan; el de oscuro abre el paraguas con bastante rapidez, al otro se le hace harto difícil por lo nervioso que se pone, era el de los grandes círculos en el aire, no consigue abrir su paraguas y termina siendo acogido por su compañero bajo el suyo y, sucede algo que me maravilla, no sólo se abriga, si no que echa el brazo sobre el hombro y así continúan su marcha. Un andaluz diría. "gloria bendita". También lo hago mío.
Hablan en la radio, una noticia que me encanta, un niño acaba de ganar un gran premio de fotografía en Etiopía, el tema es "la ceguera". La sensibilidad de un niño etíope que en medio de la más asombrosa miseria sabe mirar por ese ojo tan sabio que es el visor de una cámara. Me da que la cámara era una de usar y tirar. No me extraña, con una Kodak, la más barata del mercado, me llevé un segundo premio en un concurso checo. Coincidencia de factores luz, velocidad, diafragma. Cuando en la vida hay coincidencias, todo funciona a las mil maravillas. ¿Por qué serán mil, las maravillas?.¿Qué maravillas?. No me aclaro.
Y un niño, que se fija en los problemas de los otros niños, ¡coño!, que me parece magnífica la noticia y bien por el chaval.
No sé si aún hay castañas. Ayer o el domingo, fueron unos buenos días para reunirse un grupo de amigos, por qué no los de los Campus, alrededor de una mesa, al lado de un buen fuego, en una cocina de leña y toda la mesa llena de humeantes castañas entre unas jarras de vino.
Recuerdo, que en una reunión que tuvimos en Ourense, de postre, nos dieron una taza llena de castañas, no se si asadas o cocidas. Intenté pelar una, más desistí porque la piel estaba tan pegada a su contenido que era imposible hacer bien ese trabajo y menos,por lo apurados que estábamos para regresar a las últimas conferencias. Es ahora cuando pienso, en esas castañas que vende el encargado de ese carrito en forma de locomotora, aparcado en la calle Real frente una banca. Esas si que se mondan bien. Por un lado están casi quemadas, para que crujan, por el otro de un cadmio medio amarillo, muy hermoso. A esas me refiero, magníficas para estar a lado de una buena lumbre en la lareira, con viento fuerte, lluvia áun más fuerte y la campana de la pequeña iglesia tañendo sin que persona alguna la haga sonar. Quizás sean las ánimas. Quizás, porque por esa zona hay muchas....
Nunca comprendí ni comprenderé, el por que las ánimas se van a pasear sus penas por las aldeas. Quizá sea debido a que en esos lugares se siembra de todo y tienen comida durante toda la temporada. Unas veces comen patatas nuevas; otras, patatas de invierno; manzanas de san Juan, de san Pedro y hasta creo que hay peras de monseñor, monseñor no se qué. Las ánimas no son tontas, suelen cobrar tributo a todos aquellos que como castigo, tienen que llegar a san Andrés de Teixido. A cambio de algún bien que llevan para el camino, los suben en volandas y los acercan a la carretera inmediaciones de la sierra de la Capelada; pues más allá lo tienen prohibido y no sería razonable encontrarse ante el santo, con buen color y la panza llena, claro que si es en este tiempo, con alegar que fue a base de castañas el alimento, ¿crudas?..., -no hay tal, cocidas que para eso llevamos el caldero-; y el santo generoso, pisa la cabeza del bichejo en pena, poniendo cuidado en no romperle las antenas convirtiéndolo en ánima que engrosará las filas de las que ayudan a llevar en volandas a otros, a cambio de alguna limosna en especie. - ¿Y por qué lo de las antenas?-, - si se pisan las antenas, el ánima nace bizca y estará todo el tiempo dando giros en redondo,como una peonza; no podrá ser portadora de penitentes y al final, desaparecen para siempre-; . -¿Y a dónde van?; - ¡coño!, que nos ha salido preguntón el niño... Nunca lo supe, ni los curas lo saben; hay quien dice que están metidas en esos remolinos que forma el aire y hacen creer a las bolsas de plástico que son aviones por un día-.
Ya os conté que he visto la Santa Compaña, fué en Doniños, inmediaciones del lago. Esos si que están organizados, con luz y todo, hasta sábanas que flotan al viento pero que no rompen la formación; buscan ánimas perdidas, que se desprendieron del resto, escondidas entre las flores o burlándose de la gente por jueguetonas que son. Otras, si que desaparecieron para siempre por curiosas, la curiosidad las mata y debido a ello, las que se asoman a las aguas calmas de los charcos grandes; a los lagos o los ríos, al verse en ese espejo, se convierten en polvo del camino y la gente y las vacas, las ovejas, las cabras, todos, todos los animales domésticos las pisan y se van deshaciendo. A la vaca que al mover el rabo barre ese polvo fuera del sendero, le suele salir un orzuelo del tamaño de una nuez en cada ojo que, necesita a la larga operación dado que el animal, va perdiendo vista y olfato y no sabe comer la hierba.
En fin,esto ha sido lo que me han contado de las ánimas, una tarde de otoño en una lareira mientras comíamos castañas más bien quemadas por un lado y de un amarillo cadmio medio por el otro. Bebíamos un vino bueno y generoso, que aliviaba los dolores y soltaba la lengua.
Y a lo lejos, la campana que continúa sóla y por su cuenta, parece que tocando a muerto.
Animas benditas... dice la abuela Cármen mientras se santigua, no perdiendo de vista la capilla.