lunes, 1 de diciembre de 2008
DONDE ELLOS PESCABAN
Mis vacaciones, mis largas vacaciones en el tiempo han llegado a su fin. Lo bueno de ello es que me las puedo tomar tantas veces como me venga en gana y ahí es en donde me doy cuenta de que nos gusta llevar siempre la contraria. Ahora que puedo tomarlas, voy a clase y cuando iba a clase las tomaba por mi cuenta. Por eso pienso que debo tener el cerebro en el aire, al igual que lo tienen esas gentes que desde que nacen hasta que mueren, se tiran toda la vida a caballo, saltando o al galope; al trote ya menos. Es entonces cuando el cerebro se suelta y se acostumbra rebotando contra las paredes de la corteza craneal y aunque las órdenes las recibe bien, como salta, alguna parte de ellas pierde. Pero eso es otro cantar que intentaré solucionarlo y una forma, es no subir más a mi caballo. Mejor para él.
Comencemos. En el puerto de Ferrol, en sus muelles, recuerdo a diario porque trabajaba en sus inmediaciones, grupos de jubilados que todo su tiempo lo invertían en lanzar un sedal al mar, esperando la captura de algún pez; el caso era aliviar la poca pensión de que disponían.
Un día del señor, apareció vallada toda la zona en que pescaban. Asidos a los barrotes como presos, los viejos con la mirada fija en sus lugares de pesca.
No dudo que el puerto por la mañana, tiene mucho movimiento, grúas que trabajan incansablemente, enormes camiones que llegan y marchan y más. Las tarde que recuerde, no se trabajaba. Creo que jamás salió en la prensa que pescador o pescadora que también iban verano e invierno, se lesionase a causa de un accidente.
Es cierto que a la zona del puerto -muelle, le llamábamos de niños y se le sigue llamando por sus habitantes- la han dejado muy bonita. Quitaron un engendro que estaba situado en terreno de la antigua fábrica de hielo. Engendro en el que constaba en su panel de obra, había costado trece millones y pico de pesetas, hecho de ese material que se emplea para cierre de terrenos, con una pequeña fuente llena de palos y que por agua tenía la que recibía de la lluvia.
Puerto, puerto, que si no llega a ser por los cuatro bares que le dan vida..... Hasta las chicas de "buena vida" van desapareciendo, mientras las casas se queman o caen.
Los jubilados, -yo no porque no me gusta la pesca, soy impaciente-; en un principio se quejaron, luego, apenas en silencio, no se cuantas horas, hasta que sólo les quedó aquel hilillo de voz que no se escuchaba. Hoy ya no se quejan, únicamente miran para sus lugares de pesca.
Ignoro si les han habilitado otros lugares, pero aquellos al lado de las grúas y en las escalerillas frente a la Lonja, cogían buenos calamares.
En el fondo, pensarán que algo se consigue; que sean los únicos lugares que no están esquilmados, un paraíso para los peces, mientras no les caiga una plancha de hierro en la cabeza, de las que descargan los buques.
A veces, y en todos los sentidos, qué puñetera, pero que puñetera es la vida. Vida?.