domingo, 3 de febrero de 2008
LUCES CAMBIANTES
Para mi, el interior de la cabeza, eso que llaman cerebro, no es tal como dicen un ordenador, en el que se va depositando lo aprendido y lo que se "machaca" a fuerza del estudio. Para mi, es una caja de zapatos de forma ovalada en la que guardo las cuatro cosas que siempre llevo presentes, lo demás aparece. Una de ellas es el mar y el agua. Siempre que tengo ganas, porque obligaciones que yo sepa, no las tengo ni me las impongo, me voy a la mar, a cualquier mar a disfrutar con su movimiento cadencioso, como el caminar de una ciudadana negra, con la que me cruzo de vez en vez; con esas luces tan cambiantes, luz que sale de las infinitas piedras preciosas que la mar oculta, porque es muy coqueta.
Me gustan los ríos, es una emoción muy grande que siento, cuando me acerco al Miño y toco sus aguas, porque me trae a la memoria, que siendo niño, daba de comer a las truchas que se acercaban a mi mano sin temor y que nunca me atreví a tocarles su cuerpo de plata, por miedo a que se le desprendiese.
Pasaba a los islotes y allí, entre la espesa vegetación, jugaba al contrabando, a contrabandistas que era mi gran ilusión, ser uno de ellos; y que guardaba para cuando fuese un poco mayor. Jugaba a pasar café, jabón, aceite en grandes tinajas, tal como hacían aquellos portugueses que veía con unos enormes fardos a la espalda, caminando sobre unas piedras del río de la que ellos conocían su situación. Cuántas y cuántas veces los veía cruzar en la noche, desde el bote en que me llevaban a recoger quilos y quilos de angulas; tal como en la Malata que se recogían, bolsas y bolsas de almejas y berberechos, sacos de mejillones nuestro sostén de la tarde, cocinados sobre una lata de membrillo "El Quijote" y que tras la faena guardábamos entre unos matorrales, hasta el día siguiente.
La mar me ha embaucado. Cuánto tengo paseado por los muelles observando una a una, cada tipo de embarcación. Intenté cuando tenía unos catorce años irme en uno de aquellos mastodontes o en un pesquero, más los trámites se me hacían muy difíciles y el consentimiento de mi padre, imposible. Alguna vez se me pasó lo de polizón, pero encerrado bajo cubierta, no era vida.
Siempre hice barcos de madera a punta de navaja; o de corcho a los que desgastaba las amuras y aletas, rozándolo contra una pared rugosa, luego un palo y una vela de papel y aquella flota de veleros, partían desde el puentecito sobre la carretera, inmediaciones de la Feria de Muestras,hacia mares lejanos.
Cómo y cuánto me gusta la mar. A mi que me han quitado la sal, me la bebería sorbo a sorbo, para como sucede con los vinos, saber su procedencia, dejando que corriese entre mis dedos en busca de compañía.
La mar que siempre tengo cercana; la mar que no olvido, la mar que llevo cobijada en esa caja ovalada que algunos llaman cerebro y que para mi, únicamente es como una caja de zapatos en la que se guarda lo mejor de cada uno.
Sin que la vida intervenga.
Sin que la policía escudriñe.