Nunca entendí ni quiero entender, el caminar insulso, repetitivo de cualquier reloj que no esté muerto en un cajón; no importa el tamaño, no importa su situación, no importa si suenan o no sus potentes campanas, si la esfera tiene números romanos, latinos o no tiene, que también los hay.
El reloj, aparato inmundo que nos va marcando la vida, que nos la quita un poco de ella, con un simple tic o tac, que incluso lo emplea el galeno para controlar el pulso, el corazón, no los sentidos. Es el aparato más infernal que he conocido. Reloj de castigos, reloj que continuamente miraba para llegada la hora abandonar aquel colegio, pero que no paraba y seguía avanzando, para recogerme en el mismo lugar al siguiente día y entonces, se convertía en un reloj de abatimiento, de tristeza cuando tras mirarlo compungido, traspasaba lo que era para mi, la terrible puerta de penitentes. Reloj de pasos y para pasos del galán, que abraza un gran ramo de flores, haciendo el idiota en cualquier esquina, siempre en la esquina esperando impaciente, aquello que tarda en llegar o que quizás, por esos caprichos de la vida, no llegará porque otro, en otra esquina anterior a la suya, también la esperaba con otro gran ramo; pero él seguirá con su desespero, escuchando cada cuarto de hora las campanadas del gran reloj que mostraba en lo alto Simeón, hoy parado, sin vida.
Reloj de difuntos para los vivos, de larga noche cerca del cadáver velándolo, mientras en otra habitación cercana, el cachondeo que hay es apoteósico, sólo falta la orquesta. Las horas no pasan, que se quedan muertas al lado del muerto. Reloj de esperanza que con el paso de los minutos se convertirá en reloj de llanto, de rezo, de adios, de olvido.
Reloj de pobres, reloj de ricos. Los unos de acero al que hay que darle cuerda todos los días y de igual modo, poder a diario sus agujas en hora. El del rico, de oro pulido con correa del mismo metal, regalo de un vicepresidente que a cuenta de un chivatazo en la Bolsa, ha conseguido una gran fortuna. Y es que los relojes regalados, son muy bien recibidos. Si son de oro, mucho mejor y además, se recuerda al donante por un tiempo, antes de llevarlo de viaje a la casa de empeño. Reloj enorme con muchas agujas de traficante de armas, parecido del traficante de heroína para que se sepa, que quien lo lleva manda; pequeño y casi invisible para la puta que controla el tiempo del chulo, calibrado para el policía, con clase para el político, con musiquilla para el obispo, con campanas enormes, para cualquier catedral. Las iglesias de los pobres, marcan las horas mediante un altavoz o dos, unidos a un magnetofón.
Reloj que a mala leche apuras, cuando uno camina al lado de persona que quiere. Tal le sucede ahora al hombre de las flores en la esquina, que pasea ufano, ciego que va, al lado de la que cree su amada, mientras ella prepotente, va saludando, repartiendo lisonjas con un leve movimiento de labios en forma de beso, a todos los hombres con que se cruza. Y el reloj, que ahora mira el hombre de las flores, va llegando a la meta marcada por la mujer, el tiempo de acompañamiento va terminando porque, la mamá de la mujer que lleva al lado, quiere que llegue pronto a casa y de ese modo, callen las malas lenguas. Separados; el hombre de las flores para su casa con gran pena, pero a la vez ilusionado, porque la aguja pequeña del reloj, la de las horas, caminará sin descanso, durante un tiempo que se le hace interminable, para al fin verla de nuevo, si no se disculpa con cualquier enfermedad o desgracia sobrevenida. Lo que ignora, es que ella, continuará la noche sin importarle mamá un carajo, ya que siendo mayor, a nadie tiene que dar cuenta y además, vive sola.
Reloj de arena, que cuando queda en la parte inferior me traslada a una playa del Caribe sin sombrilla. Reloj de muerte en mataderos. A las ocho llega el encargado, a las ocho y media se inicia la matanza que llenará los mercados. Reloj de muerte y sangre en el ruedo a las cinco y cuarto en punto. El torero expira en la enfermería, fue una cornada limpia que le atravesó el corazón. Matanza de cazadores en los montes, en las llanuras, que a las nueve en punto se inicia el oteo, ni antes ni después, a las nueve, hora en que los animales salen del espeso bosque a comer. Uno, dos, tres, mil pedazos de plomo y metralla, que los bichos no saben de donde provienen, que los abatirán por el simple hecho y gracia de matar. Al herido que intente escapar, por no perder la costumbre, le echarán los perros entre grandes risas.
Reloj de misas; celebración a las 10 y a las 13,00 horas, que dice en el papel que el sacristán ha pegado en la gran puerta. No se si van quedando sacristanes. Conocí a uno que trabajaba en la iglesia del Cármen, se llamaba Lito, creo recordar. A los niños, Lito no nos caía nada bien, cojeaba o caminaba doblado y nos miraba de una manera muy cabrona. En esa iglesia, un día encontré tirado en el suelo a un señor mayor. Avisé al cura en la sacristía, cuando llegó ya había muerto. Desde el púlpito, no me citó por el nombre, pero habló de un niño que lo había encontrado y que la muerte la tenemos en cualquier parte. Me ilusionó que se acordara de mi, hasta creo que me puse colorado y no se si la gente me miraba.
Hace años, las misas comenzaban muy temprano, seguramente para los obreros antes de entrar en la factoría. Eso era lo que pensaba. Luego me dijeron que los trabajadores "no estaban para misas". Más tarde me enteré, que las misas tempranas eran paras las beatas, que por lo regular, como las noches no las pasaba muy bien que digamos pensando en la muerte, tenían miedo a palmarla por falta de penicilina, se daban un madrugón y era la manera de estar todo el día, en gracia de Dios. Luego continuaban las misas cada hora, porque había muchos sacerdotes. La de una, para los señoritos que se levantaban muy tarde porque tenían "tete a tete" los sábados, hasta las tantas de la madrugada. También lo decían las madres que éramos de misa de una, cuando tardábamos mucho en hacerle un recado porque, como siempre sucedía, nos entreteníamos con cualquier cosa, con el paso de un tórtola, una gaviota o el avión del acorazado "Cervantes". Reloj, no marques la horas, porque voy a enloquecer...., cantaba Lucho Gatica en la radio, Tomás Morado, en las verbenas.
Reloj de cuco, reloj de emigrantes llegados de Suiza del que le cuelgan unas largas cadenas del interior de su caja, caja que tiene una puertecita por lo que aparece en las horas, algo que parece un pájaro de plástico. El cuco es más grande, es el que pone los huevos en otros nidos para que le críen a su cría. Reloj pomposo de salón, siempre ocupando la esquina más visible, que se enteren los vecinos que buen dinero nos costó, eso es lo que piensa la mujer, no dice que le tocó en la herencia de una tía que jamás visitaban y a la que odiaban. Y allí, en la penumbra, dormita el tiempo sin pena ni gloria, colgándole un péndulo de filigrana en acero y debajo, gran sol de metal en el que hay escrito una C y una V en escritura romana, como las que hacíamos en clase en la libreta de caligrafía.
Cada hora, sin fuerza, un martillo golpea una especie de caracol hecho con un alambre de hierro, haciéndolo sonar con un tono parecido al del general, que en la sala contigua, cuenta batallas a los nietos a golpe de tos y de cañón. Mi abuelito tenía un reloj de pared, que tocaba la una, las dos y las tres que escuchábamos en la radio de válvulas, no recuerdo si también, saltando a la cuerda.
Cuando caminaba a clase, bajaba la calle del Hospital porque, casi al lado de la tienda de Modesto y cerca también de la tienda del "Lorito", había un hombre que trabajaba al lado del cristal de la ventana, mirando hacia la calle. Me paraba siempre frente a él, porque me llamaba mucho la atención, una especie de pequeño pismático que le había nacido en el ojo derecho. Lo miraba quieto y cuando el hombre notaba mi presencia, me saluda levantando el brazo y la cabeza. Era entonces cuando aquel prismático negro me miraba y hasta me asustaba, pensando si en la distancia, era capaz de verme las orejas y saber, si las llevaba sucias o limpias.
A partir de ahí, mi máxima ilusión fue la de estudiar mucho y de mayor ser relojero, para que me naciera como a él, un pequeño prismático sobre el ojo y de ese modo tener cerca los aviones, los barcos al salir por la bocana de la Ría, Chamorro en día de fiesta pero, al poco supe, de la poca paciencia que tengo, para colocar tanta ruedecita sin que se vayan a freír puñetas las demás, amén de un enorme corte que me di en un dedo, un día que manipulaba la cuerda de un despertador.
Reloj elegante, que la gente mayor llevaba en el bolsillo del chaleco y del que salía una cadena de acero o de metal que se ataba a uno de sus botones. También en el bolsillo superior de la chaqueta, entonces la cadenilla, terminaba en la solapa como una insignia. Cuando mi abuelo tiraba de la enorme cadena del "Rosco" -la marca, creo-, aparecía por arte de magia en su mano, entonces, me sentaba a su lado para enseñarme como se leían las horas. En el colegio, teníamos un gran reloj de cartón,que la maestra iba girando con la mano, sabíamos de sobra que no tenía maquinaria. Como si fuésemos bobos. Otros relojes al abrirse emitían un sonido de campanilla, el hombre miraba su esfera para decir; "Es hora de ir a echar la partida". Todos los días del año, a esa misma hora el hombre miraba el reloj y decía: "Es hora de ir a echar la partida". La esposa, pegada la oreja a la radio, escuchaba lo de siempre : Y a continuación, para ustedes, el capítulo 512 de la novela llevada a la radio "Ama Rosa". Luego, sin apenas descanso, otra que titulaban: "Matilde, Perico y Periquín".
Camino sin reloj, porque no tengo ya horario que cumplir, ni cita a la que asistir. Estoy más que seguro, que esa máquina perfecta, no es un gran invento aunque mida la felicidad de un instante, aunque marque el desespero. "Qué tarde es y sin poner la comida al fuego"; " Llega usted muy temprano -dice el del banco-, no abrimos hasta las nueve. Vaya usted a tomar un café". Y el pobre hombre, sin un duro en el bolsillo, qué café quiere que tome. "¡Date prisa!, que el tren no espera ni un segundo". " ¿Hace mucho que comenzó la película?, unos veinte minutos. Gracias ". "¿Tiene hora?. ¿Aún?. ¿Tan tarde?.
Decía mi gran abuelo, que un reloj de bolsillo le había salvado la vida, porque en él, había golpeado la bala que salió de una pistola. Hoy me parece aquello una gran mentira como cuando aseguraba, que en la cabeza tenía alojada una bala que no le habían podido extraer. ¡Toca!, ¡toca! me decía, y yo, tocaba un pequeño bulto incrustado en el hueso occipital, que en verdad se movía de un lado a otro.
Si alguna ves nos encontramos de nuevo, espero me digas la verdad.
Es que la duda me puede.
Me pueden tantas y tantas dudas...