Ayer en Compostela, el color rojo ocultaba a los purpurados. Ayer en Compostela la piedra de la catedral se puso un traje nuevo e incluso las campanas, dicen, sonaban como jamás lo habían hecho y el pícaro Daniel, en momento alguno dejó de sonreír a quienes alzaban el rostro, para admirar el pórtico más hermoso de todos los pórticos que puedan existir. No se si el Papa dio los croques preceptivos sobre la cabeza del maestro Mateo. No, no lo creo, sería rebajarse a un nivel a todas luces inferior, ya que el buen señor que gobierna el Vaticano, tiene la condición desde el momento en que fue elegido por otros hombres, de la infalibilidad, vamos, que no puede equivocarse como tu o como yo; por tanto, el maestro artista, constructor, siempre quedará en el plano inferior, a la altura de los hombres que se agachan para golpear la cabeza contra la suya, en busca de un conocimiento que jamás le llegará por ese medio. Con el esfuerzo, seguro que si.
Se quejaba en el avión que le traía sobre la poca fe de los españoles, semejaba la de los años treinta. Me da que nuestra historia no la conoce y que hemos pasado de ser corderos que para todo necesitábamos las bendiciones de la iglesia, a un estado laico y que cada cual, en libertad, escoja lo que quiere, lo que le conviene. Al menos ahora, ningún jefe de estado, de momento, camina baja palio. Al menos ahora, han dejado de ser tan poderosos, tan altivos. No mezclo a todos en el mismo saco. Los hay generosos.
Los paisaniños, los peregrinos, lo recibieron mejor que se recibe a cualquier otro jefe de estado. Se quejaban únicamente, de que el auto pasase a gran velocidad ante las gentes que llevaban horas esperando ver a Su Santidad. Será que hay que cumplir un horario, eso a los paisanos les importa un bledo, sólo querían verlo y lo merecían. No ha sido culpable el hombre llegado de Roma, también lo sé, debería haberse informado antes, de la paciencia y buena voluntad que sobre si, llevan los gallegos.
Ayer en Compostela, las tribunas ocupadas por ropajes rojos, sobresalían del resto de los colores apagados que agrisaban la plaza del Obradoiro.
Hoy que camino en medio de abedules, castaños, plátanos, pinos enormes, y en medio de todo ello el vestido rojo de una mujer que no oculta ni puede con los ocres, carmines, amarillos, sienas que la rodean, porque esos, son los colores que el otoño va vistiendo a la naturaleza.
Me encanta el otoño, me trae recuerdos fantásticos que llevo archivados en mi mala cabeza y a los que dejo salir en ocasiones.
Siendo chaval, el profesor de literatura, nada amigo de nadie, nos puso como trabajo una redacción sobe el otoño. Redactar es un trabajo que se hable de lo que se hable no se me hacía difícil, la imaginación de un soñador puede llegar a cualquier parte e incluso, pasar fronteras sin necesidad de llevar pasaporte.
Al siguiente día, los compañeros van leyendo las suyas. Me toca hacerlo y cuando llego a la frase :" .. con sus puestas de sol, pálidas como la sonrisa de un enfermo..."; el hombre casi grita que la repita otra vez; otra más y otra que leo ya medio asustado. Emocionado me dio la nota de un catorce, cuando la máxima era un diez. Así funcionaba aquella cabeza de la persona que día si, día también nos molía a palos. Terminó la clase, fuimos abandonando el aula y al pasar a su altura me dio la lista de asistencia y notas para entregar al jefe de estudios. Mientras bajábamos la escalera, todo eran parabienes y golpes en el hombro de mis compañeros, es que había conseguido un catorce, inaudito. Llegados a la gran sala entrego la lista, que el jefe de estudios repasa. De repente se echa a mi y me muele a palos. Cansado de golpear, mirando al resto suficiente, pregona: - Ni tan siquiera sabe falsificar las notas-.
Aclarado el asunto, ni el más mínimo perdón salió de su boca, ¿cómo se iba rebajar ante un chaval?. Y así todos, todos los días.
Es época en que temprano tomo un tren que me dejará en cualquier punto mientras el convoy sigue hacia Oviedo. Al bajar, siempre en un andén solitario, con un frío horrible porque el sol no ha salido, me obliga a caminar muy apurado. Las estaciones suelen estar un tanto alejadas del pueblo, pueblo por el que paso de largo. Tras las montañas el sol avergonzado asoma. Entro en un sendero que no tengo la menor idea de a donde me puede llevar, más no me importa, lo que me emociona es la luz del sol filtrándose entre los árboles y arbustos volviendo el ambiente del todo luminoso, los colores impresionantes, únicamente se echa de menos allí, los músicos de la catedral de Compostela, haciendo sonar sus instrumentos. No llegarán, jamás podrán llegar, son músicos que no pertenecen a este mundo, músicos para los elegidos y para los purpurados.
Hay un arzobispo que se sale, un arzobispo me me hubiera gustado conocer e incluso pertenecer a su iglesia y hablo del llamado Milingo, que por el África profunda camina impartiendo para muchos, su equivocada doctrina. Pienso que con el tiempo, como siempre sucede, será la buena.
Milingo, en su día casado con una seguidora de la secta "moon", iglesia que se dice cristiana con mezcla budista que sacó a la luz un ingeniero surcoreano. El buen arzobispo también en sus ratos libres practica el exorcismo, senador que grabó un disco que presentó en el festival de San Remo, que luego se casó con una cuarentona surcoreana. No tardó mucho el papado en excomulgarlo. Lo mismo que me sucedió en Mallorca, allá por los años sesenta, cuando tenían el poder que tenían. Quien gritó lo de excomunión, fue un cura con comportamiento excesivamente afeminado, sin saber el gran favor que me hacía ya que de ese modo, no participaba en sus anodinas enseñanzas.
Del mismo modo, digo y diré que he conocido y conozco, sacerdotes fantásticos. Uno que no menciono, en una ocasión me llamó "ateo católico". Quizás tenga razón, al menos es una religión que prohibe matar, no está a favor del apedreamiento de mujeres, ni corta la mano a quien roba ni la lengua a quienes mienten y no los alaban. No conozco más bondades, pero tal como el mundo camina, me parecen suficientes. Es que no quiero hablar de la pobreza del Vaticano y otros templos que le siguen. Al menos su jefe, no quería eso. Ha venido el Papa, al que le han dicho la situación actual de España, lo que no le han dicho, es el precio de tanta propaganda, de tanto oropel.
El otoño añade los carmines más hermosos que se pueden dar a las vides un tiempo después de que se hayan vendimiado. Al carmín se unen violetas, ocres, el verde esmeralda que poco a poco se va apagando, los cadmios y el rojo violeta que queda en pequeños racimos que no han cortado por las prisas de hacerlo antes de que lleguen las lluvias. Es tan hermoso todo, que a mi juicio, la primavera no puede conseguirlo por mucho que muestre flores y más flores de todo tipo y condición.
Asocian a la primavera las edades de los jóvenes, es el nacimiento de la vida, otro año más. Todo brota, todo revienta, hasta los riachuelos bajan generosos. El otoño, por contra, es la vida que se va, la caída de las hojas, esquelas llenando páginas y páginas en los periódicos, siempre al lado de los "contactos", encuentros no se si en la tercer o cuarta fase, que más da, con tal de que la gente se encuentre de nuevo, todo es válido e incluso puede ser maravilloso. El caso es que haya encuentro.
Quien tenga la gran suerte de poder pasar un otoño en medio del campo, que luego me diga si es o no cierto lo que digo. Los que por obligación permanecen en las aldeas, no pensarán de igual modo, pero yo, que he pasado a la lista de los no trabajadores, lista de vagos; afirmo que es lo mejor que me ha pasado. Es que lo he vivido de niño con todas mis fuerzas y de mayor con toda la ilusión, que ha sido mucha.
El Papa ha dejado Compostela santificada, incluidas las prostitutas no importa la nacionalidad y a continuación, ha partido. El que escribe, se santificará a si mismo cuando llegue a lo alto de los montes, en donde todo es silencio, en donde es raro que te encuentres con alguien. Los montes en donde el odio, el engaño, la falsedad, no están presentes.
De ese modo me santifico. Claro que al bajar, de nuevo mezclado con el resto que camina triste, sigo siendo uno más.
Y me alegra un montón, seguir siendo uno más, que no hace daño.