jueves, 11 de noviembre de 2010

EL PRECIO DE UNA BOFETADA.







Leo en un periódico, la petición de cárcel para una profesora. El motivo, dar una bofetada quizás merecida, al director del colegio en donde estudia el hijo de la buena señora.  Nada menos que le piden año y medio de cárcel.  Si le llega a dar un par de buenas ostias, la llevan a tierras en que todavía sigue existiendo la horca o el corte de manos.
Le imputan a la dama, nada más y nada menos que un delito de atentado a funcionario público. No sigo leyendo, la sangre ha comenzado a hervirme y hasta puedo descargar, lo que me quema por dentro, contra la jaula del canario que no tengo.
En toda la Península y fuera de ella, se reconocen como mártires, a todos aquellos que permanecieron luchando en una guerra sin sentido, y es que ninguna guerra la tiene. Es bien sabido que sólo unos pocos, querían esa guerra, el resto, de una lado, de otro; fueron simplemente arrastrados y tanto se cometieron barbaridades en un lado como en otro y vamos a dejarnos de historias.  Me alegra que los hagan mártires y si hace falta, los suban a los altares. Es una pena, que no concedan tal distinción, a unos trescientos alumnos de una colegio de esta ciudad, allá por los años cincuenta de nuestra era y digo de nuestra era, porque lo que sucedía en él, no sucedía ni en las batallas de la baja o alta Edad Media.
Y es que en ese lugar, los alumnos, sufrieron las mayores penalidades que se puedan dar, por culpa de unos seres que se hacían llamar profesores y lo que eran, no miento, unos desalmados, unos enfermos que en vez de estar internados para intentar su curación, campaban a sus anchas, admirados por unos, aplaudidos por los más mientras, al llegar a las clases, se convertían en bestias que descargaban en unos niños, el veneno que llevaban dentro. Sin razón alguna, que es necesario decir porque los palos dado con ira, nunca tienen sentido.
Un colegio de locos para niños sanos.  Toda una sinrazón a la hora de golpear con un palo en la punta de los dedos hasta que no los sentías -ahí aprendí a morderme las uñas y continué hasta los cuarenta años-, vareazos terribles en donde cuadrase.  Unas maderas nobles y duras, les servían para hacer aquellos palos calibrados a fin de que hiciesen daño en las costillas, en la espalda e incluso en el rostro.  Donde más en el culo, el culo les encantaba. Más de una vez, con el disimulo de colocarlo bien, para pegar, lo tocaban para a continuación, soltar una sarta de palos en medio de gritos terribles, gritos de orgasmo, ahora pienso.
Y ahora, porque la mano de una mujer que da un sopapo a un director -habría que calcular la calidad y dureza-, porque, si es bofetada, la ha tenido que dar con la mano abierta que no causa apenas dolor.  Pero no, el macho se queja y pide cárcel.  Espero que se lo haya pensado bien y frene la situación.
Lo nuestro era una dictadura y ahora, con menos violencia, mucha menos, se repite la situación. Seamos claros, Cuando cientos de personas en la vía pública, lanzan objetos contundentes contra funcionarios públicos que visten uniforme, el noventa por ciento de los paisanos se van de rositas y los que han podido capturar, los que también han roto escaparates y mobiliario público, al poco los sueltan, no vaya ser que cual o tal partido que los ampara, no firme los presupuestos generales.
Si a la buena señora le piden cárcel, ¿qué tendrían que pedir para aquellos que día tras día nos mazaban?. Hay una diferencia,que nuestros padres no se enteraban y el que se enteraba, con lo de "algo habréis hecho", finalizaba la conversación, si conversación se le podía llamar, mientras se atusaba los enormes mostachos.  He visto espaldas y culos de compañeros de todos los colores, mazados a más no poder, así estaba yo para no desentonar. ¿Tenía conocimiento el juzgado?, ¿se preocupan las fuerzas públicas?. Ni les importaba.
Uno de los veranos, teníamos cada dos días clase que duraba una hora o menos porque siempre llegaba tarde o muy tarde con el peor de los pegadores.  Algún compañero que no recuerdo, propuso hacer un listado e ir anotando al lado de cada uno, los palos que nos iba dando. Gané yo por rebelde, con alguna ventaja sobre el segundo y es que, el cuerpo estaba tan hecho a los palos, que había evolucionado lo mismo que evolucionaron las especies y ni sentía, ni penaba.  Creo recordar que pasaron de trescientos los palos que me dió en el trasero aquel mal nacido, durante un mínimo tiempo que nos tocó la puñeta.
Claro que la letra con sangre entra, lo afirmo, pero no son formas.  Me encontré también con profesores que con su buen hacer, con amabilidad me ganaron y de ese modo todo quedaba en el cerebro no en el cuerpo y unas ganas locas de no fallar a esa gente que tan bien se portaban, que depositaron en mi su confianza.
Jamás he pegado a un niño ni lo consideraron necesario.  La palabra tiene más fuerza que un palo, que unos gritos, que la locura momentanea o perpetua de la persona enseñante.
Tiene que ser joven el director; a los mayores no se abofetea, porque van cargados de sensatez y son capaces, de sonreír a la señora tras recibir su torta y decirle, como alguien dijo: "Sus manos, señora, no ofenden", aunque las llevase sucias,  aunque le doliera hasta el amanecer. Esa es la diferencia. Es que no me entra en la cabeza esa denuncia por mucho funcionario que sea y espero, que su abogado, consiga que todo ello termine con un abrazo.  Un abrazo y aseguro, que serán las personas más amigas que hay bajo las estrellas.
Cuando alguien mayor tras una pelea de críos, nos decía que nos diésemos la mano, claro que la dábamos, pero dentro perduraba el rencor. Cuando nos decían "daros un abrazo", que  se daba con golpeo en la espalda del contrario, aquello iba a misa en el sentido que le estamos dando a la frase, dado que los curas no tenían que bendecir tal abrazo que conseguía hacernos inseparables amigos.  Y hablando de curas, en los colegios, su sentido de paz, de amor de perdón lo dejaban colgado en la iglesia o a la entrada.  Se volvían hombres como aquellos que pegaban, poníamos una y otra mejilla y más pues,  eran  perdonados por su dios y era del todo lógico y justo, ya que perdonó a su hijo, cuando en el templo repartió latigazos a diestro y siniestro.
Y que una simple y leve bofetada pueda alterar el orden de la buena convivencia entre dos colegas. Lo siento, pero no me entra.
Me queda de aquel colegio, además de palos en el cuerpo, cerebro y alma, el recuerdo constante y cariñoso hacia un gran profesor, don José Leyra.  Lo estoy viendo el primer día de clase en el aula del laboratorio.  Es por la tarde, poco más de las tres y media y el hombre pasea de un lado al otro sin decir nada.  Los alumnos que no lo conocemos lo vamos siguiendo con la mirada, como en el tenis.  Al poco se para en el centro, serio dice: ¿Qué coño están mirando?. No sean memos.
Ay¡, aquel coño que con doce años, escuchamos en boca de un profesor. Esperábamos su clase como el labriego espera la lluvia porque, a cualquier pregunta que le hacíamos, tenía una respuesta enciclopédica, tanto era su saber. Y si no van a venir a clase, me avisan, que tampoco vengo. Estoy seguro que todos los que tuvimos la suerte de conocerlo, lo tenemos siempre presente.
Hoy, que nadie pega a nadie dentro del colegio...., no sigo, prefiero callar.  No sigo por este lado, que me canta un oído porque, todavía hay abusones; son los niños.  Los profesores callan y sufren.  Los términos invertidos.  Tampoco es justo. Director, que has sido elegido por los propios profesores y no por oposición, aprende a perdonar. En esta vida, a la larga, si no eres justo, todo se vuelve contra uno.  La mujer se equivocó, parece ser que tu también,  Un abrazo y daros la paz que dicen los otros. Daros un beso púdico a la vista del niño, dejaron de chorradas que no conducen a nada.
Y es que la vida, nunca está de acuerdo con la vida. Ni con las personas sean de la condición que sean. Y si me aprietan, ni de los gatos.

Os recuerdo, allá en donde estéis, viejos profesores y profesoras que me habéis comprendido. No era tan difícil, ¿verdad?. Es que la bondad, mueve el mundo.

BOFETADAS