sábado, 20 de noviembre de 2010
CUENTO DE UN AMIGO RUSO.
Un día, navegando por uno de esos mares, avistamos una balsa. Nos fuimos acercando y en su interior un ruso que no paraba de cantar. Los mofletes colorados, ojillos muy vivaces que nunca estaban quietos y una barba parecida o yo diría que igual, que la que llevaba el aduanero pintor Henri Rousseau. Una vez en el barco se hizo muy amigo mío y entre tragos y tragos de vodka, cuando la nariz se le ponía coloradita, me contaba historias de su pueblo, de la gente, de su modo de vida. Un día le dije, ¿os contáis cuentos cuando hace frío?. En Rusia, siempre hace frío y claro que nos contamos cuentos. Cuéntame uno- le digo-, sonríe , tose unas cuantas veces, otro trago de alcohol, dice:
Érase que se era, un acreditado comerciante que poseía grandes riquezas y que vivía con su bella mujer. Sin embargo, el matrimonio no era feliz porque no tenía hijos, hijos que deseaban fervientemente y por ello, pedían a Dios todos los días que les concediese la gracia de tener un hijo que los hiciese muy dichosos, los sostuviera en la vejez, heredase sus bienes y rezase por sus almas una vez muertos.
Para agradar a Dios ayudaban a los pobres y desvalidos dándoles limosnas, comida y albergue. Idearon construír un gran puente a través de la laguna pantanosa, para que todas las gentes no diesen tanto rodeo. El puente que costó mucho dinero pero se hizo.
Una vez terminado dijo a su mayordomo Fedor: Ves a sentarte debajo del puente y escucha lo que la gente dice de mi.
Así lo hizo. Primero pasaron dos mujeres que sólo hablaban de la carestía del mercado. Luego dos jóvenes discutiendo sobre que marca de bicicleta es mejor. Al rato, tres ancianos que decían: ¿Con qué compensaríamos al hombre que mandó construir este puente?. Le daremos un hijo que tenga la virtud de que, todo lo que diga se cumpla y todo lo que pida a Dios le sea concedido.
El mayordomo regresó a casa. El comerciante pregunta: ¿Qué dice la gente Fedor?. -Dicen cosas muy diversas: Según unos, has hecho una obra de caridad. Otros dicen que es una vanagloria.
Aquel año, la mujer del comerciante dio a luz. El mayordomo envidioso de la felicidad ajena y deseoso de hacer mal a su amo, aquella noche, cuando todos dormían, cogió una paloma, la mató, manchó de sangre la cama, los brazos y rostro de la madre, robó al niño, que dejó para que lo criase una mujer de un pueblo lejano.
Cuando despertaron los padres y no lo hallaron, el astuto mayordomo, señaló a la madre como culpable de la desaparición.
¡Se lo ha comido su misma madre- dijo-, señalando los brazos y boca manchados de sangre.
Encolerizado el comerciante, hizo encarcelar a su esposa. Transcurren los años, el niño crece y Fedor se despide del comerciante yéndose a vivir a un pueblo a la orilla del mar y con él, llevó al niño.
Aprovechandose de su don divino le decía: Di que quieres esto, di que quieres lo de más allá.
Apenas el niño pronunciaba su deseo se realizaba al instante. Un día dijo al niño: Di que aparezca aquí un nuevo reino y que desde esta casa hasta el palacio del zar, se forme un puente sobre el mar de cristal de roca y que ha hija del zar se case conmigo. El niño pidió y al instante se extendió el maravilloso puente, aparecieron suntuosos palacios de mármol, innumerables iglesias y altos castillos para el zar y su familia. Cuando el zar se levanta pregunta, ¿quién construyó esta maravilla?. Los cortesanos dijeron que había sido Fedor. Si Fedor es tan hábil, le daré por esposa a mi hija.
Se hicieron los preparativos, a continuación una gran boda. Fedor vivía en palacio del zar, comenzó a tratar mal al niño, lo hizo criado suyo, le reñia y pegaba continuamente, dejándolo a veces sin comer.
Un día la mujer preguntó a Fedor cual era la causa de su don maravilloso si antes sólo eras un pobre mayordomo. Fedor le dice que lo ha conseguido por el niño que ahora llora en el ricón de la habitación, niño que robé a su padre, mi antiguo amo.
Cuéntame como- dice la mujer -, el mayordomo se lo cuenta con pelos y señales: Estaba yo de mayordomo en casa de un rico comerciante al que Dios había prometido que tendría un hijo de tal virtud, que todo lo que dijera se realizaría y todo lo que pidiese a Dios le sería dado. Por eso, apenas nació el niño se lo robé.
El niño, tras haber oído estas palabras, salió de su escondite y dijo al malvado Fedor: -¡Bribón!, por mi súplica y por voluntad de Dios, transfórmate en perro-.
Apenas pronunció estas palabras, el mayordomo Fedor se transformó en perro. El niño, le ató al cuello una cadena de hierro y con él, se fue a casa de su padre. Una vez allí, sin decir al comerciante que era su hijo le pidió unas brasas del fuego que ardía. ¿Para qué las necesitas?.- Porque tengo que dar de comer al perro-.
-¿Qué dices niño?. ¿Dónde has visto tu que los perros coman brasas ardientes?.
¿Y donde puedes ver tu que una madre se pueda comer a su hijo?. Padre, que soy tu hijo y que este perro es tu infame mayordomo Fedor, que me robó de tu casa y acusó falsamente a mi madre.
El comerciante quiso conocer todos los detalles y una vez seguro de la inocencia de su mujer, hizo que la pusieran en libertad. Luego se fueron todos a vivir al nuevo reino que había aparecido a la orilla del mar y en donde el sol brillaba todo el día, por deseo del niño.
La hija del zar volvió con sus padres y el mayordomo, al que ningún herrero consiguió quitarle la cadena que lleva al cuello, sigue como un perro de un lado a otro, sin que nadie le quiera.
Cuando termina de contar el cuento, los ojos de mi amigo Ivan que así se llama, estaban llenos de lágrimas. Le digo: -Pero Iván, si solamente es un cuento, Bonito si es pero no tan triste como para hacernos llorar.
El hombre se desconsuela más cada vez que le hablo. Otro trago de vodka, otro más y al poco, se queda dormido sobre la mesa.
Lo dejo, me voy a mirar la mar que ahora está más bella que nunca; un poco enfadada si, pero es que tiene tantos colores..., no me extraña, es domingo. Estamos unicamente ella y nosostros, la tierra queda tan lejana que ni se ve. De vez en cuando a lo lejos un par de ballenas nos cruzan pero no me contestan al saludo, quizás no me hayan visto.
Al anochecer despierto a mi amigo Ivan. Alza la cabeza, me mira, se frota los ojos, suspira.
¿Por qué llorabas?- le pregunto-.
Se cerciona que estamos solos y me dice en voz baja: Yo soy Fedor, el mayordomo malo.
¡ Imposible !, le digo. Si era un perro, como es que ahora te has convertido en persona.
Un día, arrastrando aquella terrible cadena llegué al pueblo hermoso que está al lado de la playa, en otros tiempos mío por voluntad de un niño. Esperé paciente días y noches en la puerta del palacio en que vivía el comerciante, su esposa y el hijo. Busqué el lugar de la lluvia perpetua que llena los pozos y los ríos y allí permanecí mojándome mes tras mes. Dejé de comer, estaba tan delgado que un día, el hijo del comerciante, al que había hecho tanto daño, me vió en tal mal estado que me arrancó la pesada cadena, me curó las heridas, me dió de comer y beber durante unos dos meses al cabo de los cuales, me introdujo en una balsa de goma con techo y una luz en todo lo alto, la llenó de comida y vodka y me echó al río. El río me condujo a la desembocadura y luego al mar. Ahi estuve muchos días, no se cuantos hasta que vuestro barco me encontró.
¿Y ahora que harás?.
-Si me llevas contigo seré tu mayordomo-
Si, te llevo, pero no busques poderes, que carezco de ellos.
Hoy en día, Fedor, no es mi mayordomo. Un hombre debe valerse por si solo sin que nadie tenga que vestirlo, calzarlo, bañarlo, peinarlo... Fedor es mi amigo, un amigo que me cuentas hermosos cuentos, que apenas come pero que bebe vodka constantemente. Jamás lo he visto borracho.
Y lo bueno de todo, los niños le quieren. ¡Claro!. Como sabe tantos cuentos...
Para Inés, una pequeña amiga, mientras crece, mientras busca su lugar en el mundo.