María, mi pequeña vecina, de cabellos rubios como esas coronaciones que llevan los ángeles y los santos, llama apurada a la puerta de mi casa. Abro, lo único que escucho son hipos y llanto. ¿Qué sucede María?.- Mi gato, mi gato-. Tira de mi sin pensar que mi ropa no es la más apropiada para ir de visita, pero me importa un rábano, lo que en estos momentos interesa es aclarar lo que le ocurre a mi amiga. En el ascensor me agacho, le cojo las manos, le pregunto: -¿Dime qué ha sucedido?. María más hermosa que nunca, con esos grandes ojos llenos de dolor me señala no se a donde. Al fin, en la calle tira de mi, me obliga a seguirla y al doblar la esquina de un edificio, en la calle, no muy lejos de la acera, me señala un animal espaturrado.
No me atrevo a mirar aquel amasijo. Si fuese capaz, hoy seguramente estaría operando a diestro y siniestro o extendiendo recetas, pero no, la visión de una simple gota de sangre se me hace del todo imposible y aunque los demás estén viendo una simple gotita roja, mi mente ve millones, como si en ella tuviese un microscopio.
Miro a María que ha cesado de hipar. Acaricio su carita al tiempo que le pregunto: - ¿Es él?, ¿es tu gato?. Silencio. Al poco afirma. Claro que es su gato, el gato gris marengo que conocí, no era un gato de marca, era más bien un gato de palleiro o pajar.
Personas me cuentan, que por encima del gato pasaron las ruedas de un enorme camión que para jorobarla más, llevaba un remolque acoplado. Éramos pocos, parió la mamá de mi mamá.
María me habla de hacerle un entierro. Mi mente me dice: - No se ocurra cogerlo, ni lo intentes que te caes redondo en medio de la calle- y no lo haré, aunque me den todo el oro del mundo. No echo la mano a esos despojos, aunque estén a punto de colgarme y es que su simple visión me pone malo. La niña me mira interrogante y yo que no puedo, que ni tan siquiera soy capaz de tocarle al rabo gris, que al parecer le ha quedado entero, aunque quien sabe como están las vértebras.
Un hombre que se dedica a la limpieza de la calle, bendito sea por siempre, se acerca a la niña para decirle que lo enterraremos. Lo recoge con la pala ayudado por una escoba, una gran mancha en el pavimiento y ahora los tres, como si fuera un entierro de verdad, caminamos en silencio hacia un campo que no señalo para evitar problemas. La niña con la frente alzada no se si reza o habla con lo que queda, es que siempre se han entendido. Pienso mientras camino, que si del camión le han pasado siete ruedas por encima, no habrá forma de revivirlo. Se entierra. Con dos palos le hago una especie de cruz que entrego a María que con suavidad clava en la hierba.
Me pide María, que le rece al gato, que ella no sabe y yo, gilipollas, allí me veo orándole un padrenuestro al minino, del todo ilógico pero en la vida hay que estar a la calor y al frío. Luego unas palabras con semblante serio porque era un buen amigo de la niña y por tanto, se lo merece: " Hoy, con el alma lastimada, llevamos a la tierra lo que la tierra nos dio. Nunca te olvidaremos gran gato que ahora tu alma vuela en busca de un descanso merecido... María me coge la mano y me tira de ella, - Dile que lo quiero mucho- . Faltaría más; se lo digo y también le aconsejo que se acueste tempranito que en las alturas hace frío. Amén.
Lo que me puede, es la cara de dolor que tiene la otra persona que nos acompaña, como si no estuviese acostumbrado.
Me hubiera gustado darle algún dinero al enterrador pero bajé sin un céntimo, tal como estaba tanta era la prisa de la niña. Como lo conozco, otro día tomaremos un café, le agradeceré con todas mis fuerzas, la ayuda que me prestó.
Se que María está sufriendo como si hubiese perdido a un familiar y la comprendo. Si hace años, algún coche termina con la vida de una gallina que crié con todo el amor y que era mi amiga, no se lo que hubiese pasado, hubiese como María, ser la persona más infeliz de este mundo.
Caminamos hacia casa. La niña de vez en cuando gira la cabeza hacia el lugar en que el gato "descansa". También de vez en cuando suspira y me aprieta la mano. Luego me pide que se lo cuente a sus padres. Claro que lo haré.
- María, ¿quieres que te compre un gato?, ¿quieres que te robe uno?, mientras le sonrío con picardía. Abre sus enormes ojos para decirme que de momento no, que está muy "compungida". No te joroba, una cría de apenas cinco años y ya sabe como colocar en la oración el adjetivo. Los críos no dejan de admirarme, por eso me encanta estar con ellos. Antes, los engañaba facilmente contándoles mis "batallas". Hoy leches, en medio de la narración son capaces de preguntar que les señale en un mapa, longitud y latitud a la que está el pecio y como no se lo expliques debidamente, apañados vamos. Quizás al final, la televisión, puede enseñar, pero tengo dudas. Quizás la 2, es lo que dicen.
En soledad, pienso en lo inútil que soy ante un poco de sangre. He presenciado autopsias por razón de trabajo, pero al no haber sangre, me suponía la misma sensación, que la que me produce la visión de una carnicería llena de animales colgando.
Estudiaba hace años en un colegio situado encima del cine Cinema. Al salir o escapar de clase -no recuerdo-, en el cruce con la calle del Sol, ante mi, un hombre que subía en motocicleta colisionó contra un camión. Vi al hombre tendido en el suelo y un gran charco de sangre a su lado, o al menos me lo pareció. No fui capaz de acercarme por si podía ayudar. Salí corriendo hacia la Plaza de Armas gritando, pidiendo ayuda. No se si acudió gente, gritar grité con todas mis fuerzas enseñando el lugar, ni quise mirar desde lejos, subí hacia casa por otra calle paralela, temblando.
Mañana, cuando a María le haya pasado un poco la pena, le preguntaré si quiere que le compre un gato marengo, no de marca, si de palleiro o pajar que viene siendo lo mismo, como el que tuvo y al que le contaba historias y secretos que al parecer, el micifuz entendía.
Entre nosotros y ahora que no nos escucha. El gato estaba atontado por tanto mimo, por tanto echar siestas en los brazos de María, por tanto rollo que le escuchó y eso a mi parecer, fue la causa que cuando se vio libre y salió a la calle por donde las gentes caminan, no estando acostumbrado; le echó sin saber, un pulso al camión seguramente porque se lo vio hacer en la tele a la Hormiga Atómica. Por eso, se colocó ante las ruedas del enorme trailer y palmó por idiota.
Siete ruedas que le pasaron por encima. Siete vidas, una por cada rueda. Si llega a ser un motocarro, un susto y a continuar probando mezclas de verduras, que la niña le daba, mezcladas con zanahoria, todo en crudo, tal como se recogen en la huerta. No hay gato que lo aguante.
Pobre gato. Está en la gloria.
Y yo también.
A todos lo gatos muertos en acto de servicio o con ocasión de él.