Como sucede en todas las casas, casonas y castillos que hay por el mundo, en el palacio real de Túnez, no gobernaba el elegido por los hombres y las divinidades, el llamado Ben Alí. Quien en verdad lo hacía. era su interesada y prepotente esposa. En su palacio cubierto con mármoles de todas las partes del mundo, incluido el de Porriño, donde los sirvientes vestidos de uniforme verde esmeralda, limpiaban con primor mesas doradas, lámparas infinitas del más bello cuarzo con incrustaciones áureas y pasillos cubiertos con las maravillosas alfombras persas, egipcias, de la misma Ankara, por la que entonces caminaba la altanera Leila Ben.
Sumisa, cuando su esposo Ben Alí recibió los más altos honores y se alzó con el poder tunecino, luego vino el cambio de la mujer. Fiestas que tuvieron muchos días de duración, continuamente aplaudidos y alabados y mientras ello sucedía, la esposa pensaba en que aquello no podía ser duradero por tanto, era bueno de hacer acopio de lo que se pudiese y vaya si lo hizo. Su esposo a partir de entonces aparecería en estampas, colgado -en el buen sentido- en las paredes de todas las escuelas, en todos los centros militares sin olvidar los religiosos, ella empaquetaba y guardaba. El uno hacía de cigarra, la otra de hormiga guardadora.
Las poblaciones siempre han ignorado que el llamado cabeza de familia, no manda en la casa ni por asomo, el elegido por los hombres y dioses tampoco gobierna, quienes manejan en verdad, son las esposas, todas las esposas que hay en el mundo y como no podía ser menos, la suya. Y es que Leila se desplazaba flotando por los salones, dos eunucos la llevaban en volandas para no destrozar sus pies, sabía que su palabra a partir de entonces, se convertiría en la más poderosa del estado. Y así fue.
Han pasado muchos años de aquella mañana soleada en que llegué a Túnez formando parte de la dotación de un barco. Su luz, sus playas, sus cafetines, los vestigios romanos habitados en sus tiempos por los Cartagineses. Ruínas que entonces no me llamaban debido a la edad, mi cabeza estaba en otros lugares. Callejear siempre me gustó y me gusta, fijarme en las gentes, hablar si es que entiendo; aquella brisa que al anochecer enviaba el Atlas y el olor fuerte, penetrante a especias que lo cubría todo. Olores nuevos en cualquier calleja, frutos diferentes que conocíamos en el hermoso zoco ahora plagado de risas, por el cachondeo que se traían mujeres y hombres con nuestro comportamiento alocado, con inmensas ganas de pasarlo bien ya que de momento, no conocíamos lo que era el sufrimiento, la fatiga, los años que pesan.
Recuerdo entrar en un lugar salido de las mil y una noches, por la cantidad de adamascados, tules, sedas multicolores que iban cayendo del techo y no cesaban de moverse. Al poco, suena una especie de gaita y unos tambores y como salida de un sueño, una bailarina en el centro que danza llevando sobre su cabeza un jarrón lleno de archilla, -me dicen- que no sostiene con mano alguna. El tiempo pasa, soy feliz en medio de aquella fantasía nunca vista. A ella, le sigue un hombre que también baila pero, sobre su cabeza, lleva ahora tres jarrones que contienen también archilla, la mujer era la levedad, el hombre de ahora la fuerza, aquellos giros infinitos que parecía se iba ir todo al carajo. Cerca, una mesita con té en el que flota la hierba buena.
En la callejas, la noche ha refrescado, nadie habla, nadie pregunta, esperando que el alma regrese.
Por la mañana playa. Un tunecino, barba blanca sin arreglar nos indica que podemos alquilar una especie de lanchón como los que en tiempo se usaban en Ferrol para trasladar arena, ladrillos, piedra. No lo dudamos y mientras mis compañeros se admiran viendo aves muy blancas, inmaculadas que descansan en los arbustos de las orillas, me tumbo sobre cubierta y encima, un fantástico color azul que lo llena todo, un azul que tantas veces he mirado, que llevo dentro. Al poco, el barco cruje, no deja de emitir crujidos por todas parte, los más portentosos, tras izar la pesada y vieja vela, parece que no resistirá. Alguien dice que cercanos hay cocodrilos. La boca seca al momento. Es un bulo, conoceremos más tarde.
Cuando me enviaron a una escuela de Marina, poco a poco fui conociendo a su gente, pero pronto me hice muy amigo de un marino tunecino que realizaba un curso. Le costaba algo hablar el español pero a mi juicio se defendía bastante bien. Lo que hacíamos era darle al francés que me convenía pues acudía a diario a la escuela de idiomas en el Cantón. Procurábamos encontrarnos, hablábamos de muchas cosas, sobre todo de su país, de sus ganas de regresar y pasar pronto a ser civil, pero sobre todo de su familia. Cierto día fueron a Vigo para visitar la Citroen, venía triste pensando en lo débil que era la chapa de aquel Citroen 2CV, considerándolo muy peligroso para la carretera. Para quedar bien con los fabricantes, le dije que era solamente para las playas y los caminos de las aldeas, no para correr, incluso le dije, que la chapa era fina pero de una aleación muy fuerte, más fuerte que el acero e incluso, para que lo creyese, en un folio le fui inventando, claro está, la fórmula de aquella mágica aleación para que llevase a su país. Su risa resonó fuerte en toda Caranza.
Un día, con fastidio, nos despedimos, había terminado, marchaba para su tierra. Hoy me pregunto que habrá sido de él, no creo que esté envuelto en algarabías por lo sensato que era, pero las ideas de cada persona, son suyas y ahí ya no respondo. Se apreciaba bajo sus mostachos, que era un hombre de paz que es como deberían, deberíamos ser todas las gentes que poblamos este mundo que poco a poco se está yendo al carajo.
Y como siempre sucede con los poderosos, el tal Ben Alí, viéndole los dientes al lobo, lobo que está muy cabreado, pide un avión para que como siempre ocurre, pueda escapar. Son los que dan ejemplo a la hora de dar la cara.
Leila Ben que de tonta no tiene nada, como ha dejado de gobernar al pueblo, también pide un avión enorme. Su esposo al lado, le asegura que en el avión que pidió, caben ambos. Ella, altanera, sin inmutarse le pregunta, ¿a dónde te crees que vamos?. A donde nos acojan, responde el hombre. ¿De qué vamos a vivir?. Ben Alí no se pronuncia, como siempre, siempre ella.
Y al poco, dos aviones vuelan en principio a París. Dentro del aparato corre el chanpagne y es que la doctrina de Mahoma en las alturas no tiene efecto. En el avión que les precede, 1.500 quilos de oro y otras menudencias les siguen; que la vida son dos días y los sueños, sueños son que decía el otro.
Se han ido como los valientes, pero en sus cabezas llevan el deseo y la seguridad de que quizás, el día menos pensado los llamen por lo necesarios que son y han sido. Es que todavía la pareja no entiende lo que pudo suceder.
Ahora es el pueblo quien se va lesionando a bofetadas continuas. La policía no tanto porque usa maderos. El ejército vigila, que mientras no los llamen...
Hay mucho jaleo en las calles y plazas y pienso que tienen toda la razón. El caso es que unos compinches del huido y huida amén del oro, quieren perpetuarse en el gobiernos porque ellos no son menos, más la población, mucho más inteligente, les dice que nones, que se vayan sin avión y es que como cuesta tanto dejar la poltrona, el poder; se agarran con tanta fuerza a los brazos del sillón que se hace harto difícil despegarlos pero con el tiempo y paciencia, ceden, entonces imploran, besan los pies de quien creen enemigo al tiempo que gimen.
Lo bueno de todo, es que al parecer hay indicios de que en otras naciones de la zona gobernadas por musulmanes, visto lo visto, también desean haya un cambio en esos poderes absolutistas. Pienso que sería magnífico para el mundo que todos los países al fin, fuese demócratas en todos los sentidos, que no queden reyezuelos propietarios de todo lo que se mueve y menea y de una puñetera vez, dejen vivir al pueblo como desea.
Quizás, de esa manera, el Planeta, poco a poco comience a recuperarse. Que no vayan los humos negros a la atmósfera, ni la porquería a los ríos. Si todas las naciones se vuelven demócratas, que me apunten a una próxima vida, siempre que haya igualdad entre las personas.
De no ser así, que me dejen seguir flotando como parte de la materia.
Es otra forma de viajar cuando muerto, ya que se te cierran todas las puertas.