domingo, 24 de octubre de 2010
LA MÚSICA, PARA LEVITAR.
La música, por muy túzaro que uno sea, siempre ha estado rondando nuestro cerebro, siempre se ha metido en nuestras vidas. Los unos, con las canciones de trinchera y desfile militar a la entrada de cualquier pueblo, suficiente, para que toda la vecindad se asomase a las ventanas de sus destartaladas viviendas. Los otros, los vencedores, con banda de música que se podía escuchar en la distancia, con los instrumentos brillantes y una hojita de papel con pentagrama sobre algunos, como cuando llegaban los circos cargados de monos y en medio el gran oso.
Nuestra generación, la equis, llamados así, porque nacidos tras una terrible guerra entre hermanos, muchas personas, casi todas, al no poder acceder a una escuela, a la hora de firmar un documento, como no sabían, se les decía al tiempo que se les acercaba una plumilla con canutillo, que pusiera una equis en tal o cual lugar a modo de firma. Allí dejaba su equis y al lado, generoso, un borrón de tinta para cabreo del administrativo.
Hasta que cumplí los catorce años, los niños de mi edad, tuvimos que aguantar día a día a Machín con sus canciones de desventuras y cuernos, al Angelillo con su camino verde que conducía a una ermita pero que no decía donde estaba, Pepe Luís y su guitarra o algo así, es que no quiero recordar. La radio, con sus interminables dedicatorias.. Para la niña más linda de Canido, de sus padres por haber aprobado el segundo curso de bachillerato, o la gimnasia que todo cabía. Como la conocíamos que nos contó antes la historia, era el cachondeo de la comunidad. Interminable dedicatorias que tras aguantarlas, esperando una buena canción, te salían con "la primera comunión" que cantaba un señor con un sombrero cordobés. Si no es cierto, que nadie me eche los perros, es que no me interesa quien la cantaba.
En la fiesta de Serántes, Santi Par cae del palco cantando el "soy pirata" saltando sobre una pierna, simulando que la tenía de madera. A los músicosque soplan instrumentos en la orquesta Bellas Farto, se les llenaba la boca de saliva viendo a unos desalmados en primera fila comiendo limones. Quique, que daba la voz de inicio a los músicos de la siguiente manera: un, dos, tres, catro, ajora..., para empezar el tema. Pero, cuando la música era lenta, cuando sonaban "Las palmeras" o un bolero de Lucho Gatica, amigo mío, entonces era otro cantar. Se hacía un gran silencio, prisas por encontrar a una niña y a prometerle por lo bajo, miles de cielos, primaveras e ilusiones pero, como los temas no duran siempre, de súpito, sonaba un tango del todo arrastrado que le decían. Entonces, la pista situada en Brisas del Mar de La Cabana, se abría, dejando un pasillo para que un narigudo, terrible la nariz que tenía que dejaba corto al narigudo citado por Quevedo en su poema "A un hombre de gran nariz"; pues bien, con su novia -supongo- cogía tal carrerilla, que iban de un extremo a otro de la pista en diagonal, como si el diablo les persiguiese o las risas de todos los presentes, los asustasen. Pero luego, llegaba de nuevo el esperado bolero, estáticas las parejas, como si doliesen los pies o se hubieran pegado al suelo, mirando ensoñados a las nubes si era de día o a cualquier estrella si era por la noche o al zapato, porque la había pisado. Ah, la música.
En Pazos, había o hay un bar llamado Landeira, que para hacer dinero con las consumiciones, se montaba una especie de baile al aire libre, con guardia civil y todo. Traía alguna orquesta medio decente, hasta que, dándose cuenta de que le salía más barato, contrató perpetuo al Andaluz de Narón. Chupa del frasco, Carrasco. Pues bien, el puñetero cantante, no largaba por su boca boleros, pasodobles e incluso tangos, lo suyo era el flamenco puro lo cual, permitía a las parejas de danzantes, bailar al son que les tocaba el viento que soplaba de Chamorro, es decir, de cualquier manera..
Y ahí, el día de Chamorro, comenzaban los festejos en Ferrol para terminar en el Pilar por octubre. En Chamorro se bailaba en una carretera por la que continuamente subían y bajaban vehículos, con el corespondiente cabreo del personal, si lo hacían en medio de una pieza lenta. Lodairo, Jubia, Neda, san Juan de Filgueira, Caranza, el Muelle, Mugardos, Cantalarrana, ..., fiestas continuas. En algunas, los de Ferrol, eran bien acogidos por las damas, motivo por el cual, los de la zona, del lugar, se cogían el consiguiente cabreo para terminar en medio de un campo todos, a botefada limpia.
Un día, se escuchó una música extraña que sonaba a gloria, tanto en voces como en instrumental. Se llamaban The Beatles. Esta gente, nos cambió la vida porque muy pronto, casi al instante, comenzamos adorar aquella sucesión armoniosa de sonidos que, junto con la rebeldía de James Dean en el cine, comenzó a formarnos de manera diferente a como eran nuestros antecedores. He visto "Al Este del Edén" unas quince veces. Recuerdo, que tarareando una de esas canciones en casa, mi padre me preguntó que diablos cantaba. No pasó mucho tiempo cuando le escuché silbar cuando miraba a través de la ventana, "Love me do". No dije nada, también le había afectado.
Los Beatles, abrieron unas puertas al mundo, que permanecían cerradas a cal y canto. Unos jóvenes que los mayores llamaban melenudos, desde una cueva de Liverpool, abrieron la buena música a todos los habitantes del Planeta, que hasta entonces permanecían ocultos y desde ahí, hasta hoy en día, nació la música y otra forma de comprender la vida, amén de otros cortes de pelo. No hablo de la clásica, por supuesto.
Las voces afónicas, rayadas, a saltos de las gramolas se apagaron aunque hoy, remasterizada suena a gloria, pero el viejo y querido Gardel, se fue quedando poco a poco en el olvido de aquellos que no bailábamos ni ya cantábamos tangos. Hay algo que hoy en día me supera, la música y la poesía en sus letras del grupo Fito y los fitipaldis me tiene enamorado, puedo escucharlos durante horas porque cada tema, es una nueva visión de la vida, tal como es y si hace falta, con toda crueldad. No quería olvidarme de ellos. Es bien cierto que en España, tenemos grandes músicos. Bueno, también hay otros regularcetes, esos son los que cobran por la SGAE. Fito, se lo curra, sus conciertos siempre llenos, que no cabe un alfiler.
Alguien me dirá que ya somos mayores, que lo nuestro es la clásica. Hombre, llevo dándole a la brocha desde los catorce años, siempre, siempre que lo hago, la música clásica desde pequeño está a mi lado, también cuando leo o estudio porque necesito esos sonidos, pero jamás seré un snob para decir que me chifla un concierto de música contemporánea que no entiendo ni quiero entender, me refiero a esa que sólo suena una nota cada cuarto de hora. La cambio por cualquier disco de Fito o El último de la fila. Me gusta todo tipo de música, pop, reggaeton, jazz, rock, rap, reage, según las circunstancias, como el sonido de una gaita en el monte, nada más que ahí o en medio de los campos. Hay una que no trago, esa música de locos y para locos, que escucha mi hijo, que es capaz de reventar al más fuerte los tímpanos, a base de aullidos, lo que sucede es que mala no debe ser; ya que tiene millones de seguidores.
Hace un tiempo, visitando El Pilar en Zaragoza, el grupo acompañaba al guía. A mi que no me va ir en comandita, que prefiero descubrir a mi aire, me topé de repente con un sacerdote en una nave lateral, ante un órgano a la altura del suelo, seguramente afinándolo. Quedé quieto escuchando algunas notas, me preguntó si me gustaba el sonido, afirmé, pregunta qué músico me gusta, le dije que Bach y de inmediato, para mi únicamente, dentro de una basílica, comenzó a sonar fuerte, con potencia, hermosa, la Tocata y Fuga. Ni una tos, ni un carraspeo. Emocionado cuando terminó, le dí la mano, nos deseamos suerte y quizás algún día nos encontremos. Se llamaba Luis, jamás lo he vuelto a ver.
Suelo pensar cosas imposibles, también chorradas. Una de ellas, si me tuviera que quedar sin algún sentido, no lo dudo un instante y pienso que el gusto lo dejaría de lado, por lo poco que me interesa la comida a no ser los pasteles y lo dulce, me sacrificaría, porque el resto, los considero imprescindibles. De pequeño soñaba con que un día me cortasen el brazo derecho, para liar los cigarrrillos, como un hombre manco que conocía. Colocaba el papel entre el antebrazo y brazo, previamente le echaba la picadura, con un movimiento certero, el pitillo quedaba hecho. Hoy que no fumo, por imperativo legal, prefiero seguir tal como voy tirando. Sin sacrificios.
No tocaré la música clásica, por temor a molestar a los y las puristas que las hay, que no se pierden un concierto sea en donde sea, sólo diré una cosa, hay una mujer que me vuelve loco cuando la escucho y lo hago muy a menudo, me estoy refiriendo a Cecilia Bártoli y aquí lo dejo. Y Pavarotti, que lo quería presente en un blog, sigue olvidado aunque su música lo llene todo cuando despierta a cualquier hora, que ahora puede hacerlo. El más grande, el más humano.
Amo la música y la necesito. Debería odiarla desde el mismo día en que un director de orquesta, me cruzó el rostro con el puntero terrible con el que señalaba las notas en el encerado. Tengo la marca. Cabreado el hombre debía de estar, pero jamás supe sus motivos ni se dignó a decírmelo. Dio un vareazo a lo primero que encontró y allí estaba yo con mis once años. No pidió ni un miserable perdón. No me extraña en aquel colegio.
Y a pesar de todo ello, me encanta la música que necesito para pensar, caminar por lo alto de los montes, viajar, soñar porque continuamente lo hago. Qué gran descubrimiento para mi, para muchos ha sido el iPod, capaz de trasladarte al infinito con su sonido y a veces, no siempre, te hace subir al firmamento, como si hubieses fumado un canuto que consiguiese, se te pegasen alas a los costados.
Nada más. La música, para de vez en cuando, sin esfuerzo, levitar.
Las fotos, para que las disfruten los de la SGAE. Es que ayer compré discos para guardar fotografías Tuve que abonarles el impuesto que llaman canon. Por la cara.