La Puerta de Canido, cualquier día, de cualquier tiempo ya pasado y a casi todas las horas del día. En un mínimo espacio de tiempo se han formado dos grupos de chavales. La pelota la trae quien tiene más cerca su casa y es quien ahora, se encuentra en medio de todos, pisándola con chulería; afirmándose como su único propietario y que la próxima vez, la traiga otro, que siempre le toca a él.
El tío José que regenta en el centro de la plaza un quiosco de planta cúbica, con un tejado de cinz que semeja una pirámide y en lo alto un adorno que bien pudiera ser una bola; una pelota; un globo sin cordel que lo sujete; una naranja y no un limón debido a su forma. Que cada cual escoja el parecido. El tío José sólo abre un pequeño mainel que le permite despachar su mercancía. Podría abrir otro cualquiera pero los tiene ocupados por unos reclamos que de forma permanente, mantiene los ojos de los niños abiertos como platos. Bastones de caramelo de muchos colores; regaliz negra y de color; tebeos; novelas de M.L. Estefanía ; soda; cigarrillos Ideales; picadura; Chester; LM; Pall-Mall; chicles de todo tipo y unos caramelos cuyo envoltorio se coleccionaba para formar una palabra que tenía que ver con el nombre del fabricante . Una vez completada, te entregaban a cambio, un llavero que representaba el escudo de un equipo de primera división. ¿No me puede dar la del Real Madrid?, mientra contempla entre sus manos la insignia del Hércules de Alicante. Es que no me queda Manolito. Había una letra, terrible letra que nunca salía, era la T en color rojo y diferente en tipo a las otras negras. Es cierto que falsifique firmas posibles e imposibles de padres y profesores, pero no recuerdo cuántas y cuántas veces falsifiqué la dichosa letra T roja. Para ello aprovechaba la letra I que borraba o eliminaba, con un algodón y lejía mezclada con un poco de agua para que no quemase tanto el papel, una vez seca y con tinta de color granate que vendían en pastillas, se hacía la fatídica letra T pero, sólo se entregaba a los amigos, no era cuestión de fastidiar el negocio al quiosquero. ¿Y del Atlético Bilbao?, el último lo llevó Germán. Es que el tío José nos conocía a todos, a todos, porque éramos los recaderos de nuestras respectivas madres. Y no te olvides de nada de lo que te he dicho y pide además, media docena de cebollas..., no mamá, pierde cuidado. Comenzaba la caminata hacia la tienda y en la mente cebollas, a ver si me dan la comida pronto, cebollas, para hacer rápido la digestión, cebollas, irme con los demás a la Malata, cebollas; ayer por poco se van sin mi, cebollas, y mira que los aviso, cebollas, tenemos la vela arreglada, cebollas, a ver si vamos hasta los castillos, cebolla, porque viento hay, cebollas. Llegado a la tienda, ante el gastado mostrador, soltaba lo de cebollas y el resto en blanco. Don Pedro o Luís intentando ayudar pero, era del todo imposible. De la Malata, del bote, si me acordaba perfectamente.
Pues a lo que íbamos, el tío José, cuando veía bien formados aquellos dos grupos, abandonaba presuroso el quiosco, colocaba contraventanas hacia el lado donde estábamos y a esperar que aquello terminase.
Carreras, golpe, gritos y más gritos, fuertes encontronazos, más gritos, la compasión no existe que es juego de hombres como alguien dijo hace unos días. Las porterías se representan por dos adoquines no muy alejados, que no hay porteros. A las dos horas los cuerpos se resienten, la respiración obliga a jadear, las manos a los muslos con el cuerpo inclinado. Alguien para poner la guinda, da una gran patada a la pelota que tras atravesar el cristal de una vivienda cercana, detiene su magnífico vuelo en el interior de su cocina. De nuevo se inician las carreras locas, no hay que mirar atrás. Jaime regresa, su hermano pequeño al ver la estampida ha comenzado su decimosexto llanto del día.
Y usted don José, ¿no se fijó en quienes eran?-. Don José niega y niega con la cabeza. Fue todo tan rápido doña Emilia. En el fondo aprecia mucho a los chavales que ahora corren calle Hospital abajo, hacia los Cantones.
Sentados en uno de los banquillos cercano a la fuente, la mente trabaja y al poco, construyo un aparejo consistente en un bramante al que se ata un alfiler doblado en forma de anzuelo y en el que se coloca una miga de pan bien apretada, aunque mucho mejor la corteza. Aquel día, maldito día, inclinado en la fuente intentaba, hacía todo lo posible por pescar unos de aquellos enormes peces rojos o negros que la poblaban. Dicen que es insípida su carne a no ser para los chinos que les mezclan especias; pero la ilusión de tomar uno en las manos me podía. Aquel día, maldito día, un guardia municipal me sujetó de un brazo mientras extraía del bolsillo superior de la chaqueta un block, en el que fue escribiendo los datos y dirección que le decía.
Unos días más tarde -lo había olvidado- se presentó en casa un guardia municipal, muy educado según me dijo mi madre, para cobrar una multa de veinticinco pesetas, primera y última multa de mi vida, que recuerde.
Más tarde pensé en lo idiota que había sido diciéndole la dirección verdadera y no una falsa.
Quizás en el aire flotaban los consejos de mi abuelo: "Chalo, no mientas jamás".
Y así me fue abuelo, así me fue y me va.
Para los grandes amigos y compañeros que me ayudaron a vivir una infancia y juventud fantástica. No os nombro, es que sois muchos y de alguno me podía olvidar. Para el tío José que si lo hay, está en el cielo de tanto y tanto que nos aguantó.
Para los grandes amigos y compañeros que me ayudaron a vivir una infancia y juventud fantástica. No os nombro, es que sois muchos y de alguno me podía olvidar. Para el tío José que si lo hay, está en el cielo de tanto y tanto que nos aguantó.