Mi pueblo es pequeño. Tiene mil catorce habitantes y es que ayer tarde, parió la Eusebia una niña muy rubia, no así muy agraciada ya que se parece a la madre. Que sea bienvenida porque es la única manera de ir aguantando la escuela para que no la cierren.
Mi pueblo está rodeado de montañas y es por eso que cuando truena, parece que todo se nos viene encima, es horrible; pero al llegar el invierno los picos se cubren de nieve y brillan ayudados por el sol, que tal semejan espejos gigantes. El pueblo, no se libra de la nieve y uno que no lo conozca, es incapaz de ver las casas, pequeñas casas de piedra, porque todo es blanco a no ser las rodadas que los autos y los carros van dejando sucio el centro de la carretera. El conjunto, visto desde la casa del Eladio, la más alta, semeja una postal de Navidad.
Mi pueblo, como supongo que otros pueblos también, tiene en el centro una plaza muy soleada, con árboles y bancos a su alrededor para las gente de más edad. Los mandó construír el alcalde y los viejos le están agradecidos. Casi en el centro, una fuente de tres caños de los que continuamente, mana agua potable y cerca un abrevadero para uso del ganado bovino, vacuno y caballar, tal como reza en un cartel que hay clavado a una estaca. En la esquina que da a la carretera la oficina de correos, pequeña pero limpia que la Paca tendrá todos los defectos, pero limpia, lo que se dice limpia lo es mucho. Cerca una escuela a la que asisten hoy por hoy seis niños y a continuación, el bar del Edelmiro y al otro extremo, el ultramarinos de Eladio que nunca en su vida dió un palo al agua pero que al morir su padre, tuvo que hacerse cargo de la tienda.
Pero es que hoy, día de san Fermín, un enorme camión blanco, se ha detenido cerca de la fuente. Niños y ancianos lo rodean y hasta Joselito, atrevido, ha subido a la cabina del conductor curioso. En lo alto, el rostro del niño y chófer se encuentran, se miran y un gesto del mayor es suficiente para que el niño desde lo alto caiga de espaldas al suelo. Al poco se levanta entre risas y manotazos a modo de parabienes, de sus compañeros.
Los ocupantes del camión se apean y sin prisa alguna se dirigen a la parte trasera, abren el gran portón y poco a poco van bajando equipos, más equipos y enormes rollos de cable muy grueso, negro y gris.
No tarda en llegar un auto del que bajan, al parecer, los técnicos que serios, van organizando aquel maremagnum de cajas, hierros, más cajas y lo que todavía queda en el camión.
Es ahora cuando los parroquianos, tras abandonar el bar, se van acercando poco a poco, tomándose su tiempo, analizándolo todo. La Antonia, chismosa a más no poder, también ha avisado a las mujeres que formando un gran grupo, ríen contando las peripecias de la noche anterior en que algún que otro vecino, pasados de alcohol, a las tres de la madrugada tocaron la campana de la iglesia y la gente asustada, salió de sus casas semidesnudas, creyendo que se trataba de un incendio tanta era la insistencia del badajo al golpear el bronce. El cura ya avisó, que el domingo en misa, se verían las caras; estaba muy cabreado. Y es que don Guillermo enfadado, es de temer.
Unas tres horas más tarde han levantado en la plaza una televisión enorme, dicen los técnicos que tiene la pantalla sesenta metros cuadrados, ni más, ni menos, sonido sounround y dolby system. Tal fue lo que escribió Leocadio el cabo de la Guardia Civil en el block de acaecimientos, para dar cuenta al comandante de puesto.
Hoy se celebra San Fermín. Todo el pueblo verá en esa pantalla, a la selección española en las semifinales del campeonato mundial de fútbol. Hoy juega contra Alemania, tal como reza en un cartel que va apareciendo en la gran televisión. Enterados los paisanos, tristes porque soñaban con una corrida de toros, regresan a la tasca a discutir si un pulpo llamado Paul, ha acertado o no el resultado, a favor de España. Se enteran también, que el señor alcalde correrá con todos los gastos que supone el alquiler de semejante pantalla. Las mujeres regresan a su charla cerca del tendedero de ropa excepto la Asunción que ha corrido a su casa en busca de una botella de anís. Vasos no llevo, que beban a morro. Siempre lo han hecho. Tanta finura, tanta finura, piensa.
Una hora antes del partido, la plaza se ha llenado de bancos, banquetas, sillas, cajas ya vacías que fueron contenedores de cerveza, de vino, de cocacola..., que todo vale para sentarse y pasar un rato.
Faltando diecisiete minutos para finalizar el encuentro, España saca un corner que remata de cabeza Pujol marcando el primer y único gol. En el centro del grupo de parroquianos, se inicia la discusión: ¡Qué no fue Pujol, qué fue Villa!. La madre que te parió, fue Pujol... Que a mi madre ni la nombres... Tu madre y toda tu familia.... Mis muertos no, mis muertos no; al tiempo que lanza la botella de cerveza medio llena que da en el rostro del enemigo. Como en la plaza se sientan agrupados en familias por lo de los bancos y sillas, se arma una bronca monumental. Los técnicos apagan la gran tele y ha sido lo peor que han podido hacer en toda su vida; porque, a partir de ese momento, es el pueblo completo quien se encabrona. Vuelan banquetas, botellas de vino, maderos que aciertan en la gran pantalla, no es tan difícil, son sesenta metros cuadrados, el sounround y el dolby system se van al carajo porque la guerra continúa y ya hace cerca de una hora que se inició. Para los niños, esa si que es la verdadera fiesta a pesar de que hay muchos rostros ensangrentados, el primero el cabo de la Guardia Civil porque alguien -lo saben todos -se la tenía guardada.
¿Y el alcalde?. Pues el señor alcalde salió temprano hacia la capital -par arreglar un asunto-. Todos conocen que el asunto, es el piso que le ha montado a una corista de segundo orden y a la que ha prometido que la hará diva de la escena.
Lo que no sabe el señor alcalde, es que una vez regrese a su despacho, en el interior del libro de firmas, su secretario le ha colocado una terrible factura de daños ocasionados a la gran pantalla de sesenta metros cuadrados. Daños también, al dolby system y al sounround que así consta en la minuta.
Al siguiente día, el señor alcalde, con una sonrisa de oreja a oreja, lleva la factura en la mano que mueve como si se tratase de un abanico. A gritos llama al concejal de obras que acude solícito. - Manolín, hay que construir otra piscina en el pueblo, de cien metros de ancho por trescientos de largo -.
Manolín no sale de su asombro. Alcalde, que ya hemos hecho cuatro y no tenemos ni una construída.
El alcalde bonachón suspira y dice: Manolín, idiota, ¿por qué crees que te he puesto a ti de concejal de obras?...
A Julián, mi admirado ex-alcalde de Marbella; que hizo de la política, tal arte de vivir y que durante mucho tiempo, fue la envidia del italiano Silvio Berlusconi.