jueves, 25 de junio de 2009

LOS POZOS QUE CASTIGAN.






Es domingo y las dos mínimas campanas de la capilla , se animan agudas llamando a los fieles. De la aldea, van subiendo salteados grupos de gentes quienes, aunque se conocen bien, buscan la compañía de los más allegados, porque en las aldeas siempre hay tres estamentos, a saber: el cura, boticario y guardia civil que van al casino; los de la partida en la tasca y las mujeres. De la aldea a la capilla no hay mucha distancia y es fácil llegar, basta seguir el curso de un limpio y musical riachuelo que corre entre ameneiros y xestas que ahora están en flor.
A la puerta de la iglesia don Marcelino, cura de los antiguos, de misa en latín, gruñón, jugador empedernido de tute, preside el club de futbol juvenil "Placeres". El nombre no le gusta mucho más, como salió de ese modo en la votación - a las mujeres no les dejaron votar -, hay que aguantarlo. Pero lo de los placeres, que no le gusta.
A un tiro de piedra de distancia, Xesús el pastor de ovejas que mordisquea una paja de trigo seca, mientras apoya la espalda en un recio roble al lado del pozo. Cura y pastor se miran desafiándose. No consigue que vaya a misa y no es que sea malo, que tiene buen corazón; pero al menos, desasnarlo un poco que falta le hace.
Las gentes, muchas de ellas visten luto riguroso, van entrando a oir misa. Sus ropas huelen a cerrado y se han peinado con agua de colonia. Las más presumidas se han dado un poco de colorete en el rostro, que luce mucho. Todos saludan al cura que responde con un gruñido, sin apartar la mirada del rostro de Xesús.
Cuando todo queda en silencio y las campanas han enmudecido, el Xesús saca de su zurrón una bota de vino y un pequeño libro que le prestó el maestro y lee. Hace mucho tiempo que lo viene haciendo en soledad ya que devora páginas y páginas, guardando en su cerebro el contenido. Los dos, maestro y él son republicanos convencidos pero ello, de momento hay que ser sensato y callarlo. Bastante gente llenan ya los calabozos.
Al salir de los oficios, los parroquianos charlan muy animados en el atrio. El cura hace señas al Xesús de que le va a zurrar y el pastor de ovejas -no confundir con el de almas-, de un brinco se coloca sobre el brocal del pozo y comienza a saltar de un punto a otro de un imaginario diámetro. Todos miran y ríen, más en uno de los saltos, Xesús ha pisado un verdín que la humedad ha formado y resbala al tiempo que sus manos al aire, intentan agarrarse a lo imposible mientras va descendiendo a gran velocidad a lo profundo, que se le hace infinito.
El cura dispone bajo pena de excomunión que nadie le preste ayuda y ahí le dejen en el averno "para que se redima, aunque lo veo difícil". La tía Cármen, propietaria del pozo, también afirma sin decir palabra alguna. Hace tiempo le tomó manía al pastor, manía que por mucho que lo piensa, ignora el motivo. Suele suceder en las personas.
Lo que no saben, es que al llegar a lo más profundo, el pastor se ha golpeado con algo metálico y al abrirlo tanteando su contenido, supo que eran monedas que en un principio piensa quedarse más, como el pozo lo retiene y no puede salir por si sólo, hace el trato con los de fuera y les entregará las monedas, a cambio de que al sacarlas a la superficie también lo izen a él. Iluso....
En el bar, todos los convecinos y a la cabeza el cura, beben y gritan. Dinero y alcohol corren a raudales en la tienda de Joaquina que contenta los abraza uno a uno. El cura ya no ve los naipes por más que lo intenta. En un rincón, al lado de los sacos de patatas, tres parroquianos, sujetándose por los hombros para no caer, cantan o mejor dicho destrozan una ranchera. Como siempre en la cocina, las mujeres hablan en silencio mientras vacían unas cuantas botellas de anís de la Asturiana. Antonia que no aguanta la bebida, ha caído de espaldas con las piernas a lo alto y por más que lo intentan, no consiguen enderezarla. En la entrepierna le colocan un viejo mantel y a continuar con las críticas que tan bien llevan.
A media tarde, el cura los dirige al pozo de la tía Cármen. En lo más profundo, Xesús dormita su mala suerte, hasta que un fino chorro de agua le va empapando consiguiendo despertarle del todo. En lo alto, con la sotana remangada, pito al aire, el cura mea sobre el diablo del pozo y ríe, ríe tanto que un buen grupo, por la espalda le ha tenido que coger de la sotana para que no se caiga en el agujero pues, su estado febril y emoción son inmensamente grandes al ver al hijo de Satanás en lo más profundo del averno. El cura, es tanta su alegría y tanto el alcohol que ha tomado, que hasta piensa que tiene alas y sólo le falta un empujoncito para conseguir llegar al padre eterno y contarle que tiene preso a un siervo de Satanás, de los más malignos.
Un día en que Xesús come lo que le van trayendo sus vecinos, escucha la terrible tormenta que se avecina,truenos horribles y a lo lejos rayos que dibujan carreteras en el cielo. Los manantiales rompen, las aguas fluyen, el pozo comienza a llenarse y él pastor de ovejas flota. Al poco, ya en la superficie, finaliza su maldito castigo. Un penoso castigo al que le sometió un representante de la bondad, que quería desasnarle....
No hubo venganza a continuación. Desde una buena distancia, la tía Cármen lo mira y se pregunta por qué tanta indiferencia. Xesús, días más tarde, le lleva a casa un pequeño cordero. No se llegan a cruzar palabra alguna.
Es un pueblo como todos los pueblos, con la única diferencia de que al regreso del boticario de la capital, manifestó ante todos que las monedas no tenían valor, eran falsas y las había decomisado el ministro de la gobernación, para su posterior destrucción.
¿Falsas?. Los que tomaron parte en la fiesta piensan de otra manera, pero, si el señor gobernador dice que son falsas, como tiene más estudios, a la fuerza tienen que serlo.
Cuando los del periódico preguntan al pobre Xesús que cómo se encontraba dentro de aquel pozo; no contestó; miró al cielo fijamente, al tiempo que unos enormes lagrimones resbalaban por su rostro recién afeitado.
En la pequeña capilla de piedra, don Marcelino el cura, comienza a revisar y vaciar una a una, las boetas de los santos.

BOFETADAS