martes, 2 de junio de 2009
CALLEJEANDO
Mientras voy quitando resolución y tamaño a un montón de fotos para que al final quepan en un DVD al que la SGAE ha recargado el precio, presumiendo que iba a ser destinado para copiar música; voy repasando al tiempo, momentos vividos.
Hay una foto que me hace sonreír. Un grupo de mujeres a bordo de una góndola que llega a un rincón hermoso a más no poder, donde beben de una fuente un grupo de palomas. Hay un gran contraste de luz y sombras muy fuerte ya que es mediodía. La góndola avanza rompiendo el cristal del agua, es tan bello todo que sin pensarlo y de repente, "canto" a toda voz y con todas mis fuerzas al grupo de mujeres: "Ciao, ciao bambinas, un bacio ancora e soy per sempre...." o algo así, que bien conocéis mi acento de italiano calabrés. Las mujeres que piensan que aquello forma parte del "circo" en que se han metido no se si asustadas o asombradas y yo, porca miseria, que no conozco más letra de la dichosa canción, me voy retirando en silencio al tiempo que las palomas, en un principio asustadas por mi cante han emprendido el vuelo, regresan a su fuente, único alivio contra la fuerte calor que todo lo aplana.
Si me admira el caminar apurado de una hormiga que carga un peso enorme; si me emociona la construcción de un nido por un pájaro que no tiene estudios de arquitectura y si me encanta la palabra, como no me va a gustar caminar, mezclarme con gentes que no conozco y con las que nunca hablé y que de repente me sonríen y les sonrío cómplice cuando les hago una foto esperando que no se den cuenta y a las que saludo con mi entonación italiana y mi verbo italiano aprendido en dos días. Nadie ha protestado al tener una cámara de frente, es que hay tantas, que sería un verdadero follón alborotarse por algo tan simple aunque, pensándolo bien, quizás y sin querer, haya tomado con ello el alma de alguna persona que así lo pueda pensar o que su religión se lo haya enseñado. Hace infinitos años en el Aiún de arenas cálidas, tuve que dar muchas explicaciones a unos hombres a los que hice una foto, que me siguieron y hasta recuerdo que tuve que devolverles el alma velando previamente el carrete de la cámara.
Por Venecia y el resto de los lugares que hemos caminado, no sucede tal apropiación o al menos gente dispar a la que he fotografiado no me lo ha dicho. La mayor parte de ella no se ha enterado; otros si porque se lo puse a huevo y han callado. Me he despachado a gusto que se dice y, en muchas ocasiones he disfrutado pulsando el disparador, lástima que fuesen las horas centrales del día, las peores horas para una cámara o para un pintor, pero como no son para concursar sino más bien para recordar, pueden servir. Recordar unos instantes de nuestra corta vida es lo que se dice, aunque en ocasiones esa corta vida se me haga inmensamente larga, carente de interés, como si me faltase algo que se aleja cada vez más, algo que necesito y no llega. Yo que sé, cosas de viejos que cuando se les coloca una idea en el centro del pequeño cerebro, no se nos quita ni cortándolo; es cuando se dice que "chochean", pero de momento no me lo han dicho, me voy librando. Me da que son las nueras quienes bautizan de ese modo y como no tengo alguna, de momento nada sucede.
Apenas he fotografiado los interiores de las iglesias o templos. Ya no son aquellos lugares de oración o culto; se han convertido en verdaderos negocios de bodas, bautizos o concilios de vecinos. En unos me permiten trabajar sin flash -no lo necesito-; en los demás de ninguna manera; tienen tanta necesidad de dinero en estos templos italianos, que han montado a las salidas una especie de quioscos en donde venden y no a módico precio las fotografías que quieras de los santos, altares, bancos y empedrado de la santa casa y que se han fotografiado previamente con todas las lámpara y focos del mundo y más. Es cierto que en alguna que otra ocasión no obedecí ese undécimo mandamiento sólo por llevar la contraria a quienes prohiben porque prima el negocio. Hice las fotos que me vinieron en gana y ante las narices de los/las vigilantes y ahora, visto lo dicho, si me quieren enviar a los infiernos que lo hagan, ya no me asusta, estoy ahorrando un poco de dinero para el día en que suceda, y de ese modo comprar un trozo de cielo, el suficiente como para pasarme horas y horas recostado en una nube contando estrellas y satélites, incluídos los americanos.
Y hubo gente que pagó por visitar un cementerio cristiano, porque hasta con los muertos se hacen negocios, se consiguen buenas ganancias y mientras ello sucedía en Pisa, tranquilamente, sin prisa alguna accedí a un cementerio judío. Al entrar, un joven sonriente me indicó que volviera a ponerme el gorro que previamente había quitado en señal de respeto y de esa guisa caminé un tiempo entre la sombra de grandes cipreses,me encontré en paz, una gran paz mientras iba colocando piedras sobre las tumbas más humildes y abandonadas, piedras pequeñas en señal de respeto y ganas de volver.
Volver...... sí; ¿ pero cuando ?.