viernes, 5 de junio de 2009

INTERMINABLE FLORENCIA






Me gusta el grupo de compañeros reunido, para hablar de una y mil cosas, para hablar de lo que va apareciendo en las memorias individuales, para escuchar a alguien que cuenta historias con o sin importancia, para prestar atención a la novena vez que me narran el mismo viaje, para reír aunque antes reía mucho más -deben ser los años o la tristeza de la lluvia-, historias para asesorar, aconsejar de modo diferente que en este oficio somos muy buenos los gallegos, aunque la solución a la que se llegue sea la menos acertada. El autor de aquel libro "El abogado en casa", por lo visto en Galicia, no vendió ningún ejemplar. Que ya nos viene de lejos.
Me gusta mucho más caminar en soledad, aunque estoy seguro de que nunca se puede caminar sólo, siempre te acompañan los pensamientos y vivencias pasadas, algunas muy hermosas, otras que han finalizado con gran dolor y las más se dirigen hacia aquellos que nos han abandonado, en mi caso que me han dejado y pienso en Juanjo, bueno entre los buenos, al que presiento jugándose el cielo a los dados con san Pedro a cambio de dejar de sonreir para siempre. En ocasiones el pensamiento se va hacia otros derroteros e inventa situaciones nuevas, puedes ser desde un cobrador de tranvía español -en Venecia no existen- a un gran tenor que es aplaudido en la Scala de Milán, pasando por el guerrero del antifaz. Quienes puedan jugar con la imaginación mientras caminan, son capaces de cambiar todos los colores del paisaje que tienen delante o a los lados o detrás que todo sirve. Quien carezca de ella, que siga jugando a lo que más le gusta, pero que no intente hacer aquellas cosas que no están a su alcance, no saldrán por más que lo intente.
Me gusta y siempre lo hice, callejear en soledad, ir descubriendo la ciudad sin pertenecer a grupo alguno y de ese modo, en vez de caminar por los somnolientos pasillos de una famosa pinacoteca, cruzándome con gran cantidad de "caretos" colgados de un clavo en la pared, mejor caminar calle arriba, creyendo ver en medio de esa marabunta, la condesa Matilde que sentía gran admiración por el santo Pontífice -incluso dormía en su mismo cuarto-y que fue capaz de regalar la Toscana al Papado y como éste país era feudo del Imperio, comenzar el follón, el gran follón de los dos poderes y que dura la friolera de tres siglos a base de bofetadas, guillotinadas en masa, racimos de hombres bailando su última danza colgados de las horcas y, por no perder la costumbre excomuniones horrendas,- que si la mía me hizo reir hace unos cuantos años en Mallorca -, en aquellos momentos quitaban el apetito al más valeroso. No cesan de andar a palos continuamente y es que cuando por ejemplo, los gibelinos triunfan, el estar ociosos no va con ellos, al poco se dividen en "blancos" y "negros" y se ponen colorados a fuerza de darse tantas palizas en las calles de Florencia o en las llanuras toscanas. Por ello, no me explico como ésta gran ciudad que ahora camino único en medio de multitudes, ha podido subsistir ya que, si ganaban los de un lado, arrasaban palacios, propiedades, jardines del vencido y si ocurría al revés, la otra parte era destruida.
Pero Florencia es hermosa a más no poder. Dice Serrat que prefiere un lunar de tu cara a la pinacoteca nacional y a ello me sumo. Soy más feliz sentado en la plaza de la Señoría, observando rostros de pobladores del planeta que, reunidos miran y admiran tanta belleza amontonada o viendo como otros, despistados, cámara al hombro la caminan apurados, la vista fija al frente buscando algo que seguramente no encontrarán porque lo que buscan no existe y dejan tras de si lo que se llamó el florecer de una nueva era. Florencia es para beberla a pequeños sorbos, no es para correrla de un sitio a otro para decir luego que allí estuvimos; alguna piedra que sobresale en un edificio, puede ser más bella que los jardines di Baboli o los Torrigiani o un buen helado tomado en calma, la vista puesta en un campanario del Duomo, puede ser más hermoso que visitar el palacio de la Señoría en un cuarto de hora, porque ya se sabe, el dinero prima y las prisas en los visitantes, engorda la bolsa al final del día y cerca, muy cerca el río Arno bello a más no poder con hermosos puentes que lo cruzan, alguno derruido y restaurado de nuevo y al fondo verdes montañas, avanzadilla de las azul violeta que a lo lejos asoman.
Hay algo que nada tiene que ver con el arte, que me llamó la atención por lo desastroso que soy en el cuidado de la ropa. Tomo lo primero que encuentro para salir de casa, de ahí la frase que toda la vida me ha dicho mi madre y me siguen diciendo: "siempre vas de hábito". Viene esto a cuento y me dio que pensar, el irme a vivir unos años a esas tierras para aprender algunas normas, y es que los jóvenes y no tan jóvenes, al quitarse la chaqueta debido a la calor, no se la echan al hombro o la colocan bajo el brazo de cualquier manera, son más cuidadosos; llevan una de sus manos a la altura del hombro, la cierran excepto los dedos índice y mayor con los que hacen una especie de colgador y ahí colocan el cuello de la chaqueta con la que caminan en alto, separada del cuerpo unos veinte centímetros. El resto, casi como nosotros y digo casi, porque jamás creí que fuésemos capaces de gritar tanto por la calle o a la hora de comer rodeados por otras gentes; también gesticulamos en demasía motivo por el cual, muchas personas deducen nuestra procedencia. No quisiera encontrarme en la calle a un grupo de paisanos discutiendo de futbol, aunque al final no llegasen a las manos. Es cierto que llamé la atención a un mal educado catalán que despotricaba contra los españoles, más lo hice en voz baja que es como más duele.
La Florencia de los cuentos verdes de Bocaccio, de las escandalosas aventuras, de los amores no correspondidos que tanto duelen para quien los sufre, de la Beatriz de Dante, de las regocijadas orgías, de las amorosas serenatas, de la juventud del mandolino y el frecuente tirar de espada; ha dado un giro impresionante y ya no son los hachones los que alumbran el devenir de los visitantes, ahora son los escaparates de firmas famosas de diseñadores los que me iluminan la calle cuando camino hacia la hermosa estación de ferrocarril. En las iglesias en penumbra constante y continua, es hora de rezar porque ya nadie las visita.
Mañana, hay que madrugar. Espero que mi compañero no se equivoque de nuevo y me vuelva a llamar a las cuatro de la madrugada.

BOFETADAS