viernes, 27 de enero de 2012
UNA VEZ ESTUVE EN LA CÁRCEL.
Una vez estuve en la cárcel, sólo una vez y es que al día siguiente me sacaron para acudir a un juicio. Por supuesto que iba esposado. Era inocente que es lo que dicen todos, pero yo, palabra que lo era a pesar de que los jueces pensaran lo contrario y es que tienen la sartén por el mango y el mango, también. En la Sala, apenas me dejaron hablar, ellos por lo visto, lo sabían todo de mi pero yo de ellos no conocía nada. Ellos si podían hablar y gesticular con ademanes estudiados, contando historias que nada tenían que ver conmigo. Antes, en la cárcel, me habían dicho que uno de los abogados de oficio que me iban asignar, como apenas cobran, les dan una miseria, no pondría interés alguno en mi defensa y más bien, caen a favor de lo que diga el juez para congraciarse. Una vez estuve en la cárcel porque alguien se cebó conmigo atribuyéndome barbaridades contras las personas, contra las cosas, vamos, que el cojo Mantecas a mi lado era una monja de clausura. Una vez estuve en la carcel, porque cuando me llevaron a declarar la primera vez, hablé y hablé horas y horas mientras el Instructor dormitaba sobre un hombro, tras una copiosa comida; no se enteraba de nada, ni tan siquiera de una especie de babilla que del labio le llegaba a la chaqueta. Me declaró al despertar, culpable sin más. Y estuve en la cárcel porque, simplemente no quisieron escucharme, no me consideraron inocente de por lo visto un atraco a una joyería con una escopeta de cañones recortados. El Instructor que dormitaba, al escuchar lo de la escopeta entre suspiro y suspiro, me preguntó donde tenía guardado el cañón. Y estuve en la cárcel, porque las nueve personas que formaban el jurado popular, hicieron caso al enteradillo que hacía el número nueve que era quien los dirigía ya que por lo visto, era empresario del ramo con aires de posible alcaldable.
En medio de la sesión, viendo que todos iban en mi contra, cabreado, lancé un juramento contra el sistema, contra los valores patrios, contra los enchufados y no recuerdo más. El juez, que por lo visto dormitaba pero menos que el anterior, despertó sobresaltado, con el índice me señaló al tiempo que decía que me aumentasen la pena para que, penara bien. Lo miré con rabia y entre dos guardias salí a la calle esposado.
Lo que más me fastidia, son las esposas. Que no, que no va por ahí aunque alguna se las trae. Me refiero a esas abrazaderas de acero que el policía te coloca sin miramientos, sin importarle el grosor del brazo. Coloca y cierra aunque el dolor te llegue al alma. Deberían ser un poco más considerados y al igual que un sastre mide la bocamanga al hacerte un traje, el policía debería mirar el tamño de la muñeca, "grande", "media"," pequeña" o también, "se escapa", que los hay que sus brazos son huesos. Ante el juez al que le dicen su señoría, me las quitan y no te puedes figurar que alivio. Verás, es como cuando regresas del baile de año viejo al que has llevado unos zapatos de un número menor que el que gastas, para presumir. Que te dan ganas de quitártelos. Así, son las esposas.
En el fondo de la Sala, vagos que no saben en que perder el tiempo y como es entrada libre, se sientan y descansan, unas cuantas mujeres a las que el tren les sale dentro de tres horas, criadas con niños, paseantes, alguna que otra vendedora de lotería y nada más, ¡ah!, se me olvidaba, el periodista de turno, pero sin cámara que están prohibidas, aunque con estas modernas, se hacen verdaderas maravillas.
La sala impone y mucho más cuando una docena de miradas van desnudándote, pasan al interior de tu ropa y allí buscan y rebuscan tus antecedenes, que si iba a misa los domingos y fiestas de guardar, si confesaba y comulgaba por pascua florida, si había pegado a mis hermanos, a cualquier servidor público, a cualquier persona asignada a laboratorios farmacéuticos, a jueces, abogados, fiscales, administrativos, secretarios de empresa, si había robado, hurtado, apropiado de algo o alguien..., si había pegado a los animales. Una vieja del público que pregunta ¿si es bueno con las mujeres?. ¿En que sentido? contesto, pero no recibo contestación porque la mujer se ha caído al suelo. Ha sido un simple desmayo dice un practicante que hay en la Sala, cuando Su Señoría había preguntado previamente por un médico.
También sucede en esos momentos, un resplandor golpea mis ojos. Parece una señal divina o ya comienzo a desvariar, será dios que quiere echarme una mano, que ha escuchado de una santa vez mis plegarias y al considerarme inocente me va acoger entre sus senos; pero al poco, tal pensamiento se va al traste y es que al mirar hacia la acera de enfrente, una mujer está limpiando los cristales, su ventana ha producido ese efecto de espejo, que nada tiene de divino. Además, dios en estas cosas no se mete, más bien está pendiente de los banqueros, de más banqueros, los del ladrillo y algún que otro dirigente político. Paremos aquí.
Cada dos por tres, el señor juez pues así hay que decirle, llama a capítulo a los dos abogados con voz apenas perceptible. Mi defensor lo escucha y cada vez que sabe que lo mira, no deja de dar cabezazos al suelo, como cuando los soldados saludan a la bandera. Qué pelota me ha tocado. El secretario, lleva un buen rato partiéndose de risa. Y yo, que no vivo, que no muero, que no comento, que callo y que remedio.
A alguien en la Sala se le ha caído un paraguas y es que tengo buen oído, aunque también pudo ser la pata de palo si alguien la tiene y es que ha sonado muy fuerte. El público y jurado popular se levantan y miran con descaron hacia la salida de la habitación. Su Señoría, suelta un ¡coño! terrible y al poco dice que como vuelva a escuchar un ruído más..., y ahí se queda; parece muy buena persona, veremos lo que pasa conmigo. Es ahora cuando al fondo de la habitación, un hombre menudo se levanta, en la mano derecha blande un paraguas mientras suelta: Señoría, he sido yo, que se me ha caído el paraguas, no volverá a suceder más. Se lo prometo. Eso espero, dice el benevolente juez.
Me he dado cuenta que hay gente que va a los juicios a reirse, a pasarlo bien, a cabrear a los que dirigen la Sala. Siempre están pendientes de un ujier cuando lleva un papel en la mano, lo pega en la gran puerta de entrada y dice con voz profunda: Señoras, señores, audiencia pública para a continuación decír que tipos de casos se verán. La gente escucha con mucha atención, si les interesa se quedan, si tienen que hacer tiempo también porque algunos son muy amenos y si no, vuelven al día siguiente. Los casos que suelen pasar más o menos son del tipo padre que pega a madre, hay más de madre que pega a padre y de madre que pega a hijo aunque dentro de no mucho quedarán igualados, deudas, compromisos no cumplidos, ventas en falso, robos de todo tipo, desfalcos, usurpación de funciones que no hay muchas pero pueden ser las que dan más provecho. El ir por la calle presumiendo de ser por ejemplo el Jefe Territorial para el empleo inmediato en la Europa que Progresa, debe ser la pera lo que ganan. Oiga, si le pago me da un trabajo en la Europa que Progresa. Faltaría más. Qué me cobraría. Más o menos un millón. ¿De euros?. Por dios, a dónde va usted, por quién me toma; con que sea en pesetas ya me conformo. Y de qué me puede poner. No se preocupe, lo puedo poner de todo, de todo.
De igual modo pasearse como el propietario de la Ferrari, de la Campana Rosa, soy dueño de la Rusia de los Zares, de la Galicia de Pondal..., cientos de negocios baratos se pueden hacer. Hace tiempo me contaron que en Madrid alguien con mucha labia, vendió un tranvía a un maño. Lo que sucedió luego, que cada cual se lo imagine cuando subió al tranvía, echó a todos menos al conductor que lo paseó durante todo el día, Plaza de Castilla a Sol y Sol-Plaza de Castilla. Sin más.
Y con estos recuerdos me estoy yendo de lo mío aunque la verdad, para lo que aquí se escucha, es mejor seguir con mis divagaciones y pensamientos porque a la cárcel, regreso. Vaya si regreso y es que no habiendo hecho algo punible, que soy un simple trabajador, me sientan en este puñetero banco lleno de firmas, de viva la República, me quedan dos meses, no te acojones que con el tiempo se sale, maría te quiero, viva el 4º del 57; a la espera que estos descerebrados aclaren mi situación y tal como estoy, si me tengo que bajar los pantalones ante el presidente, me los bajo; si me lo pide el representante del jurado popular también y si es el fiscal, cuente con ello de lo cabreadito que todos me tienen. Al defensor..., estás loco, ni de coña.
Una vez leí que en los EEUU, llevaron a un negro a la silla eléctrica. Lo amarraon bien a la silla, le humedecieron todo el cuerpo para un buen contacto, le pusieron en la cabeza un gorrito como el que tiene el Papa y el alcaide, visto que todo estaba en regla, metió el machete. El negro, a la primera embestida enseñó los dientes y aguantó, a la segunda, dicen que el pelo se le puso rizo y aguantó, a la tercera le salió medio metro de lengua y los ojos le quedaron mirando al cerebro pero aguantó. El alcaide, debido a ese gran comportamiento y creyendo que era dios quien no quería que fuese ajusticiado, quedó en libertad. Cuando el negro salió a la calle, un autobús de linea lo envió al otro mundo. Hay quien dice que dios no lo quería más chamuscado, que con el color amarronado que tenia le bastaba.
Un poli se me acerca, prepárate que nos vamos a comer, como si tuviera que llevar cuchillo y cuchara o si cuadra, de etiqueta,como si a continuación nos fuésemos a la ópera. Si tengo la misma vestimenta de hace tres días y no veas como huele. En un bar cercano, ocupamos una pequeña mesa de madera que a mi pobre juicio, lleva meses sin conocer un trapo. Tengo las muñecas engrilletadas lo que me hace imposible llevar la cuchara a la boca sin que me caiga toda la sopa. Es guardia se apiada, con una llave abre los grilletes que producen un sonoro clic que obliga a los parroquianos a observarme. El otro guardia me mira fijo, al tiempo que dice, espero que no intentes escapar, si lo haces, te pego un tiro en una pierna. Asiento con la cabeza.
No pasa mucho tiempo en que al fondo del comedor, unas personas están discutiendo, poco a poco levantan la voz, se empujan, se golpean. Los dos guardias acuden al follón. No lo pienso, corro a la libertad, bajo a toda velocidad las escaleras del metro y camino al lado de las vías, en busca de una estación que no se abre al público y en la que viven los desheredados de la fortuna, banqueros, chulos, carpinteros de ribera, músicos de pueblo, condesas venidas a menos,músicos raperos, músicos punk, músicos hip-hop, gente de la sgae, reyes destronados, duquesas abandonadas, militares sin graduación y cerca, en primera fila, un general. Yo, a la espera de que la administración de una santa vez me administre y sea justa. Camino sin descanso, hace mucho frío, demasiado frío para la estación en que estamos. Los trenes pasan rápidos y ruidosos dibujando en las paredes ventanillas iluminadas y alguna que otra cabeza de los que van dentro. Me da que me he equivocado de dirección, es igual, al final la encontraré.
He llegado a un lugar oscuro, siniestro por donde campean brujos y brujas, gatos negros, montones de gatos negros; fantasmas de todo tipo que me miran, mostruos que me obligan a correr sin avanzar, sin moverme del sitio como en los sueños, los ojos más grandes que vi de una lechuza enorme me miran ansiosos y no muy lejos, en las entrañas de la tierra, una luna llena apagada, muertecina y yo Cáncer, en vez de adorarla, siento un pánico terrible al mirarla. Por una vía muerta del metro, avanza la Santa Compaña que no sé que coño hace por estos lares. Caminan bajo su sábana blanca, llevando en la mano una vela que nunca se agota.
Esto si que ya no lo supero, les grito, que soy gallego, de Ferrol, que una vez los vi por Doniños y que ahora necesito que me saquen a la superficie, es que quiero ver la calle, las calles y las plazas que están sobre nosotros. Que me entreguen a cualquier policía porque nadie se puede imaginar las ganas que tengo de que me ingresen de nuevo en una cárcel con muros altos y puertas de acero para que esta tropa que ahora veo, deje de atormentarme.
Pensándolo bien, se debe estar mucho mejor en chirona.