miércoles, 25 de enero de 2012
MALOS HUMOS.
Conozco perfectamente el lugar en que, si no ocurre algo extraordinario, me van a quemar cuando la palme.
La primera acción que hago cada día, es dirigirme a ese edificio y darle unas vueltas. Es una gran casona que permite a las almas desde su interior, tomar su rumbo saliendo por un tubo situado en lo alto del tejado. Muchas veces he perdido mi tiempo, mirando y dándole vueltas a esa chimenea y hacia ella van mis pensamientos que, necesariamente, no tienen que ser tristes. Hay gente que camina como si llevase toda su existencia sin vida en el interior y el resto los dejamos a su bola porque el tránsito, como le llaman los elegantes, no tiene por que entristecer a nadie y es que la muerte,-palabras que leí-, es la continuación de la vida. Tampoco debe ser triste para los que quedan y es que cada día, al amanecer, deben, tienen la obligación de incorporarse a la nueva vida que nace. Lo suelen anunciar en la primavera las aves, en invierno su frío de escarcha.
A veces, más de las que quisiera, miro a lo alto del edificio, a su chimenea de hierro. Es casi como las demás a no ser que, parece de hierro porque algún óxido se le ve. Unos peldaños de escalera, mediante los que se accede a una especie de mirador. En los barcos, los marinos le llaman cofa, lugar que en los veleros ocupaba una persona para mirar a la distancia y si tenía suerte, dar la voz de ¡tierra!. Es de suponer que este mirador se usa por si la chimenea queda atascada con tanta carbonilla y meterle un palo para a continuación empujar y empujar aunque, pensándolo bien, lo que en verdad sale por ahí es humo que marcha a contaminar un poco más el espacio. Me da igual, creo que a ese artilugio le estoy dando más importancia de la que tiene.
A veces, mentalmente, intento averiguar qué cantidad de humo produce un cuerpo, un cuerpo normal no empecemos a liarla y es que a partir de ahí, se puede conocer el de otros tamaños. Tendría o debe haber una fórmula que no conozco, tampoco la buscaré porque con ella, seguramente son necesarios otros complicados aparatos, ordenadores y como es del todo lógico, en casa no tengo ese tipo de aparatejos, más bien pueden estar en una funeraria, quizás Lalo Porto los tenga. Le preguntaré y es que estoy interesado en averiguar cuanto humo puede subir al año a lo alto, porque quitando la unidad de quemados, del resto, un montón.
Cuando niño no los quemaban. Saltando a la cuerda, jugando al futbol, a las bolas, al trompo, cantando; al paso de un entierro por la Puerta de Canido callábamos, nos santiguábamos y esperábamos que la caja se alejase de nosotros, para continuar. Contábamos en voz alta el número de coches que acompañaban al muerto aunque quizás, en un cruce o en un ceda el paso, se habían colado otros autos que no pertenecían a la comitiva y les cogía de paso para seguir camino a Esmelle. Los ocupantes de estos autos "añadidos", puede que también rezaran una oración al muerto. No les costaba nada. Nunca lo pregunté.
Ya mayor, tuve dos compañeros que se dedicaban a ir a ciertas casas a preguntar cual era el estado del enfermo aunque no lo conocieran y de ese modo, cuando moría, esa pareja se colaban en el velatorio para, pasado cierto tiempo, salir con la barriga llena y si cuadrara, tan llenos de coñac que casi a la puerta del difunto, ya comenzaban a cantar el "Asturias patria querida" himno oficial de esa comunidad. No se como hará un obispo cantándolo, cuando llega a los versos que dicen: "Tengo que subir al árbol, tengo que coger la flor y dársela a mi morena, que la ponga en el balcón".
A lo que íbamos. En los velatorios, la recién viuda, agasajaba a los presentes con buenas viandas, mejor vino, el café que no faltara como también debía estar presente el coñac para los hombres, el anís para las mujeres. En principio se solían rezar uno, dos, tres rosarios, más no, que la gente comenzaba a moverse mucho en el asiento, de ahí viene lo de "culo de mal asiento", a lo mejor no, no sé. Las oracones se decían con muchas seriedad y dolor; pero amigo, cuando aquello terminaba, en hilera partían para la habitación cercana, la de los manjares y a partir de entonces, los chistes verdes, las risas, la terrible juerga y fastidio para los vecinos que tenían que madrugar. Alguien toca el culo de una dama y ésta le sonríe. Animado, también se lo toca a otra que, le estampa una sonora y severa bofetada en todos los morros. Un silencio tenso, un mujer que no fue para tanto, al fondo una risa suave, otra risa más sonora al lado y al poco, la juerga que continúa mientras el muerto, en otra habitación, solo, en silencio, descansa.
Esa es otra, lo del descanso eterno. A mi, sinceramente, no me vale. Las personas vagas de nacimiento, que sigan en ello una vez la palmen, pero aquellas que siempre han sido activas que hagan lo que se les pongo en gana, al menos en el infierno que dicen los entendidos, se pasa de carallo. Si es así...
Conozco con todo detalle el lugar que me van a llevar cuando deje de respirar, lo que no conozco, son los trámites que siguen, antes de darle fuego a la persona, ni tan siquiera a las kilocalorías que trabaja la caldera, si me queman desnudo tal como llegué al mundo o vestido de mártir con hábito de san Melocías, virgen y mártir o por último, si la caja de madera me acompaña para enviar más humo a lo alto. Lo deberían de explicar pero me da que son muy suyos, al menos en Ferrol que no te dejan ver el horno, ni el chisporroteo a través de un cristal, no te dejan nada, todo está bajo llave. En Coruña dejan ver algo más y además, una señora de luto, alta como un eucalipto da un cierto toque de seriedad al acto. Esta gente, los que trabajan con los muertos, son muy suyos. Suelen tener una tez descolorida tanto en invierno con el verano, un levedad amarilla les recorre los pómulos y nariz y ya ni te digo nada si se les suma el amarillos de las bombillas. Todos aquellos que viven de la muerte, los que con ella hacen perpetuos negocios, son de muy pocas palabras, diría y me atrevo, de mínimas palabras; lo que no se es si lo produjo su nacimiento o están obligados a ello. Tampoco me atrevo a preguntarles, porque su rostro, impresiona. Suelen vestir de negro, la culera y los codos de la chaqueta brillan por lo gastadas que están, quizás, cuando paran de crecer, es cuando se compran el traje y les dura años y años. Tampoco les he visto caminar con la arrogancia con que camina un banquero que suelen llevar, una cartera de cuero con una chapa que brilla pero que no es de oro ni tan siquiera de plata que no se puede conocer lo que lleva escrito, como esas firmas que les dicen ilegibles. Los que viven de la muerte, caminan con un folio en la mano, que hasta dudo esté escrito, será para darse aire o quizás lleven escrita en él, una firma ilegible.
Hoy me atreví y entré en ese edificio, luminoso a más no poder, sólo eché en falta al fondo del gran pasillo, un palco con la López-Malde tocando y es que el follón que ahí hay, es tremendo. Creo y creo bien, que la gente va a los entierros para encontrarse. El muerto en definitiva, les importa un carajo; el encuentro es lo que prima. Abrazos, más abrazos; besos entre las mujeres y algún hombre que ha entrado en la rueda, y tus hijos, los dos trabajan están muy crecidos, y que guapa te veo, bah, tonterías, estoy como siempre aunque por dentro lo crea tras el halago. Se miran se remiran, dónde está la cafetería que el niños está algo mareado del coche y además tiene sed, está allá al fondo no le des nada frío que lo puede descomponer; y el abuelo, ha quedado guardando la huerta y cómo va, se duerme continuamente, entonces no puede vigilar; mujer también duermen los espantapájaros y vigilan. Tienes razón.
La cafetería también muy luminosa y amplia. En un rincón, cuatro personas que semejan camioneros de largas distancias, quizás portugueses con conducen esos vehículos longos, juegan una partida a las cartas sin pensar en el lugar en que se encuentran y es que sus gritos son terribles por culpa de alguien que tenía el tres de bastos y no lo había echado a tiempo a la mesa.
Delante del edificio unos aprendices de jardines y detrás un aparcamiento al que se accede con un número clave, clave que todo el mundo conoce por entierros anteriores.
De momento, creo que puedo seguir respirando al tiempo que camino y pienso. De vez en cuando me giro y miro hacia la chimenea con cofa, por si sale alguna fumarola y de ese modo, intentar al menos calcular el volumen de la persona que queman. Con el tiempo, hasta se podría conocer si el humo pertenece a una mujer, a un hombre blanco, negro, asiático. Pero de momento me río, hablo, abrazo algunas veces, dentro y fuera de la ducha también canto para una urraca, que todos los amaneceres, se posa elegante en la ventana, como si estuviese en La Fenice de frac.
De momento paso de la chimenea olimpicamente y, me quedo con la vida. Vida.