miércoles, 31 de agosto de 2011
OTRA MÁS
Cuando niño, pasaba las horas del día correteando tras cualquier cosa. Ya mayor, me centré.
Viene a cuento que un día del Señor de cualquier año pasado, un tirachinas en la mano derecha, una piedra de granito en la badana, bien sujeta con la mano izquierda, que es como tiene que ser. Las tengo ante mi y hay muchas, tenso las gomas, más, mucho más hasta que comienza a temblar todo mi cuerpo, entonces, la dejo libre, la piedra vuela veloz hacia su destino y al poco, un golpe seco y certero, deja sin vida a una paloma. Había muchas, pero tuvo que ser aquella la que se interpuso en el camino. Y yo temeroso que no me lo creo, que es cierto que apunté al grupo, pero sin la convicción de hacer tanto daño y va, le rompo la cabeza.
Estoy solo, nadie me ha visto, la recojeré, le puedo hacer un bonito entierro. ¿Entierro?. ¿Y si es el Espíritu Santo?. Mira que si lo es. Entonces, el corazón me comienza a la latir fuerte, desacompasado, como no queriendo participar en el santicidio, no puedo más, me siento en el bordillo de la acera mientras sudores chorrean por mi cabeza y cara. A mi lado la paloma muerta y a la que miro y remiro buscándole entre el plumaje una marca, una señal divina que no encuentro. La recojo y con ella entre mis manos camino hasta el Baluarte, frente el cementerio, para darle santa y nunca mejor dicho, sepultura. Es un buen sitio, a estas horas no hay gente, nadie me preguntará.
No es que sea muy profundo el hoyo pero queda bien tapada. También le hago una cruz con dos palos que coloco cercana y así marcho con la intranquilidad de haber enterrado a una de las personas de la Santísima Trinidad. Tiene narices lo que acabo de hacer, he dejado el grupo en dos.
Me costó dormir aquella noche y algunas más. De vez en cuando destapaba la cabeza temeroso, miraba a la ventana pendiente de que al lado de la luna apareciese un gran palomo para lanzarme un pedrusco envuelto en un papel que dijese: De parte del Padre y del Hijo...
Si en casa era siempre la persona que animaba, que contaba los últimos chistes a la hora de comer, a partir de entonces dejé de hacerlo, comía muy poco tomándolo como una penitencia. Dejé de ir al cine, ese si fue un duro castigo, lo que aumentaba mi tristeza y constantemente la palabra ! asesino !, ¡ asesino ! en voz baja, como si viniese de ultratumba, rondándome y si los otros, habían crucificado a Jesús a sabiendas, de muy malas maneras porque todo estaba escrito y premeditado, yo había matado el Espíritu Santo sin conocimiento, a traición y además lo mío era evitable. A partir de entonces, Dios estaba solo en su universo. Eso si me dolía porque, quieras o no, todo el mundo necesita compañía.
Dejé de ir a misa por temor a tener que confesar mi pecado. Veía a todos como locos tras de mi gritando: ¡ al patíbulo !, ¡ al patíbulo !, ¡ asesino de una parte de Dios !. Todos vociferaban, cristianos, moros, negros, chinos, ateos, todo el mundo se unía contra mi. No lo entendía, cruzaba calles, todo eran calles sin curvas, nunca se llegaba al final, ni había cuestas y yo corría sin descanso escapando de aquella prole de malencarados. Entonces caí en la cuenta, tenía ante mi al final, una única visión del infierno..., al que caía, caía, caía..., sin llegar jamás al final, al fuego eterno.
Se pasa mal, en este tipo de sueños. No se que les sucederá a las personas mayores, seguramente que estarián todos como dicen los chinos "kakaítos" de miedo, pero bien que lo disimulan, que de Supermán está el mundo lleno.
Y que en medio de cien palomas le tuve que cascar a esa... Por eso las demás la rodeaban. Si estuviera en una esquina no le sucedería, pero no, tenía que estar en medio como los políticos pero a ellos no les sucede porque siempre van en esos coches negros que les dicen blindados, pero la paloma iba descubierta porque sus plumas, digan lo que digan, no les defienden. ¡Pero es que no hay migas de pan en el cielo, que tiene que venir a la Tierra!. No hay quien lo entienda.
-Adios mamá-,. -¿A dónde vas?. -A misa-.
Ni de coña, mi misa era caminar pensativo por el puerto, sin ver los botes que subidos a la mar jugaba a balancearse, ni las enormes grúas siempre con la cabeza agachada como pidiendo perdón, ni seguramente, a cualquier compañero de clase que me había saludado.
Lo que daría por tener una amiga. La amigas lo entienden todo, no se alteran y siempre ayudan. ¿Mi madre?, una regañina que duele más que unos buenos palos. Una amiga sabe lo que hacer, por donde caminar, aquien acudir, a quien preguntar. Así es.
Y un día, no teníendo amiga, amiga a quien contar mis sufrimientos me acerqué a mi madre y, sin pensarlo, le dije que había matado al Espíritu Santo. Le dolió porque sin decirme nada me dió la espalda y así estuvo un buen rato llorando, lo notaba porque las manos las tenía en la cara y no dejaba de moverse. Durante bastante tiempo no dejó de alzar los hombros como hipando, yo temblaba. Cuando se giró, los ojos le brillaban así como su rostro. Le conté como lo había asesinado y como lo había enterrado, ¿quieres verlo?, dije temeroso. - ¿Está muy lejos?-. -En el Baluarte-. -Pongo unos zapatos y vamos para allá-.
Llegados al lugar y cerca de donde lo había dejado di un salto hacia atrás mientras señalaba a mi madre el agujero. ¡Ha resucitado!, ¡ha resucitado!. Una felicidad me invadio, me sentí libre, Dios me había perdonado. Mi madre se acercó, husmeó un poco, siguió el ratro de unas plumas y al fondo, un gato negro como el azabache comiéndose con toda la calma al Espíritu Santo. De nuevo, la tristeza más grande me invade. A lo que he llegado.
Cansada de verme vivo sin vivir, mi madre me dice que la acompañe a la iglesia. En lo alto del altar, la talla de una paloma. Quedamos al lado de la pila del agua bendita. Van llegando personas que dicen "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo". Todo los dicen, nadie se come la última parte. Hasta el cura lo ha dicho en varias ocasiones, en muchas ocasiones.
Al salir, iba convencido que a narices, tiene que haber varios Espíritu Santo
A narices tiene que haber varios, estoy seguro de ello.
Yo, asesino; maté a uno de ellos, hace mucho tiempo, cuando era todavía un niño.