No veré jamás, la llegada de un AVE a Ferrol y creo que tampoco a Galicia; ni tampoco me importa. Al menos dejarán de mentir. Y muchos de los que se suban a ese tren, tras el primer sablazo en el precio del billete me da que no volverán hacerlo. La novedad puede ser, para decir que han ido en él. Mucha gente que acudió en su día a la EXPO de Sevilla -si, aquella en que una carabela nada más tocar el agua se fue al carajo-, lo hizo por subir a un tren veloz y puntual.
Es que Ferrol se ha quedado sin ferrocarriles. Se queda sin tantas cosas...
Vienen a mi pobre memoria, aquellos trenes no muy lejanos. La locomotora "Cervantes" que esperábamos en medio del túnel cuando se dirigía a La Malata a las cuatro y media de la tarde. Lo hacíamos casi a diario, en un tiempo en que no pisaba el Instituto. El ruído era atronador. Cuando se enteraron de ello los maquinistas, nos lanzaban agua, agua fría aunque uno, a gritos, pidiese socorro alegando que le habían quemado la espalda.
Otro tren que no me queda tan lejos, el que hacía el recorrido de Ferrol a Vigo. Eran seis horas, una tras otra para recorrer unos doscientos quilómetros. Se tomaba con paciencia, un walkman con buena música "encasettada" y a releer una y mil veces la obra de Whitman, Neruda o alguno nuevo recién descubierto en la buena librería que entonces tenía el Corte Inglés. De ese modo, poco importaba la distancia. Un día vi en la estación un nuevo tren al que tenía que subir. Les llamaban "Camellos" por las jorobas que formaban en lo alto los vagones. Frescos en cualquier estación del año; enlatados porque no se podían abrir las ventanillas y de ese modo, nos prohibían la charla con los paisaniños del exterior. El recorrido lo hacían muy suave, tenías uno o dos ceniceros al lado, buena luz, pero se había perdido el ratatá, ratatá, ratatá, ratatá al pasar sobre las traviesas, un ruido que suena a gloria, un arpegio con miles de variaciones que dependen de la velocidad del tren, del viento, del encajonamiento de las vías, del túnel, de la lluvia.
Tenía un gran defecto que me tocó sufrir en muchas ocasiones y es que, no estando habituados los conductores, si se equivocaban en el manejo o tocaban un botón indebido, el tren se detenía y para coger de nuevo, la velocidad de crucero, tenía que transcurrir mucho tiempo, lo que sacaba de quicio al personal. Pero mientras, conocíamos y hablábamos con revisores y muchos viajeros habituales.
Adoro el tren, sobre todo cuando llegaba la noche, incapaz de dormir, se apoya cansado, la cabeza en el cristal, viendo pasar las estaciones veloces, oscuras, porque pienso que en todas ellas la luz es triste, todo en penumbra y soledad, luz mustia, amarilla de barrios bajos. Las bombillas son enormes, sucias, con un halo a su alrededor en donde polillas y mariposas vuelan, semejando satélites de comunciación o de posicionamiento global. El tren, pasa a gran velocidad, da la impresión que es mucha, que todo se puede romper, al tiempo que un viento penetrante, silva continuo y, si en ese preciso instante, el conductor pulsa la bocina los segundos obligatorios, fantástico.
El viaje a Barcelona, directo desde Ferrol, en un tren gris verdoso, quizás debido a la pintura quemada, se hacía en un ferrocarril al que llamaban "Shangai". Duraba treinta y seis horas. Salía a las cuatro de la tarde. Aún lo recuerdo. Es un tiempo en que se sucedían las anécdotas más inverosímiles que uno se puede figurar, pero no dejaba de ser un rompecuerpos. A la altura de Castelldefels se formaba la cola que llevaba una ducha minúscula pero suficiente, para quitar la cantidad de carbonilla que llevábamos encima. - ¿ De cuánto es el enchufe para la afeitadora ?, - de 110, oiga. A partir de ese momento, todo el pasillo se llena con gente que hace cola. Los que salían de la ducha, parecía que se les habían quitado un montón de años de encima, las mujeres entraban, impacientaban al resto del personal y abandonaban el lugar con el pelo encharcado y con un goteo continuo. Todas las ventanillas se ocupan, el aire temprano se agradece, el Ebro que tanto tiempo nos acompañó, se ha ido hacia hacia Tarragona. Allá en lo alto el castillo que da nombre al pueblo, luego Sitges con la playa interminable y las montañas difíciles de Montserrat. La máquina bufa porque le tarda llegar y al final del recorrido, son las siete y media de la mañana, cuando la máquina entra en la estación de Francia, hermosa a más no poder. Taxi a la Transmediterránea para hacernos con el billete de barco, luego a la pensión Clavé 7, siempre llena de artistas de la noche,-¿me puedes dar un pitillo?. Claro que si, bonita. -¿Sois italianos?- ¡¡ Gallegos, de Ferrol !!, decía una voz al fondo. Luego a patear y vivir todo el día la luz, la magnífica luz de Barcelona, hasta la noche en que salía el barco a Palma, para continuar la fiesta a bordo.
El tren "Correo" de Galicia, lento como un chaval que no conoce pregunta alguna del exámen. Pienso que cuando lo jubilaron, sus asientos pasaron a llenar parques y jardines de las ciudades. Era un tren tan remolón que yendo de Madrid a Cádiz, las gentes bajaban del tren, cogían fruta de los naranjos y volvían a subir de nuevo. Era un tren tan cachondo, tanto; que teniendo billete de segunda clase, faltando a la promesa que había hecho a mi madre, me iba para la tercera en donde todo era amabilidad y risas. Solían subir al tren unas personas que iban por todos los vagones vendiendo rifas, se hacía el sorteo y el premio que eran unos paquetes de caramelos baratos, para el amigo compinche. Con anterioridad en Astorga, sucedía otro tanto con aquellos mantecados. Eran dos o tres vagones que en vez de viajeros, parecía de navajeros, huídos de la justicia,tanguistas, trileros, jugadores, falsificadores y a todos acompañaba la familia con grandes y relucientes cestas de mimbre. "Parecían", acabo de decir,pero no lo eran y si, unas personas buenas de verdad. Este tren, me permitió conocer "Córdoba la nuit" y es que llegaba a las doce de la noche a esa Capital y hasta las cuatro o cinco de la mañana no volvían a continuar la marcha. Me da que que a ese tren tuvieron que subir algún día Manuel Alejandro y el entonces Rafael para aquello de : Que lenta la marcha..., que largo el camino..., pero yo si, pero yo sigo andando; pero yo si...
Otro, el "Expreso" que no hacía honor a su nombre. Nunca llegaban a la hora señalada, tanto es así, que en Ferrol, estación términi, según el retraso, la gente volvía de nuevo a sus casas, cenaba pausadamente y volvía para recibir al viajero. La estación, siempre se llenaba, parecía un mercadillo y abriéndose paso, María Racú porteadora de maletas, bajita pero con la fuerza de un toro. Todo eso se ha perdido.
Me gusta el ambiente de los trenes. - ¿Está todo ocupado?-. -No, por favor, entre, entre-. -Y usted , ¿para donde va?. -Pues mire, voy a Calahorra, que mi hijo... -¿Un trago?, -no, muchas gracias, es que no bebo ¿sabe?. ¿Y queso?. -Si, por favor; queso si, le quedo muy agradecido porque salí temprano de casa y tengo el estómago vacío...- Y al instante, en aquel habitáculo, la amistad ha tomado asiento en medio de todos ellos.
Más de una vez he visto la pareja de la Guardia Civil y en medio un preso, que siempre mirada al suelo, silencioso. Este de ahora, niega un pitillo que le ofrece uno de los números. Da pena.
En cierta ocasión, regresando de Palma, cedí el asiento a una señora embarazada, dado que en educación, no había otro más decidido. Salí al pasillo y allí permanecí durante horas y horas, pidiendo a los dioses que alguien se apiadase y me cediese por un momento su asiento. Quien me lo consiguió fueron unos policías de la secreta que, sin miramientos levantaron a la señora embarazada y se la llevaron. Me senté porque mi cuerpo cedía del cansancio que llevaba. Al rato, uno de los policías regresó, señaló una maleta de madera atada con una cuerda y al preguntar de quien era y no recibir contestación, la llevó. Antes, tuvo el detalle de decirnos que esa mujer, hacía contrabando con el café. Y pensar que mi mayor ilusión en principio, fue la de ser contrabandista, cómo me la jugó sin miramiento, una mujer de la profesión.
De vez en cuando subo al tren de FEVE, que es lo que nos queda y lo hago a pesar de que el paisaje hasta un poco más allá de Ortigueira, me lo conozco bien. Más de una vez he bajado en Moeche y he vuelto a patas disfrutando de la soledad, de las gentes con que me cruzo y los ¡buenos días!, que aún perviven en las aldeas, se conozcan las gentes, o no.
También, ante una tarde de lluvia, puedo cargar en el ordenador el programa "Train Simulator" y ahí si, poderoso, dirijo a un lado y otro varios tipos de trenes que, como los verdaderos silban, se cruzan, pasan sobre los puentes. Cuando me aburro, lo apago, todas las estaciones se cierran, los trenes dejan de circular, como cuando se cambiaba a la hora. No se si ahora lo siguen haciendo. Quizás.
Y que jamás escuché lo de :- ¡ Viajeeeeeeeeeeros, al treeeeeeeeennnnnn !.
Me hubiera hecho tanta ilusión.
Quizás sólo ocurra en las películas de vaqueros.