sábado, 14 de agosto de 2010

LO QUE NO SUCEDA EN AMÉRICA...


Éramos pequeños, recuerdo, las madres nos decían que no tragáramos los huesos de las aceitunas, de las cerezas e incluso, para los que estaban provistos de buenas tragaderas, los huesos de las claudias. Todo aquello se llevaba a rajatabla, ante el temor de que nos creciese un árbol en nuestro interior que, cosa lógica, te obligaría a permanecer quieto, quizás sentado en una silla en cualquier esquina de la casa donde no molestaras y, cuando la fruta estuviese madura, incluso los vecinos llegarían a comprarla.   Siempre tuve mucho cuidado de que no sucediese, ni tan siquiera el chicle, de tantas idas y venidas por la boca intentando hacer un maldito globo que, ya podías soplar y soplar que nada salía.  Cuando llegó el americano, aquello era otra cosa.  Nunca lo tuve por entretenimiento preferido.  Tampoco me interesaba dada la leyenda que corría, que no era otra que si te lo tragabas se pegaba a las tripas.
Más adelante, en clase de ciencias me pude enterar de que nuestros estómagos, son tan poderosos que incluso pueden disolver un trozo de hierro.  Me sentí feliz sabiendo que en mi interior había una máquina magnífica, que lo trituraba todo cuando yo, apenas podía romper un lápiz y que cuando iba por la mitad ya ni lo intentaba. Tanta emoción me causaba que, cuando bajaba por la calle de la Tierra, al llegar a la altura de la serrería pensaba, pero yo, tengo una máquina más poderosas que las vuestras.  Al poco tiempo todo aquello ardió, era del padre de un compañero de clase que, de verlo todos los días, desapareció para siempre.
Un día, uno de mis hermanos tragó un anillo que había cogido a mi madre.  Recuerdo que  le dije, de acuerdo con lo aprendido reciente, se despidiese de su anillo, al tiempo que le contaba lo fantástico que es nuestro estómago, tal como había dicho la profesora de ciencias.
Tan sólo hubo que esperar al siguiente día para que el anillo apareciese, formándose en mi un terrible desconcierto ya que era mucho lo que quería y admiraba a la profesora; pero, encontré una buena salida; el oro, al ser un metal noble, era por lo que pasaba la prueba con creces y nada le afectaba.
Ayer, anteayer, no recuerdo y es que soy pésimo para las fechas, lo que nos decían nuestras madres se hizo realidad.
Seguramente que al bueno de Sveden, americano; su madre jamás le dijo que no tragase las semillas y desconocedor del asunto, se tragó un simple guisante que, en vez de continuar su marcha hacia el estómago para la correspondiente trituración, al no ser un mineral noble, tomó el camino equivocado alojándose finalmente en un pulmón.
Mi teoría -no se la de los médicos-, puede ser la siguiente. Al pulmón llega continuamente oxígeno del que se puede apropiar el guisante.  También fluye sangre que le sirve de comida, de nutriente como ahora se dice y si la persona es mayor, Sveden los es, como suelen ser tan lloronas, ya tenemos las tres condiciones para que el guisante se desarrolle, a saber, agua, oxígeno y alimento.
Vamos a pensar que nadie se diese cuenta, -la planta que tenía 1,25 cms.-, si continúa creciendo y creciendo día a día y como es del todo lógico, crece a lo alto, con el tiempo saldría, vamos a suponer que  por la nariz y los oídos.  Por la boca no interesa para que el individuo pueda respirar.  Cuando aparecieran las vainas, la esposa no tendría que acudir al mercado.  Se que es un incordio para el hombre que tiene la planta, pero ¿quién no se sacrifica por una mujer?. Alguno habrá supongo.
Pero si la planta de marras crece en el cuerpo de una mujer, no tiene que alterarse, ella puede ir tanteando las que están maduras.  Puede hacer lo que quiera, sin molestar.
Antes de continuar y a los efectos de que se enteren las feministas de carnet, que tanto me repatean, quiero avisarlas, que lo que escribo no va en serio, que no tengo culpa de que un hombre se haya tomado una semilla, que bien pudo ser una mujer, cualquier mujer porque, para el caso que nos trae, quizás sus madres, jamás les avisaron o no lo sabían que todo puede suceder. No alborotaros.
Sigamos, pensemos que si en vez de un guisante se le quedara una nuez y ya no quiero pensar si se tragara un coco y a través de una oreja le va saliendo una de esas palmeras que aparecen en las postales, entre arena blanca y el mar azul. Lo tendría mal.  Pobre.
Y para cachondeo del buen señor Sveden de Massachusetts, nada más despertar de la operación, a la hora de la cena, ante él, la cocinera colocó una buena montaña de guisantes.
Algunos pensarán que ha sido una broma.  Casi aseguro, porque he convivido con ellos, que si ese día tocaba guisantes para la cena, dentro de su cuadrícula que llevan por melón, no la cambian ni por todo el oro del mundo. Si dice guisantes en el menú, pues eso y, que no quede uno sólo en el plato.
Menos mal que los plátanos no tienen huesos en su interior.  De las frutas, es lo único que me va de vez en cuando, por dos motivos, porque se pelan bien y  además con la mano.
Tal como hacen los monos, que de ellos venimos.
Que nadie sonría suficiente, es que no hace tanto que ha sucedido.  Muchos continuamos pareciéndonos, incluso en costumbres.
¿Qué no?.
Fijaros cuando paran los coches en los semáforos, porque se ha puesto en rojo, cuantos y cuantos limpian a su modo la nariz.  Como los monos, que también tienen un estómago poderoso y no se tragan las semillas.

BOFETADAS