miércoles, 13 de julio de 2011

ZAPATILLAS NÚMERO 42 ADIDAS.







Nos presentaremos, aunque mi compañera no habla ni entiende el español.  Yo algo más, porque se me dan los idiomas. Somos un par de zapatillas, la  Adidas del número 42 derecha y la Adidas del número 42 izquierda, así nos han bautizado.  Carecemos de apellidos o al menos no los conocemos.  Somos hermanas, hermanas que siempre van juntas a todas partes, que jamás se separan cuando nos llevan a caminar, ni tampoco cuando nos dejan en un cajón que queda oscuro al cerrarse una puerta.  Hay días en que al parecer llueve mucho, ese día también permanecemos aburridas en el cajón en el que también hay otras zapatillas, otros zapatos con los que apenas hablamos porque son muy engreídos.  Cuando de repente abren la puerta para recoger zapatos, por ejemplo, la claridad que entra es tal, que nos hace doler los ojales y no os podéis imaginar cuando molesta.
Pero cuando somos nosotras las que salimos de la caja, las que pronto estaremos en la calle, la emoción es tanta que hasta lloramos, la Adidas número 42 derecha me echa el cordón por encima y así esperamos pacientes todo el tiempo que el amo tarda en ponernos en marcha.
Nuestra vida no ha sido un regalo.  Los inicios que recuerde fueron en Harjana, un pueblo pobre, como casi todos los que tiene la India y a donde llegamos en piezas.  Unos niños, el mayor no pasa de los once años, comienzan a clavarnos agujas en la piel, nos estiran con sus pequeñas pero fuertes manos, nos clavan luego contra un madero, más tarde nos cosen ante la atenta mirada de un hombre que en la mano tiene una vara.  Nos empapan en pegamento y no se más por el colocón impresionante que cogí, tanto es así que durante dos días estuve durmiendo en el fondo de una caja de cartón, mi compañera al lado y un fino papel por encima que nos amparaba del frío de las noches.
Un largo viaje en avión amparando a la Adidas del número 42 derecho por el terrible miedo que sentía, es que nunca había volado; hasta se enfadó cuando yo no paraba de reir.  Como no teníamos agujero alguno, no pudimos disfrutar de los paisajes que llaman "a vista de pájaro", pero lo peor, cuando el gran pájaro de hierro se dejó caer, comenzó a trepitar sobre una carretera o algo parecido, sonaba a latas viejas y era tan terrible aquello, que pensé saltarían tuercas y remaches.
Otro recorrido en camioneta, para terminar en  un comercio con mucha luz pero muy raro, y es que los empleados no se llevaban bien entre ellos, no dejaban de protestar sobre lo poco que cobraban y que un día cualquiera los echarían a la calle.  No os podéis imaginar como ponían al dueño, que le iban a quemar la tienda con nosotras dentro. Terrible, vivíamos atemorizadas.  Y  en lo alto de una estantería, nos enterábamos de todos los chismes que hablaban en la parte del mostrador.  Es que te enteras de todo sin querer. Y hay cado uno...
Luego nos llevaron a una casa y hoy, dentro de esta caja que llaman armario, esperamos impacientes en medio de la oscuridad, que será lo próximo que nos depare el destino.
Un día, mientras el dueño nos calzaba, le escuchamos decir del mucho sufrimiento cuando un día  tuvo que deshacerse de las anteriores y ya viejas zapatillas, que al parecer no había por donde cogerlas de rotas que estaban.  Lo sintió tanto, tanto, que ganas le dieron de esconderlas en cualquier parte como recuerdo de los muchos quilómetros que le habían acompañado sin el menor fallo, sin el menos quejido.  Sabe que en América les dan una especie de dorado, luego las colocan encima de una peana y así quedan como adorno en cualquier rincón, pero eso, como siempre, sólo sucede en América.  Estoy segura que haremos todo lo posible, para comportarnos de la misma manera y ser tan buenas como las anteriores.
Y desde hace ya tiempo, conocemos cuando le vamos acompañar, cuando bajamos lo que llaman ascensor, para luego comenzar a caminar pisando un suelo liso bajo los árboles de un  paseo.  Más tarde por un pavimiento rugoso y cálido al lado del mar,  porque el sol ha comenzado a calentarlo y al final de la cuesta, un nuevo camino de arena y piedras que no os podéis imaginar como se nos van clavando.  Durante una corta parada ya que tiene que pasar un camión, nos miramos los bajos que están enteros, sin cortes, sin rozaduras, se nota que aquellos niños, pobres niños, trabajaban muy bien.  Claro, que teníendo al fondo de la sala oscura y mugrienta un hombre con una larga vara..., cualquiera se despista.
Poco a poco, paso a paso vamos conociendo lugares fantásticos, hay veces que caminamos bajo árboles frondosos que dan una sombra agradable, otras veces el sol nos cuece;  de vez en cuando llegamos a riachuelos donde el agua pura, permite a las truchas que jueguen con ella. Caminamos pegadas a la corriente de agua, escuchando su murmullo, escuchando sus sintonías.  A veces el polvo, nos obliga a entornar los ojos e incluso cerrarlos, entonces, fantaseamos con lo que puede haber a nuestro alrededor.
Diréis que hablo mucho y que Adidas número 42 derecha no dice nada, permanece callada.  Es hasta del todo lógico. A ella la hicieron con material procedente de los pocos camellos que pueblan el desierto del Gobi  y por ello, el único idioma que conoce es el ruso.  Pero bueno, cuando me escucha hablar sonríe con dulzura aunque no entienda y es feliz;  de ese modo, le voy enseñando el significado de algunas palabras, e incluso formamos oraciones.  Somos felices caminando juntas.  Dios..., lo que me aprieta hoy el cordón.
Lo pasamos muy bien en la soledad de los montes, todo es silencio que de vez en cuando rompe un grillo altanero llamando a su pareja, para luego callar cuando nos vamos acercando. Allá al fondo, lejos, el mar azul.  Y el amo que comienza a cantar, no es que sea un Pavarotti pero a nosotras nos gusta como lo hace y al igual que el grillo, calla cuando en la lejanía ve que se acercan una o más personas.  El grillo y él, me da que son muy vergonzosos.
Es fantástico tras una caminata en medio de la calor, cuando nos paramos al lado de una fuente, cuando nos moja y remoja con el agua fresca que va soltando un grifo que tapan con una mazorca de maiz. Continúa la marcha aunque de vez en cuando, con la llegada de un paisano, paramos porque el amo y el hombre mayor, tienen muchas ganas de hablar.  La soledad es bien cierto que destruye el ánimo y poco a poco va minando el alma. Y mientras hablan, nos mueve continuamente porque el suelo está muy caliente.
Otros días, da gusto.  La lluvia que va con nosotros, nos acompaña con el ¡chop!, ¡chop! ruidoso que hacemos cuando pisamos la película de agua.  Y hablando de agua, hay algo que nos joroba, por no decir una palabrota, que también conocemos.  Jamás de los jamases, nos ha metido en la lavadora y vamos de guarras como no te lo puedes imaginar y, como para colocarnos en los pies no nos afloja los cordones, los deja atados, tenemos unas bocas enormes, tanto, que cualquier día nos romperíamos, si no fuese por los niños que tan bien nos cosieron bajo la mirada terrorífica del hombre delgado con turbante sucio y vara en la mano.  Duraríamos mucho más si nos cuidara, si nos prestase un poco de atención, es decir, un poco de agua y jabón de vez en cuando, pero bueno, nos empieza a  querer, estamos seguras, y eso es más que suficiente.  Siempre nos elige a nosotras, siempre.  Y no nos podemos quejar, hay otras Adidas por el mundo adelante,  que todo el santo día las tienen dando patadas a un balón, se llama futbol sala o futbito.  Eso si que debe ser terrible, tanta bofetada continua  y a lo mejor, ni tan siquiera las lavan.
Nosotras a lo nuestro, a caminar.  Hasta hemos ido en tren pero el regreso caminando, que en principio no esperábamos fuese de ese modo, tren y luego caminata, ha sido muy duro, pero mira, cada vez son caminos distintos, paisajes diferentes y los montes también cambian.  No nos podemos quejar.  De momento. Si nos lavara...
Lo que el amo no conoce, es que nuestra profesión es lo mejor que nos pudo suceder.  Las Adidas, mientras  caminamos, vamos cerca la una de la otra y hasta llevamos conversaciones agradables.   Cuando nos guarda en la oscura caja que llaman armario, en voz baja, para que no se enteren las otras zapatillas hablamos de los zapatos.  A mi me gusta uno del 42-43 verdoso, elegante, con mucho porte y a la Adidas número 42 derecha, le gusta un zapato tipo  rumano, de color oscuro y con cordones de nylon.  Les dedicamos palabras hermosas en voz baja, es que no sabemos si entenderán nuestra habla, como algunos vienen del Pakistán o del Caúcaso.  Si un día se decidieran...  ¡Qué fiestas!, ¡qué aventuras!. ¡Qué desdicha a veces,  abandonar la visión del  zapato para salir a caminar!, y es que cada día lo tengo más metido en el pensamiento.            Nunca estamos conformes con lo que tenemos.
Mañana será otro día.  Ojalá llueva suave o miudiño que me enseñaron.

Dedicado a todas mis antiguas zapatillas, que prometo, han sido mis más fieles compañeras de viaje. Nunca me fallaron.  Jamás se quejaron. Nunca lavé ni  metí en la lavadora.

BOFETADAS