jueves, 28 de mayo de 2009

VENECIA, ESA BELLA SIGNORA






Camino por las sombrías y estrechas calles de Venecia. Unos grandes aleros cubren al visitante que aprecia y disfruta de unos rayos de sol que se filtran e ilumina rincones maravillosos. Es una luz tenue, la misma que en los atardeceres penetra en las encrucijadas calles árabes de Andalucía, de Segovia, de Toledo de tantos y tantos lugares que gentes del sur ocuparon y engrandecieron. Es entonces, cuando los viejos sentados a la entrada de cualquier casa, recuerdan tiempos pasados que aseguran, han sido mejores que los actuales, es lógico, en aquellos tiempos podían correr tras alguna bella mujer; hoy, amarrados a una silla es del todo natural, que la vida ya no la llevemos tan bien.
Cada veinte pasos, sale a mi encuentro un nuevo canal y por él, es raro que no discurra una góndola, único vehículo que altanero y en silencio, como para no molestar al amor, se desliza suave entre paredes húmedas de mármol o ladrillo rojo. Las familias pudientes, que las hay, tienen góndolas elegantes, charoladas, con un par de remeros vestidos a rayas de cintura hacia el cuello y sobre la cabeza un sombrero tipo cordobés, de paja con una cinta por lo regular azul o roja que como diría un modisto, "graciosa ella, que aletea al viento".
Dejando los alegres y ruidosos cafés de san Marcos, bajando a la ribera de los Esclavones, uno se siente atraído por la larga fila de góndolas que, con el arpón de proa sobre la acera se mecen con dulzura, como si hablasen unas con otras y asintieran a cada frase. Pero una vez las ponen en marcha, la esbelta lanzadera comienza a navegar impulsada por el largo remo que con fuerza sujeta el gondolero, sin más ruído que el chap-chap de la movible pala y el ohé! que lanza el barquero al doblar cada esquina para evitar encontronazos.
Es tan hermoso, que al paso de una góndola ocupada por cuatro señoras, canté con todas mis fuerzas un "Chao, chao, bambinas.....", que las mujeres, creyendo que aquello formaba parte del "programa", admiradas, alguna de ellas, aplaudió levemente ante tan mal canto del todo incompleto.
Desfilo lentamente por esa Venecia oscura, casi negra, dormida por la caricia del agua permitiendo fantásticos reflejos, desesperación de algún que otro artista que intenta y hasta consigue reproducirlos con un pincel. Confieso que tuve envidia al verlos trabajar en silencio, olvidados, en soledad rodeados de mirones que no ven, inmersos en sensaciones que produce tan difícil oficio cual es, llenar un lienzo -no importa el tamaño- de armonías que funcionan unas con las otras.
Me rodearon interminables palacios a lo largo del canal por el que transito a bordo del vaporeto que, por más que lo intento, no consigo conocer a que persona o personas tenía que abonar el coste del viaje. Lo mismo sucede en los buses que nos trasladaban atestados de gente;ya que, si no puedes acceder a la máquina que "pica" los billetes y ningún revisor aparece por el lugar, aquel billete te servirá para otra vez y más. Caso que llegase el controlador y no lo llevases "picado", la sanción será ínfima.
El gran Canal es magnífico, ancho, ocupado constantemente por canoas, barcos de pequeño porte, de gran porte, trasatlánticos acompañados siempre por remolcadores. Es un enjambre de embarcaciones que se cruzan, navegan en paralelo, babor y estribor no existen y en lo alto, viendo el discurrir de la vida, creo ver a Wagner que habiendo llegado en busca de reposo, golpea el alfeizar de la ventana cabreado mientras escribe los "Nibelungos". Cerca, entornados los ojos porque el sol molesta, un inglés conquistador de mil mujeres, desalmado calavera, reidor de féminas y al que llaman Lord Byron compone los versos de su gran obra "Don Juan". Otros muchos artistas suspiran o trabajan, entornadas las contraventanas porque es mucho el ruído que hay sobre el agua.
Venecia, al igual que el resto de las ciudades también tuvo su historia, mala historia. Y si durante el absolutismo de Austrias y Borbones, al levantarse cada español pensaba en el Santo Oficio, rumiando el espantoso dilema de "quemar o ser quemado"; en caso semejante se encontraban los venecianos que durante nueve largos siglos, gracias a la paternal tutela de los Consejos que funcionaban en el palacio de los Dogas, había que denunciar o ser denunciados; y por ello, a gran cantidad de esbirros o espías pagaba el misterioso Consejo de los Diez. Esbirros a los que bastaba una simple mirada para "conocer" lo que otros hablaban en la distancia.
Me han dicho que la costumbre de estar los venecianos unos pendientes de los otros, aún pervive, que no se pierde, aunque ya no tenga las funestas consecuencias que en otro tiempo tuvieron.
El sol va cayendo, subimos a la embarcación en la que nadie nos dice a quien o donde tenemos que abonar el trayecto, un fuerte bandazo y proa a la plaza de Roma. A ambos lados, palacios muy hermosos. La estela de la embarcación, nos va señalando en donde queda san Marcos. Nadie habla. Nadie quiere romper esos momento de gran belleza.
Tiépolo, Sargent, Monet, la están pintando.

BOFETADAS