miércoles, 27 de mayo de 2009
CALOR EN ITALIA
Ya en Ferrol, me viene a la memoria parte de un cuento que nos leían o leía de niño: "Ya estamos en casa, señor gracias mil; a ver lo que pasa, encendez el candil" y al iluminar la habitación, vieron los enanitos una muchacha sobre sus camas que previamente había unido. Lo que ocurrió luego..., hay muchas versiones y no son horas de discutirlas.
Digo que ya estamos en casa porque, a lo largo de mi vida, he caminado por aldeas, pueblos, ciudades y algún que otro desierto africano y, debido a ello, recuerdo bien como apretaban aquellas calores. Pero para nuestra mala o buena suerte -que de todo hay-, alguien a mala leche abrió la puerta del horno de África y de él salieron temperaturas altas, muy altas que cogieron de lleno a los que inocentes, caminábamos y pisábamos losas ardientes, al norte de Italia.
Nosotros, o al menos yo; acostumbrado al clima suave, benigno, casi de biberón y abanico de madre, al encontrarme en medio de aquella caldera, sentí una imperiosa necesidad de meter y meter líquidos y magníficos helados en el estómago, intentando sobrevivir a algo que únicamente la lluvia o nieve hubiesen podido conseguir.
Ya no son los quince, dieciséis años de antaño; ya no son aquellos partidillos con una pelota en pleno estío y, es cierto, la edad no perdona, te va dejando sin fuerzas, sin defensas por mucho que hagas gimnasia al levantarte, con la ventana abierta, tal como el médico te ha indicado; porque lo único que se puede conseguir, es ir encogiéndote tanto y tanto que al final, pueden confundirte con un recién nacido o dos. De ahí lo de los viejos, dos veces niños, porque dan la "lata pidiendo" y porque siempre molestan; que al final, es lo que prima.
En una ocasión, dice el profeta Paltemoniotes, en su versículo 465, opus 10; que Dios envió a un ángel disfrazado al infierno, para que de regreso, le contase cuánta calor hacía en ese lugar. Así lo hizo y lo que sucedió a continuación, es que jamás pudo informar a su Señor; ya que, era tanta la calor que las alas le ardieron y sin alas.... jamás pudo subir a los cielos. Se sabe, que anda vagabundeando por las esquinas del averno, donde menos calor hace, intentando le crezcan las alas y volver a tener aquel bello y limpio plumaje ya que, siendo tan bello, todos los diablos, sin excepción, le tiran los tejos.
Estos días al menos en el norte de Italia, estoy seguro que ni los ángeles se acercarán, so pena de quedarse sin alas ya que es demasiado el "caldo" que abrasa durante las horas en que nos vemos obligados a caminar porque a las cuatro de la tarde se cerraran los comercios, cuando una campana así lo anuncie.
Es ir de chiringuito a chiringuito por el mercadillo de San Lorenzo, en donde algún que otro negro ya me conoce, avanzando y bebiendo, sin una mínima corriente de aire que prometo, buscamos. Caminas mirándolo todo sin ver nada, hablando al menos yo, un italiano que si me sale bien pero que nadie me entiende, porque la gran dificultad que me supone el concentrarme a no ser, en el interior de cualquier iglesia, oscura como todas las iglesias, fresca como todas las iglesias pequeñas porque las grandes, las catedrales ya no son frescas, van recogiendo la temperatura que sueltan miles y miles de personas que a lo largo del día las visitan y sin querer, se convierten en hornos.
Luego al atardecer, la vida vuelve a la vida, los olores, las risas, las prisas que son muchas sin rumbo fijo y, para los rezagados, para aquellos que continúan anclados en las horas tempranas de la tarde, son las campanas, enormes campanas con sus graves y potentes sonidos del Duomo, quienes los despiertan y vuelven al mundo. Es ahora cuando las gentes caminan perezosas, la cara alta porque el sol ya no molesta; las manos señalan, las bocas hablan, todos hablan sobre cualquier piedra que sobresale de una marmolea pared, o de una imagen que maldita tengo idea de quien puede ser y que pregunto a la guía qué quién es ese pájaro, y me responde que ella no ve ningún pájaro y dónde está el pájaro y qué pájaro y le digo bah, déjalo y me contesta que es un gran artista como lo fue Leonardo en Florencia y le digo que bueno, que es admirable que así sea y me mira con cara de mala leche y me da igual porque no la voy a ver más. Con anterioridad ya nos miró mal a todo el grupo, y es que me he encontrado con la gente más orgullosa, imbécil, prepotente que hace tiempo no descubría. Incluyo a mujeres, hombres, carabineros y policías municipales; maleducados hasta la médula. Los jóvenes, a los que siempre se critica, fueron unos verdaderos caballeros en sus respuestas, en sus señalizaciones y en sus sonrisas al responder a una simple pregunta. Espero y deseo que crezcan libres y no tomen ejemplo de los que les llevan algunos años.
Y bajo la calor, insufrible calor encuentro una sombra en la esquina de un canal de Venecia y allí espero y miro; son tan bellos los contrastes que quiero grabarlos en mi mente para más tarde al menos, intentar dibujarlo en la habitación del hotel mientras tarareo: " Que profunda emoción, recordar el ayer, cuando todo en Venecia me hablaba de ti, el sereno canal...."
Al anochecer el aire se hace tibio, hay un cierto olor a caramelo, a pastel casero y niños alrededor de la mesa. Hay una distancia a Galicia y si en un principio pude sentir ante tanta belleza el síndrome de Stendhall, es ahora cuando noto que aparece un tanto la morriña. Siempre me sucede. Es costumbre. Es falta de abrigo.
PD/ Me despedí apurado de una joven y conocedora guía en San Gimignano -creo que lo he escrito bien- y es para dejarle mi dirección: chviter@hotmail.com