viernes, 23 de mayo de 2008
CARTA A PRAGA ( UNA)
Escribo estos recuerdos a bordo del avión que me trae de nuevo a casa. Me habían hablado tanto de ti, que sin pensarlo al llegar, abandoné el hotel en la plaza de Pavlova y me dirigí caminando al centro hasta llegar al puente Carlos o Most Carlos que le dicen. Allí, evitando la gente que se apelotonaba, me acerqué al santo, a Juan el Nepomuceno y como la tradición manda, puse mis manos sobré él, solicitando me conceda los dos deseos que según las tradición otorga. Uno de ellos, volver a Praga y eso que apenas la conocía, pero es que caminando y observando, fué calando tanto en mi, que me enamoró desde un principio y fué tanto, que a los dos días volvía a visitar al santo para recordarle mi petición.
Me voy con angustia porque me gustaría continuar recorriendo tus calles medievas empedradas, remirar de nuevo las tantas y tantas cúpulas y edificios uno a uno de estilo modernista, muy hermosos. Mi compañera Chus, al salir de clase de Arte,mientras caminamos hacia nuestras casas, me hablaba de ti, Praga. Me decía: -Mira siempre arriba, camina y mira siempre arriba- y claro que miraba. Cada vez que un edificio me admiraba, me acordaba de Chus; pero también miré hacia abajo, a sus gentes, me he reído mucho en medio de sus habitantes aunque no nos entendíamos pero, con una mano en su hombro y una sonrisa lo decíamos todo, amén de la palabra que aprendí rapidamente: "Yenque beanie", que es su pronunciación y su significado es "muchas gracias". Ahora que volvemos a casa, miro a través de la ventanilla del pájaro de hierro una gran extensión de cúmulos que semejan tus catedrales y un suspiro prolongado me sale sin querer del alma. Tengo la imágen de tu río el Moldava, a él bajé por un lugar que me señalaron, para hundir mi mano en tus aguas llenas de vida porque quería robarte parte de esa vida que necesito para volver porque en tu ciudad, también hay que mirar para abajo para tu suelo pedregoso muy brillante, para tus pies llenos de colorido sin olvidar tus hermosos templos que llegan al cielo con sus formas góticas o clásicas. Otros en su interior, que no lo esperas, son de un barroco grandioso, en donde las figuras parece que se te vienen encima y te encoges; luego, vas tomando confianza y eres capaz de observar todo el movimiento armonioso que guardan unas con las otras. Hay que mirar para sus gentes, poetas, pintores, pensadores, escritores y músicos que llenan de conciertos las iglesias. Que lo llenan todo.
¡ Cómo te recuerdo y acabo de dejarte !, ¡qué gran novia hubieses sido!, ¡qué gran mujer!, siempre, siempre con la cara limpia y pintada escrupulosamente, sus arterias limpias, tus cristales -preguntarle a África- siempre limpios, tus plazas..., ¡ hay, tus plazas, qué hermosura!.
Antes de acercarme a ti, te sentía como una de tantas ciudades que he conocido. Qué gran equivocación, ¡cómo enamoras así, silenciosa!, pero es tarde, me apena no haberte conocido a mis diecisiete años y pasar a tu lado todas las penurias que pasastes y sufrir contigo, y reir contigo, y vivir contigo, y sufrir de nuevo contigo, y maldecir contigo, y pasear contigo, y dormir contigo y al final, morir a tus pies rendido por tanta belleza.
Llevo el alma contenta y a la vez herida, como casi siempre que me enamoro, siempre que tengo algo que quiero a mi lado, termina separándose, yéndose. Ahora, lo siento, perdóname, soy yo el que marcho, pero antes te he dejado un beso en la mejilla de una aciana que amablemente caminó a mi lado para señalarme el camino a causa de mi cabeza de embotada de tanta hermosura contenida. Esa anciana, esa mujer, te representaba a ti Praga, que me conducías, que me llevabas, que olvidaste tu camino para caminar a mi lado. ¡ Cuánta bondad!.
Te quiero, hermosa Praga, te querré siempre.