Que pocas ganas de hacer en esta mañana gris, que en la lejanía no deja ver los montes y cercano, la proa de un enorme barco que desafía a todos los que desde la distancia lo admiran. Todo es tristeza, incluso se hace triste la voz de Diego el Cigala, cantando afónico su flamenco profundo en el que de vez en cuando asoman colores "como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco". Cigala que no hace mucho vistió de flamenco al tango, lo vistió con ropajes de reyes en el medievo y no de arrabal, con esa voz melancólica que pone los pelos de punta a quien, a quienes quieren escucharlo.
Que recuerde, desde niño me encanta la música, no así las marchas militares que quieras o no quieras, incluso caminando por la calle, tenía que poner mucho empeño para no marcar el paso. Es que las he escuchado tanto, casi siempre la misma, que aunque no sea su intención, llega un momento en que ese sonido aburre tanto como puede aburrir la mejor canción que se escuche continua, por mucho que en su día estuviese en la lista de las principales.
No soy flamencólogo, válgame dios, lo que me faltaba; pero eso no quita que me guste parte de él o mejor algunas de las personas que lo cantan, no el profundo, el de la calle. Comencé comprando discos de Medina Azahara, Alameda, Manantial y el fabuloso grupo Triana, todos ellos con su rock fantástico que me sigue enamorando, la guitarra de Paco de Lucía y alguno más que ahora no me mella ni tampoco quiero hacer memoria, Arrebato, Andy y Lucas, Manuel Carrasco, Mercé...
He acudido en muchas ocasiones para oirl,es cantar al Corral de la Pacheca en San Fernando, cerca de Cádiz aquellas noches en que de retirada, nos dejábamos caer para tomar la última manzanilla. Poco a poco aquello se hizo rutina y allí estábamos hasta casi la madrugada batiendo palmas al bueno de Camarón, a Rafael, a cualquiera que subiera al tablao. Camino de la Residencia, palmas por lo bajini y cualquier canción a media voz que ayudaba en el camino.
Tuve suerte, otros también, que nos cuadrase pasar unos cuantos Carnavales en Cádiz. Me mezclaba, nos mezclábamos con las comparsas. Tarareábamos sus letras que antes repartían escritas, más tarde les escuchábamos en el Falla. Éramos para ellos los gallegos-quillos que participaban de su cachondeo y andaluces nos sentíamos porque cuando les tratas, cuando te haces su compañero, todo funciona como funcionan sus factorías, su pesca, comercio y demás. El andaluz canta cuando su trabajo termina, perdón, el andaluz escucha mientras unos pocos cantan y lo hacen de maravilla. Es su tiempo, les pertenece y de él, como alguien me decía, hacen un sayo.
He recorrido su tierra de cabo a rabo, de Gata a Huelva, también conozco el interior. Sus gentes fueron entrando en mi como yo en ellas. Sus costumbres, su música, cualquier música que no deja de ser la palabra el pensamiento del autor, luego de quien lo ejecuta y es lo que de vez en cuando escucho para que mi mente vuele al sur, al sol, a la luz que tanto necesito.
Que ganas de llorar en esta mañana gris, en que la lluvia habla de ti, canta Diego. Diego es un hombre, que si tuviera que hacerle una caricatura, me resultaría fácil. Una gran risa, risa continua, una boca llena de dientes enormes y un pelo negro muy largo. Al cuellos muchos collares de oro, enormes y de igual manera pulseras, infinitas pulseras en las muñecas.
Ignoro el motivo de tanta exhibición áurea, quizás sea la contraposición del caminar descalzo cuando niño en medio de la miseria que le dejó como herencia esa voz afónica pero sonora, con ganas ahora, de mostrarse poderoso pero que en el fondo, no deja de ser un niño humilde, muy humano.
Que ganas de llorar en esta mañana gris. Miro a través de la ventana y en el astillero, alrededor del gran buque que todo lo desafía con la proa, han encendido algunas luces, quizás haya más pero la lluvia que ahora cae, deja ver únicamente unas cuantas. De vez en cuando se ilumina el soplete de algún soldador y su fogonazo dura un rato. En el instante en que se apaga, otro se ilumina, como si estuvieran hablándose. ¿Hablarán entre si los robots de las fábricas de automóviles cuando toda la gente las abandona?. No se.
Por la calle un hombre y dos mujeres que le acompañan, desafían al agua con sus paraguas, mientras caminan. En los cristales gotas de agua se echan carreras ayudadas por el viento que ahora aprieta y que obliga a los que caminan a sujetar con fuerza sus paraguas que semejan cúpulas negras aunque de vez en cuando, alguno de color, pone el contrapunto.
Que ganas de tumbarme en esta mañana gris y no separar la vista del techo. No lo haré, es que en estas fechas no hay moscas que me puedan entretener con su vuelo. En el colegio, mirar para el vuelo de las moscas, era síntoma de idiotez, de poca inteligencia, de tener no muy bien ajustada la cabeza. Hoy que nadie manda en mi ni me gobierna, puedo decir que el ballet que efectúan dos o cuatro moscas en medio de una rayola de luz, puede ser lo más maravilloso que hagan unos insectos, ya que, persona alguna jamás igualará, ni tan siquiera los componentes del Circo del Sol que unas cuerdas los frenan cada cierto tiempo.
Que ganas de dejarlo todo en esta tarde gris, que ganas de cerrar los ojos y soñar con que camino las calles de Cádiz o la playa al atardecer, haciendo tiempo para marchar al Mentidero, en donde guitarras y voces alegrarán el alma. Para el cuerpo un pan blanco que sabe a gloria, pescadito cazón y una botella de Chiclana, porque la noche es larga.
Que ganas de terminar de escribir en esta mañana gris, esperando que escampe dentro de unas cuatro horas que dijo un telediario de Madrid, en donde el hombre del tiempo, se suele equivocar con Galicia, siempre o casi siempre por no dejarlo mal.
Llueve con más fuerza, la proa desafiante ha menguado, apenas se nota.
Le sucede lo que a las personas que se envalentonan con los débiles quienes, con la palabra, los achican.
Que ganas de dormir en esta mañana gris.
Que ganas de mandar todo al carajo.