domingo, 20 de febrero de 2011

TELÉFONO.






Me han regalado un teléfono para que me acompañe cuando camino por los montes, por lugares en que apenas pasa un alma, abandonados, y es que  ni tan siquiera la Santa Compaña se atreve a transitar.  Me lo han regalado para que no me encuentre tan solo, esas han sido las palabras.  Todavía no conocen que mis mejores compañeros son una cámara de fotos  y un iPod que en su pequeña barriga, guarda algo más de dos mil canciones que suenan a gloria.  Es un mezcladillo de clásica, cantantes de todo tipo y lugar, música y demás, con el fin de que la cosa sea variada y cambiante, al tiempo que va ayudando a dar los pasos, que en eso consite el caminar.
Conocí que el dichoso teléfono también lleva un GPS que me puede ayudar, fue lo único que en verdad me interesó ya que es de última genración, no sólo aprovecha los satélites sino que también las antenas telefónicas con lo que se consigue mayor velocidad de marcación,  hay una cámara de fotos de cinco megapixels, grabador de voz, calendario. Recibe y envía emails; también lleva conexión a internet a través de satélite que eso si lo cobran, pero no sale caro y mil cosas más que ahora no me salen, bueno, también hace videos, se pueden ver películas, radio FM, y no es coña, te puede indicar y te lleva a la farmacia más cercana, a un teatro o a donde le digas.  La primera vez que lo metí en el bolsillo y sonó, me costó un gran trabajo escuchar a la persona que me llamaba,  a pesar de que lo intenté una, dos, tres o cuatro veces, luego, siguió sonando pero ya no hice caso. Es que entonces y dudo de que ahora lo sepa, no me aclaro como hay que pasar el dedo por la pantalla para poder escuchar al otro comunicamente.  Ciencia si, pero para mi, como que me queda muy allá. Tantas cosas hace, tantas; que entender, no las entiendo, no entiendo nada de nada, ahí es en donde me doy cuenta de que cada aparato para tal o cual edad, para los viejo, ni las cosas simples. Resulta que buscaba un botón para pulsar y no era de tal manera, no lleva botones, se toca en la pantalla en una redondel de color verde que hay de acompañar con un dedo hasta un lateral y entonces si se escucha.  Ahora lo se hacer, pero que nadie me pregunte como hago cuando finaliza la conversación, para apagar el dichoso teléfono.  Deduzco, que colgando la otra persona ya quedo sin línea y así es como hago.  Es que no quiero preguntar porque me agobian con las explicaciones. Ni tampoco me cuenten  por enésima vez lo que son el SMS y MSM, es que no me interesa, a duras penas trabajo con cuatro cosas en un ordenador y me llega. Cuando veáis en la tele a un grupo de viejales que por primera vez los colocan ante un ordenador, uno de ellos seguramente seré yo. Y me regalan para caminar el aparato más complicado que parió madre. Por si te ocurre algo, llamas al 112. Esas son las ideas que de momento me van incrustando en el coco. ¡ Qué poco se fían de los viejos!, desde hace un buen tiempo me clasificaron en el apartado de "no vale para nada" y ahí continúo esperando me pasen al apartado "es tonto, no hay nada que hacer". Un día de estos me cuelgan en el pecho un cartelón con el número de teléfono de casa, mi nombre y la dirección.  Por si te pierdes..., me dirán.
Fácil lo tengo para llamar, pongo un dedo sobre uno de los nombres que lleva escritos en una pantalla y ¡oh! maravilla, al poco, escucho la otra voz a mi lado aunque se encuentre en el quinto infierno. Puede haber alguien que piense que es un invento de Satanás, no lo discuto el mío comienza por 666, no me pregunten los siguientes que no los sé, es que me llamó la atención la cifra del comienzo.  Bien pudo comenzar con un 444 que parecen soldados desfilando o un 222, los patitos que van a la charca, pero no, conociéndome han colocado el fatídico 666 que bien poco me importa. Los únicos diablos que existen, son los poderosos enfrascados a diario en guerras, como ellos no van a matarse..., luego escapan con un montón de dinero.  Con  todo el mundo  que me cruzo, camina llevando uno de estos cacharros en la mano y si no es ahí, en el bolso, dependiendo de lo fuerte que suene la llamada o del fino oído que tenga. Es una verdadera peste. Al finalizar la conversación, ya lo doy por hecho que la otra persona cuelga y al mismo tiempo me apaga el mío, favor que me hace otra cosa que no tengo que aprender. Ni se como se carga, por lo visto, no tengo que preocuparme, lo hacen por mi.
Si, es cierto, que cuando salgo a caminar lejos lo llevo, pero antes he puesto una claúsula, una condición, que no se me pregunte durante una conversación, en qué lugar me encuentro, es que no quiero que a estas alturas se me controle que hago y por donde ando.  De momento lo consigo.
¿Qué sucederá con las cabinas ahora que todo el mundo lleva su propio teléfono?.  No es que hiciesen mucha falta, es decir, cuando se necesitaba hablar, era muy raro que alguna funcionase y aún peor, muchas, se quedaban con las monedas mientras el teléfono permanecía colgando en un leve balanceo, como si lo hubieran ahorcado aunque a veces, daba la impresión que se partía de risa mientras intentabas a base de golpes, que aquella maldita caja escupiera las monedas.  Ni de coña.
Siempre me gustaron las cabinas ingleses, las de Londres con su color rojizo llenas de pequeños cristales que semejaban una casa de muñecas, que harían la ilusión de cualquier niña o niño si se la regalasen con una chapa en la parte trasera que dijese: Made in England. Podían muy bien, hacerse casas de muñecas de tres o más pisos con todo el tiempo del mundo para ir amueblando, empapelando, insertando tuberías apena visibles dado que es una casa para muñecas. Hasta me gusta.
Durante bastante tiempo estuve trabajando, otras veces vagueando que de todo hubo en Madrid y de vez en cuando, llamaba a la familia que se había quedado en Ferrol. Entre que chupaban las monedas, entre que las conversaciones se alargaban, se me iba un dineral en las puñeteras cabinas.  Han pasado mucho más de diez años y como algunas perrerías han prescrito y nada me pueden hacer, diré que un compañero, quizás apiadado, me regaló una moneda de cincuenta pesetas que tenía casi al borde un agujero.  Atado a ese agujero una tanza como las de pescar,  muy fina.  Todo consistía en entrar en la cabina, introducir la moneda sujetando la tanza y una vez comenzaba la comunicación, poco a poco, con suavidad se iba tirando del sedal y de ese modo, la moneda volvía al propietario que si quería continuar la conversación, solamente tenía que introducir de nuevo la moneda para a continuación, volverla a sacar sacar a la luz o al farol si era de noche, tantas veces como uno necesitase.  Para muchos funcionaba, para mi, nones.
Quizás los nervios por lo que estaba haciendo, quizás el temor a ser descubierto, lo cierto es que introducía la dichosa moneda pero cuando intentaba extraerla se resistía, tiraba, tiraba del sedal, me olvidaba de la conversación y al final escuchaba el clic,clac de la moneda que había caído al fondo de la caja y como un tonto, quedaba con un trozo de tanza en la mano. Pienso que tuve la culpa  y es que fue la manera de que la Telefónica modificase los cajetines para que nadie pudiese hablar gratis, por el mucho dinero que "perdían" y la gran cantidad de cincuenta pesetas con una tanza que me quedaban  en el interior. Al fin y alcabo, lo mío eran ganancias para la Compañía.
Había quien, con un mechero eléctrico, si, de esos de encender las cocinas de gas, hacía saltar el mecanismo al aplicárselo a la altura de una cerradura que llevaba, nunca presencié tal.  Definitivamente lo mejor, fue hacerme amigo, muy amigo de las telefonistas de mi trabajo que, además de darme charla, me permitían hablar sin límite de tiempo. Gracias Ana por donde camines.
No se que sucederá pronto con las cabinas, si al menos funcionasen cuando hay una urgencia,  pero nadie dice nada, ni tan siquiera Mercero y José Luís López Vázquez que tanto sabían de ello. ¿Lo recuerdas?, José Luís entra en una cabina, al poco una grúa comienza a elevarla, él quiere salir mientras la grúa la lleva al camión, golpea la puerta, intenta romper el cristal, quiere salir, se ahoga.  Los obreros lo ignoraban. El camión emprende el viaje por toda la ciudad y al final la deposita en un descampado en donde hay más cabinas. Terrible.
A partir de ahí, comencé a fijarme que las personas que hablaban en el interior de una cabina, cualquier cabina, con un pie, mantenían una hoja  abierta y algunos, incluso, hablaban desde el exterior. Duró al menos, hasta la siguiente generación que o no se lo contaron o tenían otra conciencia de la vida y sus sucesos.
Había otras  que habían  sido desvalijadas, muchas cabinas se encontraban de esa manera y  los empleados tardaban  mucho tiempo y más en arreglar.  Por lo regular tenían línea y era fácil comunicarte sin soltar pasta.  Cuando quedaban arregladas, siempre había alguien que avisaba,:  -en la Plaza de Castilla, esquina Bravo Murillo al lado del metro, la cabina es gratis- y allá nos íbamos entre risas y cuentos que era una buena manera de caminar.  Además quedaba cerca.
En una ocasión, la recuerdo como si hubiese ocurrido ayer, tenía urgencia por llamar a Ferrol y decir que me iba para Cádiz una buena temporada pues tenía que hacer unos cursos. Un hombre hablaba en una cabina que carecía de puerta.  Lo hacía en un idioma para mi del todo desconocido por tanto, pensé, si está hablando con el extranjero, no creo que tarde mucho en colgar.  Colgó a los tres cuartos de hora en que salió sonriéndome. También le sonreí de mala gana y mientras me acercaba al teléfono iba pensando en la cantidad de dinero que se había gastado la buena persona.
Introduje veinticinco pesetas, marqué, comencé hablar y al momento escuché una moneda de caída en el lugar de la caja de recogida de monedas. La volví a coger y cada vez que la echaba a la máquina, volvía a recogerla porque algún mal nacido al que le quedé agradecido, había robado la caja con el dinero. Cuando un día se presenta por la mañana redondo, al anochecer también sale redondo y ese día salió por la noche en que entré aburrido en el bingo de la Casa de Galicia, allí sentado en la soledad de una mesa, al poco tiempo canté un bingo sin alterarme, como si no le diera importancia, como si fuese costumbre, mientras el corazón  me latía a mil por hora. Lo cobré, salí a la calle y camine desde el centro, por toda la Castellana arriba hasta las cercanías de Chamartín, pensando en la suerte que alguien tendría si me atracaba porque al fin y al cabo el dinero que llevaba encima, no me lo había ganado con el sudor de la frente.  Nadie lo hizo y era media noche, camino de la madrugada.
Estoy seguro de que las cabinas dejarán su lugar quizás para un florero o un pequeño quiosco.  Siempre las recordaré como lo que son, unos confesionarios abiertos al público, habrán escuchado declaraciones de amor de todo tipo, roturas o líos de amantes,  alegrías, reflexiones, tristezas las más y negocios a montones, incluso los fraudulentos.  Las otras cabinas, las de las iglesias, las que de pequeño me dejaban el alma descompuesta por un mísero pecado, de esas nunca quiero hablar ni hablaré. Me han hecho mucho daño, no quiero pensar en aquellos rostros y brazos que me abrazaban con todo cariño en principio, poco después, cambiando el rostro a otro de mala h., mala uva,  me castigaban  con toda crueldad.
Se que los Municipales llevan colgado en vez de un teléfono, un "mancontro". ¡Atención gato pardo!, dime donde te encuentras, cambio. la respuesta siempre era : - Mancontro en la calle María esquina de Cándido Rico-. "Recibido, gato pardo, corto y fin". Es fácil la comunicación de ese modo porque durante algunos años charlaba con otras gentes.  Hoy mis equipos en un cuarto duermen, llevan ya un buen tiempo durmiento no se si por aburrimiento o porque no tengo ganas de charlas con gentes desconocidas. A ver si un día cojo fuerzas y les paso un trapo para quitarles el polvo; a ver.  Qué vago me estoy volviendo.  Con echar las culpas a la edad, echar la culpa a la reúma de los dos brazos y un costado estaría bien, pero no, lo haré yo, en cuanto termine.
Mañana, con tranquilidad, comenzaré a leer el Manual de instrucciones del teléfono que me han regalado, lo mismo diré al siguiente día y al otro y al otro y al otro. Es que es un tocho.
Si, pero el GPS, lo bordo.

Las fotos son de Ortigueira,

miércoles, 16 de febrero de 2011

SEÑORA O SEÑORITA SINDE.






Ayer, la señora o señorita Sinde, apenas pudo pegar ojo puesto que en su cerebro, todavía sonaban los aplausos de casi todo el Congreso, dando luz verde a la llamada Ley Sinde.
Y yo también la aplaudo, pero para quedar bien, nada más que por eso, para que usted no le diga a uno de sus sicarios que me vigile cuando bajo una canción, un tema seguramente americano, que necesito para poner música a una presentación en power point.  Es que a mi, señora o señorita no me regalan los discos como a las emisoras de radio, a los amigos, a las televisiones o incluso, me arriesgo, a usted.
De un disco, lo más que se aprovechan son dos o tres temas, hay que comprarlo entero, y es que los otros temas, son el mismo rollo  que el que escribe, colocaba en los exámenes cuando la pregunta no me sonaba y si me sonaba, la había pasado por alto en esas horas en que uno, malditas las ganas que tiene de leer.
No se si la SGAE, le aplaude o también los tiene cabreados porque espero, detrás vaya eso del "canon" que me quita dinero sin conocer las causas, que lo hacen sin decir los motivos; al menos, hace años, los salteadores de caminos decían que eran para los pobres.  Ellos, viviendo en un palacio, ¡qué prepotencia!, se siguen escojonando de risa mientras a media luz, cuentan sin descanso billetes y monedas.  Si no se podrá "piratear" para qué meterles un clavo a los CD,s y DVD,s, también a los equipos, a todo. Qué manera de vivir en la riqueza sin dar golpe.  Y usted lo sabe y lo conoce, señora o señorita Sinde, tenga valor y penetre en esa cueva para enterarse de verdad, a lo que se dedican.
La última película española que vi en una sala de cine, de la que no recuerdo el título ni me importa y es que no merece la pena. Trataba de una mujer no muy agraciada que aprovechando el sueño de su marido, marcha de casa.  Se pasa toda la noche de un lado para otro con una pequeña maleta. Se hace amiga de un extranjero que quería marchar de mañana para su país. De madrugada regresa a su casa mientras su marido, taxista aburrido, sigue en la cama.  Saco en conclusión, mejor, que los taxistas saquen en conclusión, que al llegar la noche duerman con un ojo abierto y el otro como quieran si es que no quieren dormir solos.
La película, mala de solemnidad, al director, al productor les ha salido redonda.  Han gastado cuatro perras de la  subvención millonaria que el Ministerio de Cultura, leer de nuevo, de Cultura les ha dado graciosamente, como antes daban tierras los reyes a los condes de vida alegre.
Se queja el propietario de la editorial Planeta, alegando que se piratean los libros.  No hace mucho he comprado un libro digital y con él, venía una tarjeta con unos mil libros descatalogados que a mi me valen y me entretienen.  Si usted quiere piratearlos, escriba "Libros" y le saldrán esos que me regalaron. Hay de todo tipo y aunque antiguos, aquella gente escribía como los ángeles cuando se ponen a ello. Además, no dicen continuamente que en este país no se lee, qué más le da. Sucederá como sucede al nuevo millonario que compra cuadros abstractos, por el que dirán. No son pirateados, al menos a mi, me los han regalado supongo que bajo un precio oculto.
Hay un refrán, señor a o señorita Sinde, que viene a decir "que todo lo que vuela a la cazuela", pero ojo, no tienen cabida los cuervos, las águilas, las urracas, etc por la dureza de sus carnes.  Quiero decir que cuando abro el ordenador, el mío,  me conecto a Internet y ante mi alguien me dice que puedo ver tal o cual película que está en cartel y por tanto me interesa aunque luego vaya a ver al cine, prometo que lo hago, ¿no voy abrirla?, ¿la dejaré pensando que puedo cometer un pecado en contra de las buenas normas que ahora el Estado pretende llevar a cabo?.  Lo hago porque estoy en mi casa y me amparan unos derechos, entre ellos el de privacidad y ahora el de expresión.  Se les llenaba la boca cuando veían en los escaparates libros, antes prohibidos y a los que accedimos muchos siendo casi unos niños y ahora, nos quieren colocar un pié encima sin que apenas se note para que callemos, sumisos.  No cuenten conmigo.
Y es que los principales colectivos de internautas, han mostrado su total rechazo a la enmienda pues consideran que esta Ley es ineficaz. Abogan por el diálogo para "que de una manera se pueda comenzar a construir", pidiendo como es del todo lógico la dimisión de la señora o señorita Ángeles González Sinde.
Voy a decir al cerebro que piense, es que puedo hacerlo, otra cosa es que obedezca.  Vamos a ver. Dicen que se cerrarán todas las Webs que emitan todo género de información que pertenezca a un autor que la sacó a la luz y por tanto, sancionará a quienes lo hagan.  Ya me dirá como. Cree usted, ustedes vosotros, que las Web de descargas ilegales se encuentran en el interior de uno de los chiringuitos del Retiro, por decir algo. Estos alojadores de Webs suelen estar en el quinto pino, es decir, fuera de España, con lo que la Ley, señora o señorita, a todas luces será ineficaz y lo que conseguirá es que las empresas de hosting (alojamiento de Web) españolas, pierdan negocio que se irá, como es del todo lógico, para las compañías del exterior.
Con la aprobación de la Ley, señora o señorita Sinde, nos enfrentaremos al mismo problema que hubo hace unos diez años con la Ley de la Firma Electrónica y que no es otra, que se tendrá que cambiar, al poco tiempo de entrar en vigor y es que seguramente, la Unión Europea aprobará una directiva que implique la "reforma" de su Ley. Cuánto les gusta perder el tiempo a cambio de unos pocos aplausos.
Hay algo muy importante en esta Ley y es que su ineficacia, "modificará" totalmente el procedimiento.  Tendrá agujeros por infinitos lugares. Hay otra que también los tiene a montones pero estan orgullosos de ella, la de Tráfico.  Así se anuncian un buen número de gestores, diciendo que " le quitamos las sanciones de tráfico, todas".
El hecho de que haya mantenido la Comisión de Propiedad Intelectual, a mi pobre juicio, es otro disparate, pues es una Comisión de todo tipo y color, heterogénea, nombrada a dedo por el Gobierno.  Santiago Urete, que representa a la asociación de músicos en Internet, ha asegurado que hay en la Red, muchos músicos autónomos que lo usan para difundir su trabajo y hacen negocio gracias a los conciertos. Con esta Ley se podrían llegar a impedir que promocionen su música y estima, que la legislación actual es suficiente. Recordemos la reciente dimisión de Alex de la Iglesia que sí se reunió con los internautas para encontrar soluciones.
Señora o señorita Sinde, legislar a lo tonto, a lo primero que sale, porque a uno le apoya el poder del Estado, no es bueno, nada bueno. Las leyes de ese tipo han llevado a algunos estados a una especie de dictadura encubierta, pero dictadura al final y no venga con cuentos de que los precios bajarán y serán competitivos. Ni usted se lo cree.
Mi conciencia me dice que el autor de una obra es su propietario y a él pertenece.  Lo que no se puede es pensar es que toda obra es buena y que el Estado la proteja para que el país sea culto, cuando las obras, sean del color que sean están a la venta a precios prohibitivos para unos cuantos millones de españoles, no culpables de estar en la situación de paro.
Algunos, todavía traducimos los euros a pesetas y más de tres mil de estas últimas como coste de un libro, una película, un poco menos un disco normal, me hace pensar que es algo excesivo cuando si la obra es buena se emiten unas cuantas ediciones. Escribir un libro, el amigo lo publique y a continuación a vivir el resto de su vida.  No me parece justo. Lo mismo sucede con una película para colmo hecha con el dinero del Estado.  Las ganancias para el productor, ignoro si se devuelve a los españoles el dinero que dio ese Estado.  De no ser así, todo son ganancias sea buena, mala o regular la película.
Y con los discos, lo que decía al principio, dos canciones que interesan y lo tienes que pagar todo. Creo que se entiende. Aseguro que en tiempo de los cassettes, se copiaba tanto o más que hoy y todo funcionaba. Ahora bien, si queremos que funcione Ramoncín y otros como él, eso ya son palabras mayores, es del todo imposible. ¿Qué no?.  Escúchelo.
Señora Ministra de Cultura, tengo una cámara doméstica HD, es por eso que solicito de Vd., se me conceda una subvención acorde con la próxima película a realizar y de la que de momento, ignoro su contenido, que actores participarán en ella, mejor los tomo de mis amigos que no cobran tanto, con un bocadillo y un vaso de vino se conforman.  Prometo que una vez finalizada -ignoro el resultado-, se repartirá totalmente gratuita en los hospitales, asilos y comercio del ramo.
Su dinero me lo quedo para vivir unos cuantos años a cuerpo de rey y es que aquí se dan los dos extremos, los que viven como dios, sin dar golpe y los que malviven por falta de trabajo y subvenciones del Estado.
Que le aprovecha la Ley, señora o señorita Sinde y por favor, no se ponga más ese traje absurdo que llevó a los Goya. 
A mi no me gustó y en trapitos de mujer, entiendo un rato.

NOTA:  Un viernes, 1º de julio- qué recuerdos- del año 2011; nueve componentes de la SGAE, son detenidos: Desvío de moneda y apropiación indebida de fondos.  Cada día que pasa, los queremos más y más.

domingo, 13 de febrero de 2011

QUE GANAS DE LLORAR EN ESTA MAÑANA GRIS.






Que pocas ganas de hacer en esta mañana gris, que en la lejanía no deja ver los montes y cercano, la proa de un enorme barco que desafía a todos los que desde la distancia lo admiran.  Todo es tristeza, incluso se hace triste la voz de Diego el Cigala, cantando afónico su flamenco profundo en el que de vez en cuando asoman colores "como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco". Cigala que no hace mucho vistió de flamenco al tango, lo vistió con ropajes de reyes en el medievo y no de arrabal, con esa voz melancólica que pone los pelos de punta a quien, a quienes quieren escucharlo.
Que recuerde, desde niño me encanta la música, no así las marchas militares que quieras o no quieras, incluso caminando por la calle, tenía que poner mucho empeño para no marcar el paso.  Es que las he escuchado tanto, casi siempre la misma, que aunque no sea su intención, llega un momento en que ese sonido aburre tanto  como puede aburrir la mejor canción que se escuche continua, por mucho que en su día estuviese en la lista de las principales.
No soy flamencólogo, válgame dios, lo que me faltaba; pero eso no quita que me guste parte de él o mejor algunas de las personas que lo cantan, no el profundo, el de la calle.  Comencé comprando discos de Medina Azahara, Alameda, Manantial y el fabuloso grupo Triana, todos ellos con su rock fantástico que me sigue enamorando, la guitarra de Paco de Lucía y alguno más que ahora no me mella ni tampoco quiero hacer memoria, Arrebato, Andy y Lucas, Manuel Carrasco, Mercé...
He acudido en muchas ocasiones para oirl,es cantar al Corral de la Pacheca en San Fernando, cerca de Cádiz aquellas noches en que de retirada, nos dejábamos caer para tomar la última manzanilla.  Poco a poco aquello se hizo rutina y allí estábamos hasta casi la madrugada batiendo palmas al bueno de Camarón, a Rafael, a cualquiera que subiera al tablao.  Camino de la Residencia, palmas por lo bajini y cualquier canción a media voz que ayudaba en el camino.
Tuve suerte, otros también, que nos cuadrase pasar unos cuantos Carnavales en Cádiz.  Me mezclaba, nos mezclábamos con las comparsas. Tarareábamos sus letras que antes repartían escritas, más tarde les escuchábamos en el Falla.  Éramos para ellos los gallegos-quillos que participaban de su cachondeo y andaluces nos sentíamos porque cuando les tratas, cuando te haces su compañero, todo funciona como funcionan sus factorías, su pesca, comercio y demás. El andaluz canta cuando su trabajo termina, perdón, el andaluz escucha mientras unos pocos cantan y lo hacen de maravilla. Es su tiempo, les pertenece y de él, como alguien me decía, hacen un sayo.
He recorrido su tierra de cabo a rabo, de Gata a Huelva, también conozco el interior.  Sus gentes fueron entrando en mi como yo en ellas.  Sus costumbres, su música, cualquier música que no deja de ser la palabra el pensamiento del autor, luego de quien lo ejecuta y es lo que de vez en cuando escucho para que mi mente vuele al sur, al sol, a la luz que tanto necesito.
Que ganas de llorar en esta mañana gris, en que la lluvia habla de ti, canta Diego.  Diego es un hombre, que si tuviera que hacerle una caricatura, me resultaría fácil.  Una gran risa, risa continua, una boca llena de dientes enormes y un pelo negro muy largo. Al cuellos muchos collares de oro, enormes y de igual manera pulseras, infinitas pulseras en las muñecas.
Ignoro el motivo de tanta exhibición áurea, quizás sea la contraposición del caminar descalzo cuando niño en medio de la miseria que le dejó como herencia esa voz afónica pero sonora, con ganas ahora, de mostrarse poderoso pero que en el fondo, no deja de ser un niño humilde, muy humano.
Que ganas de llorar en esta mañana gris. Miro a través de la ventana y en el astillero, alrededor del gran buque que todo lo desafía con la proa, han encendido algunas luces, quizás haya más pero la lluvia que ahora cae, deja ver únicamente unas cuantas.  De vez en cuando se ilumina el soplete de algún soldador y su fogonazo dura un rato.  En el instante en que se apaga, otro se ilumina, como si estuvieran hablándose. ¿Hablarán entre si los robots de las fábricas de automóviles cuando toda la gente las abandona?. No se.
Por la calle un hombre y dos mujeres que le acompañan, desafían al agua con sus paraguas, mientras caminan. En los cristales gotas de agua se echan carreras ayudadas por el viento que ahora aprieta y que obliga a los que caminan a sujetar con fuerza sus paraguas que semejan cúpulas negras aunque de vez en cuando, alguno de color, pone el contrapunto.
Que ganas de tumbarme en esta mañana gris y no separar la vista del techo.  No lo haré, es que en estas fechas no hay moscas que me puedan entretener con su vuelo. En el colegio, mirar para el vuelo de las moscas, era síntoma de idiotez, de poca inteligencia, de tener no muy bien ajustada la cabeza.  Hoy que nadie manda en mi ni me gobierna, puedo decir que el ballet que efectúan dos o cuatro moscas en medio de una rayola de luz, puede ser lo más maravilloso que hagan unos insectos, ya que,  persona alguna jamás igualará, ni tan siquiera los componentes del Circo del Sol que unas cuerdas los frenan cada cierto tiempo.
Que ganas de dejarlo todo en esta tarde gris, que ganas de cerrar los ojos y soñar con que camino las calles de Cádiz o la playa al atardecer, haciendo tiempo para marchar al Mentidero, en donde guitarras y voces alegrarán el alma.  Para el cuerpo un pan blanco que sabe a gloria, pescadito cazón y una botella de Chiclana, porque la noche es larga.
Que ganas de terminar de escribir en esta mañana gris, esperando que escampe dentro de unas cuatro horas que dijo un telediario de Madrid, en donde el hombre del tiempo, se suele equivocar con Galicia, siempre o casi siempre por no dejarlo mal.
Llueve con más fuerza, la proa desafiante ha menguado, apenas se nota.
Le sucede lo que a las personas que se envalentonan con los débiles quienes, con la palabra, los achican.
Que ganas de dormir en esta mañana gris.
Que ganas de mandar todo al carajo.

jueves, 3 de febrero de 2011

UNA DE CINES ( y III ).





Decir cine Avenida ya eran palabras mayores. Cine que continúa vivo pero con una terrible herida en todo lo alto que nadie se preocupó de curarla.  Cine de acomodadores uniformados, taquillera morena y a la vez muy guapa.  Una entrada marmólea a la que seguían una escalinata doble del mismo material, paredes forradas de un rojo inglés, al menos me lo parecía, el ambigú construído con buenas maderas y unos grandes ventanales que daban a la calle Dolores, lo que nos permitía comunicarnos con alguien que caminase cerca o bien, arrojar  y escondernos, cualquier cosa que llevásemos en los bolsillos.  Los niños de la calle Real no. Ellos, desde lo alto, escupían sobre los peatones, por lo regular gente mayor que caminaba arrimada a los edificios.
Lo que se correspondía a la general en los demás cines, no era tal en el Avenida.  Faltaban los asientos corridos de madera, es que no los tenía.  En su lugar, cómodas butacas tapizadas en el mismo color que las paredes y cortinajes.  Es cierto que extendiendo la mano se podía tocar el techo, pero de entrada se notaba, que era un cine muy diferente al resto que visitábamos.  Sucedía también, que las niñas ocupaban estas localidades, alguna te podía tocar al lado y como no, algún que otro borrachín y es que al lado del cine, había unas bodegas,- donde hoy se encuentra la planta baja del Corte Inglés-. En el piso superior, un colegio para niñas al que también asistí a dar algunas clases o a recibir algún premio por buen estudiante.  Que nadie se asuste, en aquellos tiempos es cierto que lo era; luego, callo.
El Avenida no me gustaba como cine, si girabas hacia atrás la cabeza, al estar tan altos los asientos traseros, veías desde los pies hasta la cabeza a las personas que tenías a la espalda, lo mismo te sucedía a ti con los de delante.  Por tanto, las manos quietas o darles marcha de vez en cuando de forma apurada.  Lo mismo sucedía con los besos, que tenían que ser extremadamente rápidos, sin sentido alguno por si el de delante se giraba.  Además, el dichoso proyector de la película que cruzaba toda la zona en dirección a la pantalla, producía una gran claridad permitiéndonos distinguir el rostro de las personas.  Que te voy a contar.
Un día, no se si ocurrió por la noche o en plena función, es que no lo recuerdo, el techo en la parte alta, en la general con butacas, se vino abajo dejando el lugar inutilizado.  Debido a ello teníamos que ir a butaca con la premisa, que parte de ellas no fuesen ocupadas y es que si mirabas a lo alto, espadas de Democles pendían de las escayolas del techo, esperando un soplo de aire para  dejarse caer.
Pienso que jamás aquello se arregló, fue la muerte del cine y a partir de entonces, no volví a ver aquella hermosa taquillera.
- Por favor, dos entradas para lo alto -.
- Son cuatro pesetas-.
Entregabas poco a poco el dinero que ibas encontrando por cualquiera de los bolsillos, mis ojos esperando que ella los alzase, lo que no hacía porque, al tiempo que vendía localidades, también hacía calceta.
-Ahí le queda-. Que en educación estábamos al día y además la aprendíamos día a día.  Recogía despacio las entradas sin conseguir que ella alzase el rostro.  Era mayor que yo, unos quince o diecisiete años.
-Siguiente-, se escuchaba mientras subíamos las escaleras de dos en dos, nos asomábamos a la sala, en todo lo alto unas amigas, unas señas para que guardaran tres asientos, reían nerviosas mientras afirmaban. A continuación a fumar, preparando el plan de la tarde.  Seguramente, que baño en Copacabana que solíamos hacer en verano o invierno. Afirmo, que en esta última estación, el agua está fría, terriblemente helada y cuando sales de ella, el viento te llega como si fuesen alfileres.  Hay quien dice lo contrario.  Para salir de dudas probar un día. Es que lo hice muchas, muchas veces, primero para que un codo que había roto permitiese moverse al brazo, eso duró un año y más tarde, lo seguí haciendo por costumbre.
Otro cine elegante para elegantes, el Capitol;  mármoles en su parte baja, cortinones de idéntico color que en el Avenida y haciendo juego, sillas y sofás; dorados espejos y apliques, puertas batientes de entrada a la sala que no hacían ruido.
Para los de general, entre los que me incluyo, lo de siempre.  Infinitas escaleras de madera en una casi oscuridad permanente, que en eso si ahorraban electricidad.  Subías apurado y una vez en el banco, la mirada fija en la pantalla ahora gris, deseando comenzaran aquellos sueños locos, tomando parte de la película.  A caballo persiguiendo a los malos, en los asedios subiendo por las escalas, en la parte final, dando el beso a la chica, pero un beso de verdad, no lo que hacían los actores poniendo cara de asco. Con el tiempo me enteré que muchos era homoxesuales, entonces comprendí por el por qué, de aquella cara de asco. Luego, salíamos despacio y en silencio del cine,  el aire fresco en la cara, las manos en los bolsillos, un cigarro negro en la boca,  inconformistas, que no admitíamos consejos sin pies ni cabeza de las personas mayores, que querían hacer de nosotros unos exquisitos ciudadanos, alguno me decía, el mejor de los ciudadanos. Hoy mayor, no doy consejos, es que ni me atrevo. Que cada cual escoja el camino que más le atraiga, en ese gran cruce de carreteras que es la vida.
En el fondo, sabíamos movernos y es que si alguna película para mayores nos interesaba y no conseguíamos entrar al cine, había que tomar la lancha al pueblo de Perlío, al otro lado de la Ría. Allí, el  cine Perla, hoy también desaparecido pero menos mal que se recuperó la obra de González Collado que en él había. En ese cine ni mayores, ni menores, la censura aún no había llegado o quizás se había pasado siete pueblos y a este no le tocaba, era un cine para la democracia y la democracia terminó con él, para hacer viviendas. En silencio, mordiendo las uñas dejábamos entrar en nuestro cerebro a Rita Holliwood quitándose aquel interminable guante en "Gilda",  Susana Mangano agachada ante el arroz en "Arroz amargo", Brigitte Bardot en  "Y dios creó a la mujer", la misma Bette Davis en "Eva al desnudo";  tantas y tantas otras que a nuestra edad, nos iban descubriendo lo que los libros no decían, pero sin preocuparnos mucho. Sin entrar en materia.
Al finalizar, mientras caminábamos hacia el muelle de lanchas, ¿has visto alguna teta?.  Un poco a la Silvana y para de contar, que no era para tanto.  - ¿Y por esto nos hemos gastado doce pesetas?. Qué saben los curas para opinar si una película es tal o cual.  Ellos no las pueden ver, de hacerlo pecan, pensábamos. Eran tiempos en que algunos curas nos llamaban  hijos, no así a los propios, que les llamaban sobrinos.
Si llego a decir esto en aquellos tiempos, me hubieran dado mucho antes la excomunión.
Un cine grandioso, al que más acudíamos era el Rena, el Renacimiento que quedaba más elegantes aunque, estando en el casco urbano, parecía que era de barrio.  Tenía pocos toques renacentistas, unos azulejos casi todos dañados -frente había un colegio de jóvenes-, un grupo de ellos que representaba una divinidad, creo recordar, no lo afirmo y a la izquierda la taquilla.  Tras la taquilla una mujer de mediana edad del tipo veleta, es decir, que unos días daba gloria hablar con ella y los más, parecía una fiera.  Decían los mayores que por culpa del amante que le hacía trastadas.  Vaya usted a saber.
Cuando la película era para mayores, los portales cercanos y algo alejados, se llenaban de niñas.  Allí, se quitaban los calcetines para ponerse unas medias de cristal que habían tomado del cajón de su madre.  Las más atrevidas se daban un toque de carmín.  Era una forma de hacerse mayores antes de tiempo, tontas no eran, pues pasaban al cine sin el problema que nosotros teníamos para entrar en general o "gallinero", que también le llamaban en algunas ocasiones.  Y es que todavía, llevábamos pantalón corto.
Tampoco se nos hacía difícil entrar. Algunos días el portero nos avisaba que no entrásemos que estaba previsto llegase la secreta.  Los policías que vestían de paisano encargados de que las buenas conciencias ciudadanas no pecasen. Por lo regular, casi todas las películas para mayores, las vimos en el Rena.
En cierta ocasión, compré unos mostachos en la tienda "El niño judío" de la calle Dolores, frente el Casino. Me lo coloqué en un portal cercano, llevaba una gabardina de un amigo que casi me llegaba al suelo, tal como era moda y cuando el portero estaba a punto de recogerme la entrada, una maldito que venía detrás hizo un chiste, me reí, el bigote se puso de lado. Quedé pálido y lo notaba.  El hombre fue noble.  Me dijo, que cuando se puede, se puede y cuando no se puede, no se puede. Que filósofos los había a montones.
Hubo unos años, en que el paso del tiempo se me hacía interminable, mi amargura, mi sufrimiento sólo yo lo conocía. Los días no pasaban con las ganas que tenía de cumplir los dieciséis años y entrar con todos los derechos en todos los cines del mundo. Fue horrible el paso de las horas,  pero llegó.  Mi abuelo me envió a Bernardino Gonzáles para hacer las fotos, me dijo que se daba buena maña y era cierto.  Me firmaron un papel que entregué nervioso a unos comerciantes o del comercio que también se hacían llamar, acudí a Comisaría; todo estaba en regla que se dice.  Cuando tuve el resguardo del documento en la mano, lo besé con ganas, aquello era mi primer pasaporte para ir a las películas de mayores, sin trampas, a la espera de que llegase el DNI plastificado.
A partir de ese momento, pasé a ocupar las últimas filas de butacas, jamás regresé a la general que recordaba con cariño y sigo recordando.  Para los mayores, había dejando de pertenecer a los golfos. Golfos que se desvivían por ayudar a cruzar una calle a una señora de edad, a un señor; que les ayudábamos con sus paquetes y bolsas de compra a subir la calle del Hospital de cargadas que venían, que les cedíamos la acera como nos habían enseñado, aunque en la mano izquierda llevásemos medio cigarro Pall-Mall. Que hacíamos todo tipo de recados a las madres, a las vecinas. Que aguantábamos a los niños pequeños cuando alguien nos lo pedía, que no insultábamos, que respetábamos a los que en edad estaban por encima de la nuestra. Luego vestidos con pantalón largo, nos ponían como ejemplo. De repente, dejamos de ser golfos... No para todos, los propietarios de hijas, aunque las hubésemos tratado con toda la delicadeza y más, una vez colocado el apelativo hasta hoy, si es que viven, lo seguimos  llevando.
Es que ya viejo, alguna, me lo tiene recordado: ¡ Qué golfo eras Chalo...!, para a continuación soltar un piropo.
Tengo la inmensa fortuna, de que mis padres, mis hermanos, jamás me lo dijeron.
Quizás me haya quedado en el tintero algún cine, si ha sido así, prometo que ha sido sin querer, la cabeza ya no rige como antes, es normal.  Fue una forma de vida y lo sigue siendo.  En casa hay algo mas de mil  buenas películas de video.  De vez en cuando miro y reptio aquellas que me dejaron huella, "Alguien voló sobre el nido del cuco"; "Al este del Edén" de Elia Kazan con nuestro admirado entonces James Dean; "Apocalyse Now"; "Lo que la verdad esconde" ; " Las uvas de la ira"...  Es para mi, tan fantástico el cine que todavía sigo llorando con algunos temas como antes hacía, que el corazón se me acelera ante una injusticia, que el alma se me renueva ante un final apoteósico y sigo como antes, poniéndome al lado del malo, que en definitiva, es el golfo de la cinta.
El cine que conocía y que sigo conociendo.

Para todos aquellas, aquellos que les gusta el cine, tanto como a mi me gustaba y me gusta.
Gloria a Edison y a los Lumiere, por hacernos partícipes de su invento, el cine.

miércoles, 2 de febrero de 2011

UNA DE CINES ( II ).






Siempre que haga una visión de los cines, lo haré desde un lugar que llamábamos general, que casi era nuestro lugar de residencia, desde el que tocábamos el techo del cine, que era feliz por tanto que lo amábamos y amo.  Han desaparecido los cines y por tanto ese edén, no así las sencillas salas Mini.  Alguien me dijo una vez, que una ciudad es culta, por la cantidad de cines que tiene.
Hablaré de general porque allí, iba a mezclarme con toda la golfería llegada y por llegar. En aquellos tiempos, casi niño ya fumaba, para las gentes que me veían con el pitillo en la mano, era un golfo.  Éramos golfos por jugar al fútbol en los Cantones sin apenas molestar a nadie, éramos golfos por no asistir a las clases, también lo éramos por nadar en cuernos en invierno, cuando decíamos guapa a una niña, éramos hasta golfos cuando reíamos con toda el alma, siempre golfos ante las personas pías, de comunión y misa diaria,  la de una para que las vieran, sobre todo, si estrenaban modelito. No hablaré nunca en tono despectivo de las butacas, lugar de golfería fina, más oculta menos culta, más a lo callado, más adormecida que se llenaba de suspiros, gemidos en las últimas filas y de vez en cuando, de alguna que otra bofetada.  Todo estaba permitido. A general, las niñas no subían, venía de tradición y las madres las avisaban.  Podría ir a los cines a butaca, dinero me daban, tenía esa suerte; pero el ambiente estaba arriba y allí de verdad, los sentidos se me desbocaban, al tiempo que se ampliaban y crecían. Y aquel olor a cacahuetes...
Que nadie piense, que jamás me senté en las butacas de todos los cines.  En miles de ocasiones lo hice, cuando se iba con una niña, no era plan de meterla allá en todo lo alto, por razones obvias.
En lo alto de las salas, por lo regular y sin regular, no existían los asientos como en la zona de butacas, eran asientos corridos, los mismos que más tarde los negros, tuvieron en Sudáfrica, cuando a narices tuvieron que dejarles entrar en los cines. Prometo que en la general de cualquier sala, era la persona más feliz del mundo.  Todo consistía en esperar a que la vista se acostumbrase a lo oscuro, conocer la situación del acomodador y cuando estaba en el otro extremo, una voz profunda, de locutor de radio, poderosa, gritaba en el cine Callao:
- ¡ Gorilaaaaaaaaaa!. Aquí se están cagando.
- ¿Qué me importa? -contestaba el acomodador
- Pero es que se están cagando en tu maaaadreeeeeeee.
Entonces, aquella mole de casi dos metros de altura, de unos ciento y muchos quilos de peso, comenzaba en la oscuridad a moverse al extremo opuesto,en busca del lugar en que había salido el vozarrón.  En su caminar, iba separando a la gente a manotazos, a fin de abrirse paso. Las personas protestaban ante ese abuso, gritos y más gritos de los que se sentían heridos, avasallados.  Carreras fantásticas de una lado a otro para confundirlo, en una esquina un grupo que comenzaba a cantar una ranchera- en Ferrol había muy buenas voces-.  Del patio de butacas subían voces protestando.  Las putas con sus chulos, que llenaban la Preferencia comunicada con la General, unas a favor, otras en contra, división de opiniones.  Al cabo de un buen rato, como la película continuaba su marcha, los ¡Chissssss !, ¡chisssss! se iban sucediendo por todo el cine, la gente se apaciguaba poco a poco y aquella terrible caterva, fijaba sus ojos en la gran pantalla, entornaban los ojos, los cinco sentidos allí puestos soñaban, soñábamos que navegábamos con Bogart por aquél río.  En otras ocasiones, viajábamos en lo alto de un vagón de tren o nos agachábamos mucho, intentardo ver más arriba las bragas de la Marilyn Monroe.
Hablé de los asientos corridos de la general, pues bien, cuando la película era mala de solemnidad y el cine no se había llenado, te echabas sobre el banco todo a lo largo, apoyabas o no, la cabeza en el regazo de un amigo y te echabas la mejor siestas de la historia.
Hubo un tiempo en que se me dio por ir a las cuatro de la tarde al Callao, pero esta vez a butaca.  En la sala, buscaba al acomodador al que decía:  - Amador, haz el favor de despertarme a las cinco y veinte-. -¿Dónde te vas a sentar?-. -Donde siempre-. Y es que a las cinco y media, había quedado.  Al barco se iba muy temprano para tener la tarde libre, por eso, una siesta en el cine se agradecía ya que en casa, como que no, en el cine quedaba frito a los cinco minutos o eso me parecía porque cuando aparecía la Bardot en pantalla, el sueño desaparecía y es que aquello, en aquellos tiempos, era maná para los que teníamos la suerte de disfrutar con la vista y las visiones fantásticas que el cine ofrecía y ofrece, por supuesto.
He contado en alguna ocasión lo sucedido en el teatro Jofre, teatro que ahora vive joven, tras ser remodelado a conciencia, espero que al Rena también,  le echen una mano, da pena verlo.
Veréis, el grupo de amigos, las mañanas de los domingos de todo el año, aunque lloviese, lo que hacíamos temprano, era acudir a la entrada de la iglesia del Cármen, puesto que allí la censura, colocaba un folio hecho en imprenta, clasificando las películas: "Para todos los públicos"; "Para mayores de 16 años"; "Extremadamente peligrosa"  que era para mayores de 18 años.  Visto lo anterior, la cuestión era ir de cine en cine para asomándonos a las carteleras -unas fotos del metraje, que se colocaban como reclamo-.  En los cines franceses, también solían colocarlas pero, como hubiesen marinos extranjeros en la zona, sobre todo los españoles, los carteles desaparecían al completo, cada cual guardaba el suyo bajo la chaqueta, se metía la mano en el bolsillo del mismo lado para sujetarlo y así  ibas aguantando la gruesa foto hasta llegar a la siguiente bocacalle.  Formando un corro, mostrábamos nuestro botín, discutíamos cuál era el mejor, se ofrecía dinero  y de allí, pasaba a ocupar el interior de la puerta del armario del camarote en el barco, hasta la próxima.   Luego al cine.  Se entraba a las dos menos cuarto de la tarde, para salir a las once de la noche viendo  la misma película. Cuando la luz se encendía, sólo había militares de todo tipo en la sala, españoles y americanos los más.  Al fondo tres o cuatro viejos salteados. En España, no se podía, caminábamos como pardillos, temerosos de cometer pecado por aquello del infierno.
Estábamos, en que íbamos a mirar las carteleras porque aquello, nos permitía imaginar si la película era buena, mala o regular -comenzábamos a ser censores-. No pensábamos, en que cualquier cine que se precie, cuelga a la vista de las personas, las mejores fotos. Como los fotógrafos en sus escaparates.
Aquel domingo de Navidad de cualquier año del Señor, nos acercamos a las del Jofre.  Había mucha gente mirándolas pues la visión era la de romanos, caballos, espadas, luchas. Al parecer, para todos, era la mejor que ponían y además, para menores.  Decididos, nos hicimos con las entradas y claro que fuimos.  Las colas inmensas y como siempre, hubo que subir un montón de escaleras que mareaban cuando lo hacías corriendo en dirección al Paraíso, que ese teatro lo tenía  escrito en un cartel, pegado a una de las paredes y al llegar, un lleno que no cabía un maldito alfiler, no me cabía en la cabeza, que siendo en la cola casi los primeros, hubiese tantas personas en el lugar.  Allí, rostros angustiados, se habla de más con la risa boba que da los nervios.  Vamos a la función.
Se apagan las luces y todo queda en el silencio, el mismo silencio en que se encuentran los cementerios en verano o en días de lluvia fuerte.  En pantalla un hombre repeinado que inicia y continúa su disertación sobre lo que allí se iba ver. Los de la zona alta que se impacientan, algún que otro silbido como en los toros.  Al cabo de media hora el hombre se retira, comienzas a verse las "letras" que le decíamos. Finalizadas, por la izquierda de la pantalla asoma un egipcio despistado que al poco se encuentra con un romano. Al fondo, un gran ejército se va acercando.  Mis ojos como platos, aquello era fantástico, lo que sucede al poco es que el egipcio no le habla en castellano normal al romano, le canta, lo hace cantando y la respuesta es del mismo modo, el romano también canta y sin bromas que ambos cantan muy bien. No fue un momento, siguió y siguió y siguió el cante. Allí,  en la pantalla lo prometo, todo el mundo cantaba, un gordo se tira un cuarto de hora con sus gorgoritos, las mujeres cantan a coro. Nadie habla, nadie; nadie se molesta.  Es entonces, cuando de lo más alto de la general, un tenor de ducha, comienza a lanzar su voz al aire. La gente se anima,  el lógico que aparezca el barítono; más barítonos.  El acomodador que pide silencio.  En la pantalla a lo suyo, a cantar.  En General todos, todos cantamos ópera, aparecen otros tenores y como no los bajos que hay suficientes y aunque parezca extraño, sopranos, mezzosopranos alguna que otra y como no, media docena de castratos.  Es tan grande, tan grande el follón que hay en el Paraíso, que de vez en cuando, cuando las voces se aminoraban para coger fuelle los cantores, nos llegaban las voces y cabreos del patio de butacas y con ellas, las de todo el teatro.  El cine ya no es cine, es el estadio de la Bombonera  argentino un día de buen fútbol, el Bernabeu jugando el Madrid contra el Barcelona, una plaza de toros con el Cordobés en medio del ruedo con dos orejas un rabo en ambas manos que mostraba al coso.
El acomodador desaparecido en combate y espero que no fuese por miedo.  Era un hombre de unos cincuenta años, dos metros de altura al que llamábamos Matapuchos porque su principal trabajo era en el matadero municipal.  De él decían, que mataba las vacas pequeñas, de un puñetazo en la cabeza, hoy no me lo creo, pero entonces, claro que lo veía capaz
Tardan pero llegan, los policías se presentan, dos de ellos vestidos de gabardina.  Todos se enfrentan a lobos cabreados, a lobos engañados que llegaron para ver una de romanos y que para cantos, el teatrillo Argentino  cercano. No consiguen que los ángeles del Paraíso callen, carreras y más carreras, juramentos de los que se caen, cachondeos con los polis porque todo está semioscuro. La pera. Al final, salimos a la calle, saltando los escalones de cinco en cinco.
Lo que estábamos viendo y no viendo en la pantalla, era "Aida" de Verdi.
En aquellos tiempos, yo iría en segundo de bachiller; a pesar de que tenía un montón de libros que estudiar, la cultura musical nuestra era del todo deficiente.  La radio permanentemente con Angelillo, Pepe Luis y su guitarra o algo así, Machín cantando sus desengañosy para de contar.
Todo hubiese funcionado, si en lo alto o en medio de las cartelera, se pusiera una tira diciendo: "Gran ópera de Verdi", mejor en color bermellón que destaca más.  No hubieran ido tantos y aquellos se atrevían  a entrar, el portero les cuenta que sale un tío hablando media hora, que la película es toda cantada, todos se echan para atrás y de ese modo, los de butaca, los "entendidos", quedarían a gusto. Es que en butaca, siempre hubo muchos entendidos, es cierto, pero no tantos como nos querían hacer creer.  Y dejémonos de coñas, que acabábamos de salir de una cabrona guerra civil en donde no ganó nadie, en donde murieron casi todos y los que quedaron, como que no estaban para óperas. Es que no veo, por poner un ejemplo y se tome como tal, a un grupo de operarios de chapa fina, de plomeros o de fundición y yo en el medio, preguntándonos si habíamos encontrado la perfección esperada en la Cármen Burana o en el Concierto Grosso núm. 5 de Handel, escuchado  la tarde de ayer en san Julián, que todavía no se llamaba Concatedral.
Pensándolo bien, para nosotros, para los que participamos, no fue tanto fraude.  Reímos a reventar durante una hora y eso no tiene precio.  Reíamos continuamente porque hoy, ya viejo, de vez en cuando recuerdo y lo que más me sale es una triste sonrisa. ¿Mereció la pena?.
Si, por supuesto, todas las viviencias, sean del tipo que sean, siempre merecen la pena.

Para Flor musa del Jofre y con ella para todo el grupo de clase. Si, para Pilar también.

BOFETADAS