Me han regalado un teléfono para que me acompañe cuando camino por los montes, por lugares en que apenas pasa un alma, abandonados, y es que ni tan siquiera la Santa Compaña se atreve a transitar. Me lo han regalado para que no me encuentre tan solo, esas han sido las palabras. Todavía no conocen que mis mejores compañeros son una cámara de fotos y un iPod que en su pequeña barriga, guarda algo más de dos mil canciones que suenan a gloria. Es un mezcladillo de clásica, cantantes de todo tipo y lugar, música y demás, con el fin de que la cosa sea variada y cambiante, al tiempo que va ayudando a dar los pasos, que en eso consite el caminar.
Conocí que el dichoso teléfono también lleva un GPS que me puede ayudar, fue lo único que en verdad me interesó ya que es de última genración, no sólo aprovecha los satélites sino que también las antenas telefónicas con lo que se consigue mayor velocidad de marcación, hay una cámara de fotos de cinco megapixels, grabador de voz, calendario. Recibe y envía emails; también lleva conexión a internet a través de satélite que eso si lo cobran, pero no sale caro y mil cosas más que ahora no me salen, bueno, también hace videos, se pueden ver películas, radio FM, y no es coña, te puede indicar y te lleva a la farmacia más cercana, a un teatro o a donde le digas. La primera vez que lo metí en el bolsillo y sonó, me costó un gran trabajo escuchar a la persona que me llamaba, a pesar de que lo intenté una, dos, tres o cuatro veces, luego, siguió sonando pero ya no hice caso. Es que entonces y dudo de que ahora lo sepa, no me aclaro como hay que pasar el dedo por la pantalla para poder escuchar al otro comunicamente. Ciencia si, pero para mi, como que me queda muy allá. Tantas cosas hace, tantas; que entender, no las entiendo, no entiendo nada de nada, ahí es en donde me doy cuenta de que cada aparato para tal o cual edad, para los viejo, ni las cosas simples. Resulta que buscaba un botón para pulsar y no era de tal manera, no lleva botones, se toca en la pantalla en una redondel de color verde que hay de acompañar con un dedo hasta un lateral y entonces si se escucha. Ahora lo se hacer, pero que nadie me pregunte como hago cuando finaliza la conversación, para apagar el dichoso teléfono. Deduzco, que colgando la otra persona ya quedo sin línea y así es como hago. Es que no quiero preguntar porque me agobian con las explicaciones. Ni tampoco me cuenten por enésima vez lo que son el SMS y MSM, es que no me interesa, a duras penas trabajo con cuatro cosas en un ordenador y me llega. Cuando veáis en la tele a un grupo de viejales que por primera vez los colocan ante un ordenador, uno de ellos seguramente seré yo. Y me regalan para caminar el aparato más complicado que parió madre. Por si te ocurre algo, llamas al 112. Esas son las ideas que de momento me van incrustando en el coco. ¡ Qué poco se fían de los viejos!, desde hace un buen tiempo me clasificaron en el apartado de "no vale para nada" y ahí continúo esperando me pasen al apartado "es tonto, no hay nada que hacer". Un día de estos me cuelgan en el pecho un cartelón con el número de teléfono de casa, mi nombre y la dirección. Por si te pierdes..., me dirán.
Fácil lo tengo para llamar, pongo un dedo sobre uno de los nombres que lleva escritos en una pantalla y ¡oh! maravilla, al poco, escucho la otra voz a mi lado aunque se encuentre en el quinto infierno. Puede haber alguien que piense que es un invento de Satanás, no lo discuto el mío comienza por 666, no me pregunten los siguientes que no los sé, es que me llamó la atención la cifra del comienzo. Bien pudo comenzar con un 444 que parecen soldados desfilando o un 222, los patitos que van a la charca, pero no, conociéndome han colocado el fatídico 666 que bien poco me importa. Los únicos diablos que existen, son los poderosos enfrascados a diario en guerras, como ellos no van a matarse..., luego escapan con un montón de dinero. Con todo el mundo que me cruzo, camina llevando uno de estos cacharros en la mano y si no es ahí, en el bolso, dependiendo de lo fuerte que suene la llamada o del fino oído que tenga. Es una verdadera peste. Al finalizar la conversación, ya lo doy por hecho que la otra persona cuelga y al mismo tiempo me apaga el mío, favor que me hace otra cosa que no tengo que aprender. Ni se como se carga, por lo visto, no tengo que preocuparme, lo hacen por mi.
Si, es cierto, que cuando salgo a caminar lejos lo llevo, pero antes he puesto una claúsula, una condición, que no se me pregunte durante una conversación, en qué lugar me encuentro, es que no quiero que a estas alturas se me controle que hago y por donde ando. De momento lo consigo.
¿Qué sucederá con las cabinas ahora que todo el mundo lleva su propio teléfono?. No es que hiciesen mucha falta, es decir, cuando se necesitaba hablar, era muy raro que alguna funcionase y aún peor, muchas, se quedaban con las monedas mientras el teléfono permanecía colgando en un leve balanceo, como si lo hubieran ahorcado aunque a veces, daba la impresión que se partía de risa mientras intentabas a base de golpes, que aquella maldita caja escupiera las monedas. Ni de coña.
Siempre me gustaron las cabinas ingleses, las de Londres con su color rojizo llenas de pequeños cristales que semejaban una casa de muñecas, que harían la ilusión de cualquier niña o niño si se la regalasen con una chapa en la parte trasera que dijese: Made in England. Podían muy bien, hacerse casas de muñecas de tres o más pisos con todo el tiempo del mundo para ir amueblando, empapelando, insertando tuberías apena visibles dado que es una casa para muñecas. Hasta me gusta.
Durante bastante tiempo estuve trabajando, otras veces vagueando que de todo hubo en Madrid y de vez en cuando, llamaba a la familia que se había quedado en Ferrol. Entre que chupaban las monedas, entre que las conversaciones se alargaban, se me iba un dineral en las puñeteras cabinas. Han pasado mucho más de diez años y como algunas perrerías han prescrito y nada me pueden hacer, diré que un compañero, quizás apiadado, me regaló una moneda de cincuenta pesetas que tenía casi al borde un agujero. Atado a ese agujero una tanza como las de pescar, muy fina. Todo consistía en entrar en la cabina, introducir la moneda sujetando la tanza y una vez comenzaba la comunicación, poco a poco, con suavidad se iba tirando del sedal y de ese modo, la moneda volvía al propietario que si quería continuar la conversación, solamente tenía que introducir de nuevo la moneda para a continuación, volverla a sacar sacar a la luz o al farol si era de noche, tantas veces como uno necesitase. Para muchos funcionaba, para mi, nones.
Quizás los nervios por lo que estaba haciendo, quizás el temor a ser descubierto, lo cierto es que introducía la dichosa moneda pero cuando intentaba extraerla se resistía, tiraba, tiraba del sedal, me olvidaba de la conversación y al final escuchaba el clic,clac de la moneda que había caído al fondo de la caja y como un tonto, quedaba con un trozo de tanza en la mano. Pienso que tuve la culpa y es que fue la manera de que la Telefónica modificase los cajetines para que nadie pudiese hablar gratis, por el mucho dinero que "perdían" y la gran cantidad de cincuenta pesetas con una tanza que me quedaban en el interior. Al fin y alcabo, lo mío eran ganancias para la Compañía.
Había quien, con un mechero eléctrico, si, de esos de encender las cocinas de gas, hacía saltar el mecanismo al aplicárselo a la altura de una cerradura que llevaba, nunca presencié tal. Definitivamente lo mejor, fue hacerme amigo, muy amigo de las telefonistas de mi trabajo que, además de darme charla, me permitían hablar sin límite de tiempo. Gracias Ana por donde camines.
No se que sucederá pronto con las cabinas, si al menos funcionasen cuando hay una urgencia, pero nadie dice nada, ni tan siquiera Mercero y José Luís López Vázquez que tanto sabían de ello. ¿Lo recuerdas?, José Luís entra en una cabina, al poco una grúa comienza a elevarla, él quiere salir mientras la grúa la lleva al camión, golpea la puerta, intenta romper el cristal, quiere salir, se ahoga. Los obreros lo ignoraban. El camión emprende el viaje por toda la ciudad y al final la deposita en un descampado en donde hay más cabinas. Terrible.
A partir de ahí, comencé a fijarme que las personas que hablaban en el interior de una cabina, cualquier cabina, con un pie, mantenían una hoja abierta y algunos, incluso, hablaban desde el exterior. Duró al menos, hasta la siguiente generación que o no se lo contaron o tenían otra conciencia de la vida y sus sucesos.
Había otras que habían sido desvalijadas, muchas cabinas se encontraban de esa manera y los empleados tardaban mucho tiempo y más en arreglar. Por lo regular tenían línea y era fácil comunicarte sin soltar pasta. Cuando quedaban arregladas, siempre había alguien que avisaba,: -en la Plaza de Castilla, esquina Bravo Murillo al lado del metro, la cabina es gratis- y allá nos íbamos entre risas y cuentos que era una buena manera de caminar. Además quedaba cerca.
En una ocasión, la recuerdo como si hubiese ocurrido ayer, tenía urgencia por llamar a Ferrol y decir que me iba para Cádiz una buena temporada pues tenía que hacer unos cursos. Un hombre hablaba en una cabina que carecía de puerta. Lo hacía en un idioma para mi del todo desconocido por tanto, pensé, si está hablando con el extranjero, no creo que tarde mucho en colgar. Colgó a los tres cuartos de hora en que salió sonriéndome. También le sonreí de mala gana y mientras me acercaba al teléfono iba pensando en la cantidad de dinero que se había gastado la buena persona.
Introduje veinticinco pesetas, marqué, comencé hablar y al momento escuché una moneda de caída en el lugar de la caja de recogida de monedas. La volví a coger y cada vez que la echaba a la máquina, volvía a recogerla porque algún mal nacido al que le quedé agradecido, había robado la caja con el dinero. Cuando un día se presenta por la mañana redondo, al anochecer también sale redondo y ese día salió por la noche en que entré aburrido en el bingo de la Casa de Galicia, allí sentado en la soledad de una mesa, al poco tiempo canté un bingo sin alterarme, como si no le diera importancia, como si fuese costumbre, mientras el corazón me latía a mil por hora. Lo cobré, salí a la calle y camine desde el centro, por toda la Castellana arriba hasta las cercanías de Chamartín, pensando en la suerte que alguien tendría si me atracaba porque al fin y al cabo el dinero que llevaba encima, no me lo había ganado con el sudor de la frente. Nadie lo hizo y era media noche, camino de la madrugada.
Estoy seguro de que las cabinas dejarán su lugar quizás para un florero o un pequeño quiosco. Siempre las recordaré como lo que son, unos confesionarios abiertos al público, habrán escuchado declaraciones de amor de todo tipo, roturas o líos de amantes, alegrías, reflexiones, tristezas las más y negocios a montones, incluso los fraudulentos. Las otras cabinas, las de las iglesias, las que de pequeño me dejaban el alma descompuesta por un mísero pecado, de esas nunca quiero hablar ni hablaré. Me han hecho mucho daño, no quiero pensar en aquellos rostros y brazos que me abrazaban con todo cariño en principio, poco después, cambiando el rostro a otro de mala h., mala uva, me castigaban con toda crueldad.
Se que los Municipales llevan colgado en vez de un teléfono, un "mancontro". ¡Atención gato pardo!, dime donde te encuentras, cambio. la respuesta siempre era : - Mancontro en la calle María esquina de Cándido Rico-. "Recibido, gato pardo, corto y fin". Es fácil la comunicación de ese modo porque durante algunos años charlaba con otras gentes. Hoy mis equipos en un cuarto duermen, llevan ya un buen tiempo durmiento no se si por aburrimiento o porque no tengo ganas de charlas con gentes desconocidas. A ver si un día cojo fuerzas y les paso un trapo para quitarles el polvo; a ver. Qué vago me estoy volviendo. Con echar las culpas a la edad, echar la culpa a la reúma de los dos brazos y un costado estaría bien, pero no, lo haré yo, en cuanto termine.
Mañana, con tranquilidad, comenzaré a leer el Manual de instrucciones del teléfono que me han regalado, lo mismo diré al siguiente día y al otro y al otro y al otro. Es que es un tocho.
Si, pero el GPS, lo bordo.
Las fotos son de Ortigueira,