Fue ayer por la tarde, cuando acosado una vez más por esa tristeza, que tantas veces se me clava muy adentro, abandoné el ordenador para asomarme a la ventana, También en la calle había tristeza, incluso los colores de todos los paraguas era el negro y la lluvia perenne, que encharca las raices de los árboles, cuando no lo necesitan. Árboles vacíos de su manto de hojas, esqueletos de árboles que con sus ramas imploran a las alturas, les envíen la savia que tanto necesitan y también unas hojas que los abriguen. Pero el invierno en Galicia, siempre se comporta de la misma manera y los árboles deberían conocerlo pero claro, miran continuamente hacia los altaneros cipreses, y es cuando la melancolía les abruma, porque desconocen, que los cipreses, además de adornar el cementerio, lloran continuamente a los difuntos cuando la lluvia los empapa.
Una duda, una más me asalta y es que por más que lo intento, no logro resolverla; mi tristeza, ¿la producirá el invierno? o será que ya estamos metidos en el para mi, mes más triste del año; mes de ausencias que ahora y no en Difuntos, se echan de menos y aunque los llamo y les hablo, como no están, hasta debo parecer idiota; no me importa que la gente me mire por ese comportamiento para mi bueno, para ellos ilógico; si es así, les puedes decir con qué alegría desempaquetábamos las figuritas del Belén o ese gran árbol que aparecía por la puerta que parecía tuviese patas, o la cena, todos juntos, todo risas y mimos para los niños; o aquellos días de Reyes en que acostado, permanecías con un ojo levemente abierto para ver un rey mago y al siguiente día, con chulería, poder decirle a los amigos: Hoy, he visto un Rey Mago, era Melchor, el del pelo blanco en las postales. Se formaría un corro a mi alrededor y ufano, prepotente les hablaría punto por punto como eran sus ropajes hilbanados con hilos de oro y plata, los botones enormes esmeraldas y en el gorro rojo, la una pluma de cisne dorado que sólo crece de vez en cuando en el polo norte e incluso, les hablaría largamente de las babuchas con toda la puntera puntiaguda que calzaban. Lo que sucedió siempre y nunca lo dije, era que a la primera de cambio me quedaba dormido profundamente y los Reyes, podían incluso poner música que no me enteraba.
Ayer, asomado a la ventana, cuando la tristeza de todos los días me invadía, asomó entre las nubes, muy hermosa, una rayola de luz que lo iluminó todo durante unos instantes, pero el recuerdo de su luz ,duró dentro de mi todo el día y puedo asegurar, que continúa permanente. Luz que dio vida a la vida y era tan sólo, un rayo de luz en este otoño triste, bajo tanta lluvia. Dicen que la alegría puede producir cambios de imágenes o situaciones, creo que me sucedió porque entonces, con el brillo de esa luz, sucedió algo fantástico. Ante mi, las hojas volvían a los árboles como en primavera, la lluvia en principio recia, se fue haciendo miudiña, calabobos que poco a poco se retiraba. Los pájaros trabajaban en sus nidos; hubo tal desconcierto, que los campos, de inmediato, se llenaron de margaritas, en los tejados de las casas también las había y tantas, que parecía una postal de Navidad, un gran día de nieve. En los caminos no, pues es bien sabido que no hay que pisarlas y a poca altura del suelo, las golondrinas hacían carreras interminables hacia sus nidos en donde las crías asomaban chillonas pidiendo un insencto y en el cercano olivo, que nace libre, se posaron una pareja de tórtolas que no dejaban de mirarse y de juntar sus picos.
La rayola, sólo permaneció un instante, tiempo suficiente para llevarse mi tristeza, todo volvió a su anterior estado. La lluvia, ahora muy fina para regarlo todo aparecía bella, tanto, que incluso fue capaz de cambiar aquellos paraguas oscuros, por unos de colores infinitos. No podía faltar el arcoiris, que asomó en la lejanía más grande que nunca.
Qué mala la tristeza. Qué mala la ausencia, el adios, el hasta nunca que sucede a diario pero que cuando más duele es en estas fechas. Solamente, hay que estar dispuesto y esperar a que una hermosa rayola asome, para henchirte de felicidad y es que un simple, un único rayo que te regale el sol, puede hacer todo eso y más. Y ayer, en medio de una gran tristeza, la rayola que me iluminó, que me dio fuezas, que me separó de la apatía, no llegaba del sol, venía de la vida a dar vida que tanto se necesita.
Pero este mes, siempre para los que quedamos, será mes de melancolía, terriblemente largo, sobre todo en medio de la lluvia constante y perpetua y que cuando arrecia, si faltan las personas que quieres, si ya ni tan siquiera asoma la rayola de luz que tanto necesitas, te podrás convertir en la persona más desgraciada aunque no te falte de nada, aunque lo tengas todo.
Esta vez, cuando llegue la medianoche, no permaneceré con un ojo a medio abrir para ver al rey mago. Es que ya no me interesa.
Si, estaré pendiente de esa luz que me hace revivir, abandonar la casa, caminar por campos y caminos, siempre mirando a esa rayola porque, tan pronto esos nubarrones de plomo me la oculten, la incertidumbre volverá apoderarse de mi y de mi pobre conciencia.
Siempre he dicho que tengo el corazón gallego pero el alma mediterránea. En Galicia la lluvia menuda y de tarde en tarde el sol que asoma tímino y me envía una rayola de vida. En el Mediterráneo, porque también necesito la luz, el color, la vida. Todo eso, me lo mostró ayer una rayola de luz en esta querida tierra y a partir de entonces, camino sin pisar el suelo, me uno a la naturaleza cercana porque formo parte de ella y la quiero, la respeto, la abrazo, como igual hago con la rayola de luz y de vida que ayer asomó, que vino a mi, que me hizo sentir que no estaba solo, como tiempo llevo estándolo.
No quiero repasar lo escrito, ahí queda. Únicamente me he limitado a dar al teclado mientras el corazón dictaba las palabras que luego entraban en el cerebro, ahora iluminado por una hermosa rayola de luz, de perpetua vida.