jueves, 30 de diciembre de 2010
AHÍ OS QUEDAÍS
A punto de que el viejo 2010 se vaya definitivamente, grita al mundo, "ahí os quedáis" y pienso que acierta, creo que no tenemos solución. Y es que venga quien venga, seguirán las mismas guerras o se inventarán otras con gran facilidad, todo consiste en disparar una primera bala, seguirán los mismos o parecidos gobernantes y aduladores, los mismos rostros cada vez más envejecidos -ni las mujeres se salvan-, los mismos encarecimientos de la vida, para de ese modo ir terminando con los que menos tienen y por no tener no tienen culpa de nada lo que sucede a su alrededor; en cuando a las obras, las finalizadas se volverán a "desfinalizar" por el gran negocio que supone y además, ahora se han dado cuenta de que no han metido el cable azul, echando como siempre la culpa al más indefenso, al peón.
El viejo 2010 se marcha contento. Estaba hasta el gorro de tantos y tantos avatares ocurridos, desde chorradas escritas en multitud de revistas, películas que no hay por donde cogerlas hasta los grandes sufrimientos que suceden cuando nuestro planeta se remueve en su interior cabreado y así, como le ha tocado el turno a Haití, le seguirá tocando a otros lugares para a continuación, decir los periódicos que han muertos tantos cientos de personas, ¿quién contabiliza las que mueren en las guerras?, población y soldados. El jefe no, es que el jefe, en retaguardia, jamás palma.
No haré balance de este anciano año que termina, quizás, digámoslo así, la balanza esté compensada y es que jamás se pueden colocar en el mismo plato, sentimientos y bienes materiales ya que el fiel, no los distingue, por eso, es mejor callar, dejar que todo siga como casi siempre, dejar de una vez que todo esto termine.
Mañana, el anciano nos deja a media noche. Como siempre pasaré de unas uvas pues no creo en hechicerías y como siempre también, no permaneceré despierto para ver el cambio de año. Ni estaré pendiente de la tele en que una orquesta toca mambos en medio del gran cotillón y a partir de la una de la madrugada, barra libre lo que permitirá a esas personas que caminan siempre serias y prepotentes, colocarse en la cabeza un cucurucho sujeto al mentón con una goma que le lastima, pero no importa y es que se ha dado cuenta que hay otra vida mejor, fuera de su triste oficina y hasta se animará, a soplar con ganas un matasuegras que apunta al pecho de una gran pero viciosilla dama que ríe con suficiencia a la vez que se insinua. También, aplaudirá chorradas sin sentido, que dice la niña de papá y de mamá ; también, con la cabeza, seguirá el ritmo que marca la orquesta aunque lo que tocan no le suene porque jamás lo ha escuchado y es que su cerebro, sólo conoce lo que estar sumergido en lo que dicte la Bolsa. En la oficina siniestra, está prohibida la música y hablar en voz alta. Y así continuará hasta coger la gran melopea que un día es un día. Los vecinos de mesa dirán "qué simpático está el señor", mientras que con aquellos que se cruzan por la calle, con una botella en la mano, son los asquerosos borrachos de siempre, aunque jamás se hayan visto.
Cambiemos de tercio. Tenemos la costumbre de manifestar, "otro años qué se nos va". Si has nacido el 31 de diciembre, tienes toda la razón. Aquellos que hayan nacido en julio, todavía les queda un tiempo. No hay de qué, señoras.
Aquellas navidades de hace muchos años, carecíamos de muchas cosas, las que teníamos si se estropeaban, en vez de arrojarlas a la basura, primero intentábamos arreglarla, se zurcían los calcetines, hasta creo que los codos de los jerseys, todo o casi pasaba de un hermano a otro, los libros de texto que al menos los míos quedaban impecables de un curso para otro. Algunos, sin cortar las hojas que venían pegadas. Ahora bien, el de Religión, no había por donde cogerlo. Era el libro más delgado de todos y que después de salir de casa, cuando ya no te veían, se colocaba debajo del cinturón, tapado con el jersey y así caminabas libre. De regreso a casa, la maniobra al revés, abrazando aquel libro contra el pecho porque de ese modo, daba la impresión -al menos a mi-, que era más grueso. Poco más tarde, conocí y practiqué los dos folios con los "apuntes" que se metían en el bolsillo del pantalón o la chaqueta. Que antes, todo el mundo iba de traje, la chaqueta para hacer un poste de portería y el pantalón que por mucho que se planchara, a los cinco minutos estaba en forma de tubo cada pernera. Aquellos años, tenían otro sabor por estas fechas, se vivía con unas ganas enormes e incluso seguíamos repartiendo el día como cuando había clase. A las ocho de la mañana, dejábamos la ropa en el gimnasio del Insti; salimos para correr por Serantes, Serantellos, Balón, La Cabana, La Malata en donde buceábamos mejillones que cocinábamos sobre una lata, llegada al Insti. A continuación, caminata por la vía del tren buscando hierro y metales, que se vendía en la chatarrería del Ensanche, dinero para dos funciones de cine y tabaco rubio. Al anochercer, sobraba tiempo para charlar y jugar otro partidillo con otros amigos. Y estos días de final de año, se disfrutaban como si fuesen los últimos. Pena que la lluvia chafase algunos juegos, pero las conversaciones, largas charlas en cualquier portal, eran al menos muy interesantes porque nos enterábamos de la vida que a nuestro alrededor pasaba.
El día 31, todas las gentes, después de cenar, caminaban por la ciudad, entraban en las cafeterías llenas a más no poder y a pleno funcionamiento ya que era una día en que se podía hacer una buena caja. Había que aguantar un par de borrachines, pero era lo de menos y al final de la barra, Su Señoría que iniciaba el noveno cubalibre, que está tan gracioso esta noche...
Adios, viejo 2010 que es como te han bautizado.
No se a donde van los años al morir, ni me interesa. Quizás se arranquen de la pared y vayan directamente a una papelera, con algunos almanaques, algunas chicas de bien, hacen cuadros que enmarcan en la calle del Sol y que con el tiempo, a causa de las moscas se ponen perdidos, pero mientras duran, un Sorolla, un Juan Gris e incluso un Picasso, merecen la pena ser mostrados en la salita, en que la máquina de coser es dueña y señora. Este año que se va, pienso que quedo en tablas, entre dos aguas, en medio de la alegría inmensa y la tristeza profunda, quizás pese un poco más lo segundo, siempre sucede. Es por eso, que ese que está a punto de llegar, llegue al menos con cambios. Comienza bien, haciéndose amigo de las eléctricas, del butano, de quienes gobiernan, de los poderosos y la madre que los parió Ambiciosos a más no poder, sin corazón, que les importa un carajo quien puede o quien no puede pagarlo el caso es acaparar, acaparar y hasta el orondo banquero, se aprieta la barriga para reír con ganas porque, cada año que pasa, su arca sube y sube. Lo que no sabe o no quiere saber, es que el arca quedará en este mundo y él se irá, como ahora se está yendo al año 2010.
Ojalá que el año que llega, sea más rico en sentimientos que en bienes materiales. Entonces si será un buen 2011.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
CALABOBOS
Día triste en que la lluvia fina se funde con el mar en el horizonte. Lluvia de despedidas apuradas en el interior de cualquier portal porque fuera, te empapas. Lluvia que en los cristales de las ventana teje encajes de bolillos y en los caminos, se siente río que discurre apurado hasta quedar en la hueya que algún buey ha dejado cuando tiraba como siempre sucede, de un pesado carro. Lluvia de alegría para esas plantas que alguna vecina ha colocado en el patio porque recuerda las palabras de su madre cuando niña: -No hay agua mejor para las planta, que la lluvia-. Son cosas que no se olvidan, además, crecen con más alegría, como las de las monjas en los asilos y en los hospitales.
Los gallegos, por el mundo adelante, tenemos fama de tristones pero también de trabajadores e incluso, se nos quiere imitar en el habla, pero lo hacen tan mal, que en vez de sonreir hacia ese intento, al menos a mi me da una gran pena por las connotaciones que pueden llevar asociadas. El gallego, tiene que ser y estar triste por culpa de las muchas zorrerías que le han hecho y de la perenne lluvia. que siempre, siempre le acompaña. Pero también baila si es que lleva unos vasos de tinto en el estómago o en el cerebro. Es capaz de hacerlo alrededor de una pota de caldo si sabe que de ella comerán los caminantes que lo hacen hacia Compostela en medio de paisajes muy hermosos para que cada cual, a cada paso que da, se vaya inventando historias fantásticas en las que por lo regular, siempre está presente la Santa Compaña y las almas que penan camino de san Andrés de Teixido a donde se va de muerto si no se visitó cuando estaba vivo. Son tantas esas almas, van tan apretadas, que apenas pueden dar un paso cada diez minutos pero, una vez llegan al santo, en ese preciso instante, vuelan al más allá, a no se sabe donde que también está lleno de ánimas. Las hay de dos tipos, las serias y estudiosas y las juerguistas. Tanto unas como otras se acercan a los bosques porque el rocío les encanta, las serias, conducen a las otras almas hacia Teixido y sin que se enteren, les van dando consejos que han leído. Las otras, las que toda la vida han sido unos jueguistas, siguen con lo suyo y sólo se dedican a levantar las faldas de las viejas para que se cabreen, a tirar al suelo los pitillos de los ceniceros e incluso a pellizcar a las vacas en las orejas, para que corren despavoridas por los campos ahora encharcados.
Es la lluvia quien nos hace tristes, porque viene de lejos, porque es continua. Cuando la Tierra comenzó a girar hace millones de años, hizo falta agua para apagar aquella gran masa incandescente y ahí, ya estaba la lluvia gallega, que va cayendo mansa sin hacer daño alguno e incluso, según como ande el alma, también se agradece.
Hay otro tipo de lluvia, que al caer de golpe cuando nadie se lo espera, consigue desbordar los ríos y lo que es peor, obliga abrir las compuertas de los pantanos que al bajar las aguas locas, inunden como siempre, las casas de los humildes, día si día también sin que haya modo de evitarlo y hay lágrimas en los ojos de todos, incluso de los niños porque lo han perdido todo. Es posible que el de la carpeta bajo el brazo, les pregunte si tienen al día el seguro de la vivienda y los pobres, que viven en un mísero chabolo que han construído con sus manos, que han trabajado lo indecible para poder comprar cuatro sillas y dos camas, se mirarán sin entender nada y preguntarán al trajeado, ¿ y eso que es lo que es ?.
Con la lluvia gallega no sucede tal cosa y es que siempre se espera, todos los días se espera aunque en lo alto el sol caliente con ganas. Mañana vamos a..., si no llueve, es lo que se dice porque conocemos, que de un momento a otro llegará por tanto, no nos coge desprevenidos. Sí ha sucedido, que al abrir las compuertas de una presa, al pescador lo ha cogido desprevenido y ha tenido que salir nadando del río. A los dueños de las presas no se les puede decir nada, parece ser que tienen mucho mando y te cortan la electricidad si es que te pones tonto.
Hace años, llovía mucho más; casi el doble y si me apuran el triple; seguramente que tendrá la culpa el calentamiento global que todos hablamos de él pero maldita se sabe lo que es, si no, peguntarle al enteradillo de turno, veréis como se sale por peteneras. Cualquiera que hable del calentamiento, lo hace de forma diferente. Incluso hay otros que son ciclos que se repiten cada tantos años, pero la lluvia, siempre la tenemos porque además, la necesitamos para el mainzo, las patatas y para que los caminos brillen con sus pequeños charcos que se van formando. Y las plantas, las flores, cuando unas gotas de lluvia se posan sobre sus pétalos o resbalan por las ramas, junto con las que hacen carreras por los cristales de las ventanas, es lo más fantástico que nos deja.
Pues hace años, muchos, menos mal que todos los portales de las viviendas permanecían abiertos y era bueno, porque las gentes tenían en donde abrigarse. En Canido, había y hay una residencia que en sus tiempos pertenecía al Ejército de Tierra, actualmente no se quien es su propietario, las cosas cambian continuamente. Hoy, uno de sus portales permanece cerrado, pero en tiempo pasado era como nuestro casino, portal amplio, por el que apenas circulaba gente; nos sentábamos en las escaleras de mármol muy limpias, fumábamos a escondidas de aquella gente que lo contaba a las madres, hablábamos de niñas, hacíamos planes, reíamos llenos de vida. Cuando cansados de permanecer en ese lugar, dábamos la vuelta al edificio, saltábamos una ventana y aunque nosotros un magnífico billar español en el que jugábamos partida tras partida. Cuando sonaban pasos acercándose, todo consistía en saltar de nuevo al exterior a la lluvia en busca de otro portal. Eso si, cuando las personas subían o bajaban, nos levantábamos para dejarles el paso libre y jamás faltó un buenos días o buenas tardes, que en educación estábamos puestos.
En cierta ocasión, un puñetero profesor me dijo que era un maleducado. Aquello me cabreó, negué con la cabeza y le respondía que mis padres me educaban bien, que yo, en tal caso, era un mal aprendido. La clase se rió porque lo necesitaba, no por la contestación y el tío, achicado, perdido, no se le ocurrió nada mejor que molerme a palos ya que supongo que su ego, había quedado a la altura del betún.
Cuantas veces he lavado la ropa y los zapatos en la playa de Copacabana, después de jugar un partido en Baterías, con el terreno muy enfangado. El resto del equipo también. Tiritábamos dentro de cualquier portal esperando que aquello se secase y de ese modo, no se enterasen las madres. Vaya si se enteraban. No es que temiese al palo que no lo había, pero los responsos de una madre cabreada, son terribles a la vez que repetitivos. Todo consistía en poner cara de circunstancias, ponerte otra ropa que te daban, un beso rápido que nunca fallaba, un abrazo y a la calle de nuevo.
Pero hoy, que cae esta lluvia tan fina, calabobos que le dicen, lluvia que empapa y no muy lejos, el astillero hoy triste y oscuro del que asoma entre brumas un enorme buque en construcción con su estómago, seguramente lleno de obreros que trabajan porque las horas vuelan.
No muy lejos, unos neones verdes que se desplazan y encogen, señalan el lugar en que se encuentra la farmacia. Suelen poner en uno de sus escaparates un Nacimiento, que es horrible, pero como seguramente lo hacen con buena intención, hay que aguantar. Luego lo retiran para colocar bastones y muletas.
Día hermoso para los caracoles que los vuelve locos, tanto, que incluso se arrastran sobre las carreteras en que los coches cruzan rápidos. Es mi trabajo cuando camino, recogerlos para echarlos sobre la hierba, no se si me lo agradecen o se cogen el monumental cabreo, por evitar que se suicidasen que era lo que pretendían. No hay quien entienda a los caracoles.
Y hoy, mientras la horrible musiquilla de la lotería, cantada por unos niños que suena en todos los receptores, la evito con una buena música, un libro que me cuesta aprender y, iba a decir un cigarrillo pero eso, han pasado más de cuatro años y aún lo sigo echando de menos.
Lluvia triste de cementerios y de barcos que enfilan la boca de la ría.
viernes, 17 de diciembre de 2010
UN SUCESO EN LA NAVIDAD.
Hojeando aburrido un libro, encontré entre sus páginas un texto que escribí hace tiempo y que hoy, a punto de entrar en la Navidad, te lo envío querida pequeñaja, con mis mejores deseos que no pueden ser otros, que muy pronto, salgas para siempre a la vida.
Dice así:
Es cierto, aquel día llovió oro pero no lo recuerdo. Quien me lo contó es digno de toda confianza aunque, como todos los profetas que escriben sobre el tiempo pasado, algunas veces se pueden equivocar. Me dijo, que amaneció el día con un cielo plomizo y que grandes nubes cruzaban de norte a sur, llevando el frío al pequeño pueblo de Belén en donde, algunos camelleros sentados en el suelo alrededor de una hoguera, discuten precios y cualidades de sus animales quienes, en otro rincón un tanto alejado, contaban las bondades o maldades de sus amos. A eso, las personas les dicen que rumian.
Las gentes del pueblo, al igual que el resto de todo los días del año, en sus quehaceres. El pescador al que le falta una pierna lanzando el sedal a un río cuyas aguas semejan papel de plata. Hay un pastor caído de espaldas sobre el musgo, que cubre la cabeza con un sombrero desconchado mira al cielo y no vigila a las ovejas que salteadas comen o se miran por la forma en que están dispuestas. A la Blanca, debió de ser el lobo, le falta una pata y la otra la tiene de alambre, muy torcida. Al fondo, se ve un castillo de color ocre. En él, unos guardias más altos que la fortaleza montan guardia. El de la derecha, el que está a punto de caerse lleva la lanza partida; es de suponer que poca defensa podrá hacer con ella. Dentro del castillo vive el malvado Herodes, pero como en el fondo es un cobarde, no se asoma y es que tiene miedo. En medio del campo de musgo, solitaria, una gallina picotea aquí y allá mientras avanza hacia el molino de aspas detenidas porque el molinero no es capaz de poner en el suelo la carga que el burro lleva y que es mucho más alto que él. Muy próximo a la gallina que picotea aquí y allá y que avanza hacia el molino, un cerdo se ha caído y ha quedado con la barriga al sol y es que su gordura no le permite girarse por más que lo intenta.
De la montaña de cartón baja un sendero de arena fina, como si el desierto cercano la fuese depositando con mucho cuidado. Es un sendero que va serpenteando entre palmeras de papel verde y por él, caminan personas y animales. Todos caminan en el mismo sentido, como si llegasen de lugares lejanos, se nota por sus vestidos ahora descoloridos. No así los tres Reyes que al fondo, sobre sus monturas de cristal y azabache llevan días siguiendo una estrella de papel que cuelga de lo alto, que no se mueve. No importa mucho porque al parecen y según cuentan, son Reyes Magos que llegan al Oriente desde diferentes partes mundo.
En el interior de un cobertizo destartalado, hecho con trozos de corcho y maderas viejas, una pareja. El hombre mucho mayor que la mujer que bien parece una niña. Está tumbada sobre un poco de paja que su esposo ha conseguido reunir. El hombre, con cariño y sumo cuidado, le seca esas gotitas de sudor que asoman en la frente, que semejan perlas por lo mucho que brillan. Al poco, en silencio, ha traído un niño hermoso y llorón al mundo.
Sucede en ese instante, que en todo el pueblo comienza a llover muy suave, casi como una neblina, como una caricia y si, lo que llueve es oro. Al poco, el oro lo cubre todo, los montes de cartón, el musgo, el río de papel de plata, las palmeras hechas de papel y hasta el cerdo que aún no ha logrado ponerse de pie. Las gentes, ¡qué alegría!, van recogiendo el oro y guardándolo en sus casas por temor a que se lo roben unos ladrones que de vez en cuando aparecen por el pueblo. Recogen el oro y lo guardan en todos los lugares, hasta en el pozo que daba una agua muy rica, ahora está lleno de oro. A medida que el metal dorado se va terminando de recoger, los rostros de los habitantes también cambian y ahora son huraños, desconfiados y es que la avaricia ha entrado en juego, el odio ha roto la armonía de las gentes. Ahora es el caos.
En un momento dado, alguien señala el cobertizo cubierto de oro. Sus moradores son pobres, pero han puesto toda su ilusión en el niño, su bien más preciado.
Descontrolados, asaltan la pobre morada, lo arrasan todo, han tirado por el suelo las escasa comida de la pareja, se pelean por el oro hasta la extenuación y uno de ellos, en su afán de subir a lo que se supone es el tejado, ciego por la codicia, pisa la mano del niño que gime. Lo husmean todo a fin de conseguir más riqueza, sin darse cuenta de que todo aquel oro ha comenzado a derretirse ante los ojos atónitos de los acaparadores; a convertirse en agua que discurre brillante hacia el río de papel de plata, regando el musgo, lavando las casas ahora blancas.
La conclusión es, que desde que se formó el mundo, las nubes del desierto o de cualquier otro lugar, el mejor bien que pueden dejar caer es el agua, más valiosa que las piedras preciosas. Las nubes de arena en los desiertos, son otra cosa diferente, aunque tengan el color dorado.
Lo del oro, únicamente creo que sucede en los cuentos tal como me lo han contado, aunque me quedan tres dudas: si es verdad que me lo ha manifestado un profeta; si ha sido un sueño que me ha sucedido o lo he visto en realidad.
Terrible duda.
Felices fiestas para ti Inés, para tus padres y familia entre la que incluyo a Melisa. Que el año venidero no de los sustos que dio el que se termina. Estoy seguro que todo saldrá bien.
Besos.
martes, 7 de diciembre de 2010
RAYOLA DE LUZ EN DICIEMBRE.
Fue ayer por la tarde, cuando acosado una vez más por esa tristeza, que tantas veces se me clava muy adentro, abandoné el ordenador para asomarme a la ventana, También en la calle había tristeza, incluso los colores de todos los paraguas era el negro y la lluvia perenne, que encharca las raices de los árboles, cuando no lo necesitan. Árboles vacíos de su manto de hojas, esqueletos de árboles que con sus ramas imploran a las alturas, les envíen la savia que tanto necesitan y también unas hojas que los abriguen. Pero el invierno en Galicia, siempre se comporta de la misma manera y los árboles deberían conocerlo pero claro, miran continuamente hacia los altaneros cipreses, y es cuando la melancolía les abruma, porque desconocen, que los cipreses, además de adornar el cementerio, lloran continuamente a los difuntos cuando la lluvia los empapa.
Una duda, una más me asalta y es que por más que lo intento, no logro resolverla; mi tristeza, ¿la producirá el invierno? o será que ya estamos metidos en el para mi, mes más triste del año; mes de ausencias que ahora y no en Difuntos, se echan de menos y aunque los llamo y les hablo, como no están, hasta debo parecer idiota; no me importa que la gente me mire por ese comportamiento para mi bueno, para ellos ilógico; si es así, les puedes decir con qué alegría desempaquetábamos las figuritas del Belén o ese gran árbol que aparecía por la puerta que parecía tuviese patas, o la cena, todos juntos, todo risas y mimos para los niños; o aquellos días de Reyes en que acostado, permanecías con un ojo levemente abierto para ver un rey mago y al siguiente día, con chulería, poder decirle a los amigos: Hoy, he visto un Rey Mago, era Melchor, el del pelo blanco en las postales. Se formaría un corro a mi alrededor y ufano, prepotente les hablaría punto por punto como eran sus ropajes hilbanados con hilos de oro y plata, los botones enormes esmeraldas y en el gorro rojo, la una pluma de cisne dorado que sólo crece de vez en cuando en el polo norte e incluso, les hablaría largamente de las babuchas con toda la puntera puntiaguda que calzaban. Lo que sucedió siempre y nunca lo dije, era que a la primera de cambio me quedaba dormido profundamente y los Reyes, podían incluso poner música que no me enteraba.
Ayer, asomado a la ventana, cuando la tristeza de todos los días me invadía, asomó entre las nubes, muy hermosa, una rayola de luz que lo iluminó todo durante unos instantes, pero el recuerdo de su luz ,duró dentro de mi todo el día y puedo asegurar, que continúa permanente. Luz que dio vida a la vida y era tan sólo, un rayo de luz en este otoño triste, bajo tanta lluvia. Dicen que la alegría puede producir cambios de imágenes o situaciones, creo que me sucedió porque entonces, con el brillo de esa luz, sucedió algo fantástico. Ante mi, las hojas volvían a los árboles como en primavera, la lluvia en principio recia, se fue haciendo miudiña, calabobos que poco a poco se retiraba. Los pájaros trabajaban en sus nidos; hubo tal desconcierto, que los campos, de inmediato, se llenaron de margaritas, en los tejados de las casas también las había y tantas, que parecía una postal de Navidad, un gran día de nieve. En los caminos no, pues es bien sabido que no hay que pisarlas y a poca altura del suelo, las golondrinas hacían carreras interminables hacia sus nidos en donde las crías asomaban chillonas pidiendo un insencto y en el cercano olivo, que nace libre, se posaron una pareja de tórtolas que no dejaban de mirarse y de juntar sus picos.
La rayola, sólo permaneció un instante, tiempo suficiente para llevarse mi tristeza, todo volvió a su anterior estado. La lluvia, ahora muy fina para regarlo todo aparecía bella, tanto, que incluso fue capaz de cambiar aquellos paraguas oscuros, por unos de colores infinitos. No podía faltar el arcoiris, que asomó en la lejanía más grande que nunca.
Qué mala la tristeza. Qué mala la ausencia, el adios, el hasta nunca que sucede a diario pero que cuando más duele es en estas fechas. Solamente, hay que estar dispuesto y esperar a que una hermosa rayola asome, para henchirte de felicidad y es que un simple, un único rayo que te regale el sol, puede hacer todo eso y más. Y ayer, en medio de una gran tristeza, la rayola que me iluminó, que me dio fuezas, que me separó de la apatía, no llegaba del sol, venía de la vida a dar vida que tanto se necesita.
Pero este mes, siempre para los que quedamos, será mes de melancolía, terriblemente largo, sobre todo en medio de la lluvia constante y perpetua y que cuando arrecia, si faltan las personas que quieres, si ya ni tan siquiera asoma la rayola de luz que tanto necesitas, te podrás convertir en la persona más desgraciada aunque no te falte de nada, aunque lo tengas todo.
Esta vez, cuando llegue la medianoche, no permaneceré con un ojo a medio abrir para ver al rey mago. Es que ya no me interesa.
Si, estaré pendiente de esa luz que me hace revivir, abandonar la casa, caminar por campos y caminos, siempre mirando a esa rayola porque, tan pronto esos nubarrones de plomo me la oculten, la incertidumbre volverá apoderarse de mi y de mi pobre conciencia.
Siempre he dicho que tengo el corazón gallego pero el alma mediterránea. En Galicia la lluvia menuda y de tarde en tarde el sol que asoma tímino y me envía una rayola de vida. En el Mediterráneo, porque también necesito la luz, el color, la vida. Todo eso, me lo mostró ayer una rayola de luz en esta querida tierra y a partir de entonces, camino sin pisar el suelo, me uno a la naturaleza cercana porque formo parte de ella y la quiero, la respeto, la abrazo, como igual hago con la rayola de luz y de vida que ayer asomó, que vino a mi, que me hizo sentir que no estaba solo, como tiempo llevo estándolo.
No quiero repasar lo escrito, ahí queda. Únicamente me he limitado a dar al teclado mientras el corazón dictaba las palabras que luego entraban en el cerebro, ahora iluminado por una hermosa rayola de luz, de perpetua vida.
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