jueves, 21 de junio de 2012

HUBO UNA VEZ UN SANTO...







Hubo una vez un santo, que quizás no lo fuese, pero el total de los vecinos de Sauce de Abajo, tantas veces repetían lo bueno que era, lo atento que era, lo servicial que era el hombre al que llamaban Belisario, quien caminaba  por la aldea con una vara a modo de báculo –se lo había visto al Papa en la tele- y en la cabeza, una corona que fabrico con una rama de laurel recién cortado pero, con el tiempo, las hojas se fueron secando y ahora más bien parecía los restos de una coliflor, falta de riego.

Los domingos acudía a la ermita con el resto de vecinos. Solía llevar una chaqueta con los codos gastados y en el pantalón un siete que poco a poco iba aumentando de tamaño y no tardaría mucho en convertirse  en un catorce para mostrar sus interioridades al completo.

En la primera fila, allí estaba pendiente de los movimientos del sacerdote. De vez en cuando le dejaban leer el Evangelio más, como tenía un ojo de cristal, le costaba Dios y ayuda leer tan siquiera una página con letras tan enormes como tenía. Se disculpaba alegando que las letras góticas se le hacen muy difíciles de asimilar y emparejarlas, sobre todo las que le quedan a la altura del ojo de cristal. Un día el cura, por hacerle un favor, le pasó el Evangelio a un folio con modelo de letra Arial. Belisario casi la palma en el esfuerzo y en los intentos de unir palabras para formar las frases, haciendo que los hombres situados al fondo, se rieran con gran alborozo. El sacerdote, cabreado, se dirigió a ellos afeándoles sus conductas en contra de un hermano, a todas luces santo. Les habló de los ermitaños que vivían en santidad en cuevas y las gentes piadosas, se acercaban a verlos y a llevarles comidas muy sabrosas a cambio, que el ermitaño rezara y pidiese el cielo para ellos.

En esos instantes se abrió el cielo para Belisario. No muy lejos del pueblo había una mina abandonada y no sería mala idea hacer uso de ella, convertirse en ermitaño, recibir comida a diario, a cambio de unas oraciones que si tenía ganas las diría y si no, con decir que las decía mentalmente porque llegan con más fuerza, todo arreglado. Estuvo a punto de hacerse propaganda en la iglesia más, después de las palabras del sacerdote contando lo del ermitaño, no era plan de convertirse al momento. Un buen lugar para hacerse propaganda, bien podía ser la tasca del pueblo y mejor aún en las fiestas patronales que estaban ya muy cercanas.

Que cuando el diablo no tiene que hacer, mata moscas con el rabo y Belisario inactivo de la mañana a la noche, cuando todos disfrutaban en el bar, pidió silencio, lo pidió de nuevo y como todos continuaban con sus juergas sin hacerle el más mínimo caso, dejó el aviso para fechas próximas.

Los festejos duran seis días y  el último, el más esperado, sueltan un toro que se hace dueño y señor del pueblo mientras los jóvenes y no tan jóvenes lo incitan, le tiran del rabo, pasan a su lado corriendo para darle una palmada en las ancas o, los más valientes, tocarle un cuerno. Cuando el toro se detiene, el más decidido se pega una carrerilla que obliga al animal a iniciar un trote cansino y estando en esas, Belisario que venía medio dormido después de echarse una siesta, maldita sabía lo del toro. Al doblar la esquina del estanco, se da de bruces con el astado. Un miedo terrible le corre por la columna dorsal, por las costillas, por todos los huesos. Observa como el pueblo mira la escena, entonces, prepotente, superior al resto, lanza un grito al toro: ¡Detente!, fiera del diablo…!, ¡Detente ante mí y obedéceme!. El toro primero mira hacia su izquierda, luego a la derecha; su pezuña delantera golpea el suelo levantando una nube de polvo y así tres o cuatro veces más. Cuando de nuevo iba decir al toro que se detuviese, el animal, sin pedir permiso, sin previo aviso, inicio una carrera fantástica en dirección a Belisario que con su ojo bueno como un plato, ya dudaba que tuviese poderes. La locomotora se le acerca bufando. El astado mira a un lado en donde le muestran un pañuelo pero continúa su carrera y, poco antes de llegar al santo, tropieza con una piedra, cae y casi al instante, golpea con su testuz interminable, el pecho del futuro ermitaño, que no resulta corneado por asta de toro pero si con tal grandioso golpe, que le deja sin respiración. Queda mirando al sol, con brazos y piernas separadas, queda tan espatarrado en el duro suelo, que más se hace imposible. Los mirones, los que están subidos en las vallas piensan que lo ha matado pero al poco, mueve un brazo, mueve un pie y la cadera también.

¡Milagro!, ¡milagro!, ¡milagro!, gritan los vecinos, ¡milagro!, grita también el señor cura, que con un milagro en el pueblo, la colecta del domingo puede ser portentosa. ¡Milagro!, grita el cartero de casa en casa y al poco, de pueblo en pueblo que son unos cuantos a la redonda.

A partir de ese momento, todo son parabienes, atenciones, invitaciones en las tascas, tantas, que es raro el día en que Belisario santificado,  no se coge una buena borrachera a cuenta de los parroquianos, que luego duerme, en cualquier pajar o en la cabaña que hay al lado del río.

Un día, con la cabeza despejado, nota que en su casa han aparecido las goteras, sin dinero para arreglar el tejado, piensa y piensa bien, que un buen lugar para vivir es en la mina abandonada diciendo a los convecinos que se va de ermitaño. Ya correrán la voz, que para dar noticias se las pintan solos.

Es verano, apenas lleva ropa, un pantalón para cuando se deshilache el que lleva puesto y una fina manta de algodón que en su día, le regaló el boticario cansado de verle pasar frío en los duros inviernos de esa región montañosa. Soltero como era por causas ajenas a su voluntad, le faltaba un ojo y una oreja a causa de ponerse cuando joven, todos los días con la oreja pegada en las vías para escuchar la llegada del tren, tal como vio en el cine que los indios hacían. Ese día, pegado al raíl, su pensamiento navegando por las nubes, el tren que se acerca, una rueda traidora le golpeó el rostro en el momento que retiraba la cabeza. Sólo pudo decir cabrón y a continuación se quedó dormido en la hierba. Sangraba tanto que sus camaradas de escucha, lo llevaron en volandas al médico que hizo lo que pudo aunque no pudo mucho. Tenía el médico gran temor a la sangre, por eso, cosió donde le cuadró la cara y al cabo de un tiempo, quedó lo que quedó, tanto es así, que en cierta ocasión, unas mujeres arreglando la iglesia comenzaron a jugar correteando unas tras la otras. Una de ellas,  se escondió detrás de san Sebastián con tal mala suerte que cayó al suelo y como era de escayola a tamaño natural, rompió. Pues bien, el día de Corpus, el señor cura notó que  el hueco del santo quedaba feo, no se le ocurrió otra cosas que colocar al Belisario semidesnudo.  Previamente, con un frasco de mercromina le imitan sangre en todo el cuerpo y ahí aguanta sin desfallecer. Eso sí, ya era nocche cerrada, cuando todo había terminado hacía tiempo, el cura que lo había olvidado regresa a la iglesia en donde sigue en idéntica posición, pero algo cabreado por tanto tiempo de espera. Con un gran tazón de chocolate con picatostes que le puso en la mesa, el enfado desapareció,amén que el sacerdote le narró la paciencia que tenía el santo Sebastián.

Y allá tenemos en la mina al Belisario. Desde ese lugar, el paisaje que se divisa es muy hermoso además, puede enterarse de la vida de los pobladores porque todo lo ve, todo lo vigila. Lo que no ha subido ha sido comida pero, como ermitaño que es, comerá raíces y hojas que abundan vaya por donde vaya, lo que sucede es que a la media hora tiene hambre. Toma una raíz, le sabe amarga y al poco una descomposición le quita media vida. Tirado en el fondo de la mina, pide a los cielos que no le envíen lobos, zorros o unas simples ratas.

Han pasado unos días, el hombre más muerto que vivo, escucha voces cercanas. Abre el ojo con mucho cuidado; ante él aparecen sus convecinos que le saludan con todo cariño pero ni uno, ha traído tan siquiera un bollo de pan para regalarle. Edelmiro calla, un ermitaño no debe pedir. Le cuesta mucho hablar, el hambre es mala consejera, pero los aguanta hasta el atardecer en que inician la vuelta al pueblo. Quiere ir con ellos, de buena gana bajaría con ellos y que le den a lo de la cueva, pero no se atreve a llamarlo. Se sienta en el duro suelo, un pinchazo en el culo, un rápido levantarse y bajo él, un enorme alacrán que continúa pegado a su trasero. Un grito terrible, un manotazo y el veneno que comienza su camino. Intenta gritar pero, ¿quién le va escuchar?, se deja ir, la supervivencia no es lo suyo y si la comodidad incluso ante la muerte. El veneno va haciendo su trabajo, a Belisario le arde el pecho, los calambres son muy frecuentes, el frío le congelas las extremidades y en medio de tanta agonía se olvida de rezar, ¿para qué?, si Dios hubiese querido no pondría el alacrán en su camino y al cabo de dos días, en soledad, palma.

Pasado un tiempo, por el patrón, un grupo de vecinos sube a la cueva. Hace mucho que no le visitan y alguna que otra vianda le llevan para que recuerde el sabor de lo bien hecho. Ante ellos la visión de una piel seca que cubre sus huesos pero lo magnífico es que el rostro lo tiene muy hermoso y conservado. Dan cuenta al cura don Luis quien, cabreado por las pocas limosnas que recibe, piensa y piensa bien en hacer santo al ermitaño, clavarle unas cuantas saetas y hoy, se puede visitar en la capilla que en su día ocupaba un san Sebastián que unas mujeres jugando, tiraron al suelo y como era de escayola, rompió.

Hay procesiones al menos dos veces al mes, a las que acuden gentes, incluso de los pueblos vecinos a donde se corrió la voz, no tardarán en aparecer los de la capital, con el Belisario en todo lo alto a hombros de los que más cotizan. Es una visión terrible, una piel sin músculo alguno atravesada con flechas, pero el rostro, ¡ay el rostro!, ¡qué cosa más bonita!, dicen las de misa diaria. ¡Qué serenidad de mirada! Alega un corredor de comercio. ¡Qué poco ha durado!. Dicen los sensatos.

Han pasado muchos años y el Belisario, perdón, el san Sebastián disecado, ahí continúa para alegría de sus vecinos y santificaciones por parte del señor cura que sigue aumentando su capital. Es el santo más visitado, el santo que en vez de una, tiene cuatro cajas para recoger monedas. En Galicia se les dicen boetas.

Cualquier pueblo puede tener su santo, todo es cuestión de inventárselo aunque, de vez en cuando, la providencia, saca uno de su escalafón y lo pone en los altares.

Para mi pequeña amiga Inés, que sigue creciendo  dando el follón, como el resto de los niños. Y mucho que alegra.





jueves, 14 de junio de 2012

FUTBOL, FUTBOL, FUTBOL...







Se cuenta, que unos ingleses que trabajaban en las minas de Riotinto, en su tiempo libre, se dedicaban a dar patadas a un balón. A eso, le llamaban fútbol.  Lo hacían en plan amigos sin imaginarse las consecuencias que posteriormente tendría. Mucho antes los chinos lo iniciaban, los egipcios, por México también.
El asunto, gustó a los paisanos de Huelva y al poco, ya había un buen grupo de equipos que supongo, jugarían con mucha educación ¿o no?, pero me da, que cuando el enemigo eran los ingleses, todo cambiaba, los nervios a flor de piel, las patadas a la altura de las espinillas, palabras que nadie entendía por desconocimiento del idioma.  Estos días, en la Línea, también anduvieron cabreados con la visita de un hijo de la Gran Bretaña a la puñetera piedra que tanto daño hace a cualquier español bien nacido que cuando juega la "roja" no lo pueden disimular..
A lo que íbamos.  Cuando niños -las niñas tenían otros entretenimientos-, cuando niños, ya dábamos o intentábamos dar patadas a cualquier cosa que se pusiese por delante, una piedra, un caldero, cualquier material redondeado incluso, más adelante, a falta de pelota, lo hacíamos con una bola  que tomábamos por un rato de la mesa de billar que la residencia del Ejército tenía. Más tarde, se devolvía porque los pies, de lo pesada y dura que era, nos quedaban destrozados.
El fútbol, sin lugar a dudas, fue y es el mejor entretenimiento de los chavales y mucho más antes, que teníamos lugares para jugar. Uno cualquiera traída una pelota, a continuación soltaba la perorata que comenzaba con el siempre me toca traerla, quien la rompa la paga, si la coge el guardia la pagamos entre todos y mientras hablaba a los que hacíamos el círculo, afirmábamos con la cabeza del mismo modo que hacíamos cuando un guardia bueno que los había, nos echaba el discurso manteniendo en la mano la pelota que movía hacia nosotros, hacia él para al final del discurso extender la mano de donde el más avispado se la cogía. Con quince o dieciséis años, ya nos mezclábamos con los mayores, algunos muy mayores, oficiales de marina, guardiamarinas que le iba más aquello que perder el tiempo en el Casino en donde tenían que perdar el tiempo con chicas que no les interesaban.
Un partido podía comenzar a las tres de la tarde y finalizar entrada la noche cuando el balón ya no se veía por falta de luz. Durante ese tiempo, podía haber un encontronazo, una pequeña patada, lo que fuese, que al día siguiente estábamos a la hora marcada en el lugar dispuesto a dar la revancha, a los  perdedores del día anterior.
En el Instituto, a media mañana, abandonábamos el portal en que hablábamos de nuestras cosas en horas de clase, para acudir al partidillo de todos los días.  A la media hora los compañeros se iban para clase, el resto para el portal. A la tarde, ya se jugaba al fútbol más en serio en el campo del Pilar, algunas veces en el campo de la residencia del Ejército o al lado del cuartel de Sánchez de Aguilera.  Jamás que recuerde, hubo pendencia alguna y si se daba una patada o se entraba fuerte al balón, un abrazo y todo solucionado.
Otro lugar era Baterías en donde hoy se encuentran los Suministros de la Armada a la altura del muelle. Nos embarrábamos de arriba abajo y a veces, terminábamos jugando en calzoncillos para no manchar la ropa. Lo sucio se lavaba en Copacabana, también los zapatos que al poco quedaban blancos del salitre.  Un día alguien trajo un ajo que dándole al zapato, lo dejaba perfecto.  Bendito ajo que tanto usábamos para dar a las manos a la hora de sufrir con el terrible palo, en el culo para lo mismo y ahora, hasta quitaba el salitre.
Seguimos creciendo, continuamos haciendo partidillos y todo continuó como siempre, sin el más mínimo follón y es hoy, cuando unas naciones europeas se ponen de acuerdo para jugar una liguilla, sucede al mismo tiempo la llamada a los jóvenes y no tan jóvenes que donde disfrutan de verdad, es en la calle con sus batallas campales.  Anteayer, 13 de junio, intensas provocaciones se sucedieron, se rompieron todas las reglas, los policías que vestían de negro no les impresionaron y sucedió la locura del fútbol llevada a su máximo exponente.
Jugaba Polonia contra Rusia.
A las cinco de la tarde, a las cinco como en los toros se inician los asaltos que terminan a medianoche. Todo había sido planeado.  Polonia que había estado unos cincuenta años bajo el dominio ruso, busca y encuentra vanganza en los enemigos que han llegado a su ciudad. A ello, hay que añadir el cuarto y mitad de alcohol que todos ellos llevaban en el cuerpo o en la cabeza, sucedió como cuando Argentina y la Gran Bretaña se enfrentaron poco después de que la segunda se quedara con las Malvinas.  Que el amor patrio sigue existiendo y la venganza, siempre presente por muchos años que pasen.
Se sucedieron los palos, las patadas, la exhibición de fuerza mientras no muy lejos, unos españoles se desgallitan con el : - A por ellos, ohé..., a por ellos- y como si estuviese escrito, polacos y rusos terminan con las pocas fuerzas que les quedan.
No muy lejos, el negro carro de combate blandiendo porras también negras, se va acercando poco a poco, sin prisas, estudiando el campo de batalla porque, no siendo superiores, tendrán mucha más ventaja.  Los que combaten sólo están pendientes de no recibir palos y sí darlos, es tal el jaleo, que compañeros, ciegos de ira, se golpean entre ellos, sin darse cuenta que juegan en el mismo bando.
Y es que apenas hace unos días, todos alegres ocupaban aviones, autobuses, autos propios, trenes para ver fútbol, era lo que pensaban y querían.  Sus cánticos por las calles los delatan y no gusta al enemigo, por lo regular matones que se han rapado el pelo, que ocupan todos los días una parte del gimnasio, que su madre es feliz porque no tiene que cocinar, todo lo come crudo comenzando por la carne.  Sus botas los delatan, sus muñequeras llenas de tachuelas también, su ropa negra es única con su saludo imitando y recordando tiempos terribles para la humanidad.
Tras las detenciones y los hospitalizados que son muchos, saldrán por la tele los presidentes de los equipos alegando que no entienden nada de lo ocurrido, que les duelen los sucesos aunque en su interior hace tiempo que no estuvo tan contento y da un abrazo al otro presidente, con una sonrisa de oreja a oreja que queda muy bien para los periódicos.
No comprendo estos comportamientos y menos los puedo comprender, con esta bandera española comprada en los chinos que tengo en la ventana y que el viento, la hace flamear, tanto, que me golpea la cara como si fuese un látigo.
Me cuentan, que en el partido de España-Italia, en una de las gradas, dos españoles hablaban. El uno que comenta los pocos italianos que hay en el campo a lo que su compañero, responde: -Es que Italia está en crisis-.
Pan y fútbol para las hordas. Fútbol si puede ser a diario sin pensar en la mujer que ha quedado en la casa zurciendo unos calcetines. ¿María, dónde me has puesto la bandera que hoy arrasamos?. Y María sumisa le entrega la dichosa bandera, se dan un mínimo beso en el rostro. Ella a continuar con el zurcido, él a desmadrarse, a insultar al árbitro con palabras soeces, juramentos terribles, bofetadas al diccionario que mañana, trajeado, se pondrá al frente de la fábrica aunque primero, irá como todos los días, a misa.
Y las fumarolas que te van llegando del paisano que muy cerca, con un puro enorme en la boca, toma aliento, suelta humo que recibes sin poder casi respirar.  No le digas nada, cambiarte de asiento que con suerte no habrá otro faltando a todos los que le rodean.  Es el fútbol, un deporte.
Hoy juega España, me da que desde que se les murió el pulpo Paul, no salen muy seguros al campo. Ante sí, como el pulpo les decía el resultado...
Hace tiempo que dejó de interesarme. Hace muchos, muchos años que no recibo palos y por supuesto, que tampoco los doy.

viernes, 8 de junio de 2012

NO ME GUSTA






No me gustan los gatos y por extensión y proximidad las gatas. Que recuerde, siempre he tenido la imprensión que no son de fiar, que son unos animales hermosos pero falsos en su comportamiento incluso cuando se dejan acariciar de la cabeza al rabo que extienden porque se sienten cómodos;  más cuando menos lo esperas, un terrible zarpazo para luego abandonar el lugar a toda prisa, cobarde.  Sólo te queda dar un grito terrible, un juramento como defensa para a continuación frotar y frotar las heridas dolorosas por el escozor que producen mientras intentas encontrar gente conocida que pueda darte algún remedio para aliviar los mordisco que parece te dan en las heridas.  Agua fría te dirán pero no vale, no hay nada que valga y por urgencias no vas a ir ya que en vez de curarte se reirían de ti.  Y todo, por tan sólo acariciar un puñetero y traidor gato o gata, que con su huída, no hubo manera de levantarle el rabo para conocer sus atributos.
No me gustan las serpientes que he visto alguna vez en el zoo de Madrid, de Barcelona siempre durmiento enroscadas en una rama seca, buscando la oscuridad.  Si las he visto en los documentales incluso comiéndose una oveja que se aprecia como se desliza por dentro de su cuerpo. Al final se quedan sin fuerzas y duerme mientras la digestión va haciendo su trabajo.  Esas culebras no me preocupan. Si me preocupan y me producen rechazo las que como un resorte se disparan hacia las personas mostrando esos terribles dientes que se clavan mordiendo de forma dolorosa, al igual que cuando un niño al que han salido los incisivos, te los clava en un dedo y tú, o yo, sin foma y manera para sacar el dedo mientras un alarido se escucha en todo el parque, que parece te están clavando lanzas envenenadas. Son terribles el niños y la serpiente en lo referente a la mordedura, traicioneros por naturaleza.  Al niño lo agota el cansancio, la serpiente en su habitat -que se dice-, acecha traidora buscando la manera de soltar su terrible veneno en el cuello de un mísero animal, de una persona.  Hay que dar gracias a la creación por no poner veneno en los incisivos de los niños. Ni pensarlo.
No me gusta tanta lluvia, lluvia permanente hasta el cansancio.  A veces, es tanta que todo lo inunda, los campos, las calles, el pequeño pueblo construído en cuesta, el pajar que pudre poco a poco. Otras veces enmudece las campanas de la catedral, no así, cuando resbala suave por la piedra de granito y al caer al suelo, sobre los pequeños charcos formados, produce música celestial.
No me gustan los políticos que piensan han hecho de todo el territorio, su jardín, su parque en el que disfrutan él y su familia. Cuando los niños le preguntan si todo eso también les pertenece, ufanos, sacando pecho se lo aseguran, entonces, los niños se creen propietarios de las cosas y hasta de las personas que están dicen, para servirlos y engordarlos.  A bordo de unos autos blindados que toman como suyos pero que no lo son, saludan de vez en cuando a las gentes con que se cruzan.  Sucede, cuando el negocio les ha salido bien, que les sonríen porque saben, sólo ellos saben, que están a su servicio y es que no hace mucho, ha leído a medias una novela que trataba de los señores feudales mientra ávido, pasaba veloz página a página buscando en donde se podía leer aquello del derecho de pernada. 
Suelen ordenar al chofer del blindado, que pise el acelerador, que corra para que la gente mire y cuando están a punto de maldecir al apurado, al darse cuenta de quien va dentro, aplauden al señorito que va a una comida de trabajo. ¡Ah!, estas comidas de trabajo que me están engordando con tanta carne, tanto marisco, tanta champagne, vinos del Duero y el gran copazo de coñac para aguantar el café. Hace un par de días, al ministro de Sociedad se lo han tenido que llevar entre seis a su casa, se puso malo, quizás una bajada de tensión dicen los camaradas de festejos, nadie dice que ha sido que fue a causa de una gran borrachera.  Todos se tapan, todos se amparan que el pueblo es soberano.
Es la generación de la chuleria, del gasto y consumo, del "usted no sabe con quien está hablando" que han aprendido nada más acceder al puesto encomendado, es la generación de "los únicos válidos, nosotros" aunque a algunos, les ha costado dios y enchufes sacar el bachiller adelante. Que no le falta el asesor de imágen, el esteticien, las grasas y afeites, el tinte, tanto es así, que hay uno que cuando llegó al "poder" tenía el pelo pincho que se dice.  Hoy lo tiene ondulado, se lo han domesticado a cuenta de interminables sesiones de cepillado.
Al poco llegan las debilidades, hay dinero en el cajón y el cajón él lo controla. ¿Por qué no llevarse un poco?.  Se lleva y así se comienza porque hace unos días lo han hecho directivo de uno de los principales bancos del país y es cierto, hay dinero para todos, si equis se lo lleva, ¿por qué no yo que soy también político y banquero?. Además, los niños estudiando en Londres, son terribles sus gastos. ¿ Y por qué no el collar que tanto le gusta a Lupita?, sin dejar de lado a las querindongas que son muy exigentes.  Ya les han puesto un piso coqueto en las afueras, que es más seguro.  Es tan fácil jugar con el dinero del contribuyente sin que se entere, todo está oculto, sólo ellos accden a él y lo toman, ¡ si todo el mundo lo hace!; es la consigna que corre de despacho en despacho porque casi todos se suben al carro, hay tanto papel a la vista, en cheques, en valores que con los ingresos de los viejos, ya se irán apañando el resto.
En sus fiestas, carcajadas poderosas que para eso lo son. ¡Uy, mi marido!, no guarda nada en casa, tiene un enlace en la isla de Rupir que se lo cambia por dólares y plastificados lo guarda en una caja inmensa, caja que sólo a él le pertenece. ¿Tanto dinero?. Mujer, es el director general y ya se sabe.
No me gusta que un banco quiebre, que se haya quedado con el dinero de los contribuyentes que no se lo merecen.  Que si eran pobres, más los han empobrecido.  Hasta a una persona ciega le guían la mano para que haga una firma más o menos decente porque los cuartos tardará miles de años en palparlos, porque verlos le sería imposible y así, con cientos de jubilados que protestan sin levantar mucho la voz, que ya se sabe que las alteraciones en los viejos no son buenas compañeras. ¡ Sinvergüenzas !, que además se sabe quienes son.
No me gustan las colas en la Cocina Económica de nuestra ciudad. Dentro de los pobres también hay categorías y algunos o más, pueden mirar a los de la cola con la cabeza alta aunque les cueste un poco llegar a final de mes. Es que en Ferrol, no vamos mal de categorias en cuanto a las personas. Hay mucho marqués deheredado, mucho tramposo vestido de smoking que no son banqueros ni tan siquiera bancarios.
Se va perdiendo el "usted no sabe con quien está hablando" pero de vez en cuando aparece aunque quien lo dice es un pinachas que todo el día está pegado a una carretilla en el interior de la factoría. No me gusta.
Por no gustar no me gusta una monja, hoy achicada pero en sus tiempos, amparándose en la caridad, se apropiaba de recién nacidos y a su antojo los repartía, sin importale un carajo el dolor de las madres que lo habían parido. Algunso se vendieron por buenas cantidades de dinero y hoy, camina con la cabeza gacha entre su abogado y otra muy guapa monja que nervisosa de verse en esa situación, sonríe continuamente sin conocer el motivo. Era la España negra, que tantos libros y papeles rellenó de miseria y sufrimientos.
Por no gustarme, no me gusta ni lo que he escrito.

BOFETADAS